Richard Cohen: Bush leyó La guerra civil española de Hugh Thomas durante la presidencia
Richard Cohen |
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Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984. Sus columnas, ahora en radiocable.com
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La elección por parte de Bush del clásico de Camus resulta extraña a primera vista. Es una novela sobre alienación, acerca de un hombre amoral y ateo (Meursault) que nunca manifiesta emociones. Es un libro sacado de mi juventud fumadora de Gauloises, leído en aras de la vana búsqueda de mujeres de gusto literario, y no algo que hubiera pensado que leería un presidente de sesenta y tantos. Tal vez esto sea lo que sucede cuando hay que dejar de salir a correr.
En su columna del Wall Street Journal, Rove afirma que Bush leyó 95 libros solamente en 2006. En 2007, leyó 51 libros y a fecha de la semana pasada, había leído 40 en 2008. Las cifras son precisas porque Bush desafió a Rove a una competición: cuál de los dos lee la mayor cantidad de libros. Rove ganó siempre, pero Bush tenía la oportuna excusa de que era, según sus palabras, «el líder del mundo libre.» Esto, no obstante, no es excusa, dado que Dwight Eisenhower me dijo en una ocasión (no me lo estoy inventando) que había tenido más tiempo siendo Presidente para manchar lienzos que durante su jubilación. Tal es la virtud del aislamiento presidencial.
Rove aprecia que ha redactado una caricatura, «En los 35 años desde que conozco a George W. Bush, siempre ha tenido un libro cerca,» escribe. «Da la imagen de ser el prototipo de un muchacho de Midland, Tejas, pero tiene una licenciatura en historia por Yale y se graduó en la Escuela de Negocios de Harvard. No se puede aprobar a menos que seas un lector.?
«En cuanto a los libros de historia, -dice Cohen- están llenos de relatos preventivos. Eso podría explicar cómo el clásico «La guerra civil española» de 1961 de Hugh Thomas entró en la lista de lecturas presidencial de este año. Si Hitler (y Mussolini) hubieran recalado en España, se habría evitado mucha miseria. Sustituya España por Irak y tendrá, para el presidente, una lectura de cabecera más tranquilizadora.»
Como se preveía, la mayor parte de los libros de Bush han sido biografías y libros de historia. Las biografías tratan normalmente de grandes hombres que con frecuencia hacen cosas impopulares y más tarde se ven justificados. En cuanto a los libros de historia, están llenos de relatos preventivos. Eso podría explicar cómo el clásico «La guerra civil española» de 1961 de Hugh Thomas entró en la lista de lecturas presidencial de este año. Si Hitler (y Mussolini) hubieran recalado en España, se habría evitado mucha miseria. Sustituya España por Irak y tendrá, para el presidente, una lectura de cabecera más tranquilizadora.
No obstante, el hecho sigue siendo que Bush es un lector voluminoso e industrial, y esto no encaja en absoluto con la idea que tienen sus críticos de quién es. Preferirían verle como un imbécil, puesto que, en contraste con diferencias políticas o ideológicas, es una forma más breve estilo blog de explicación de lo que salió mal. Aún así, siendo justos con estos críticos (ver Rove arriba) Bush en persona ha suscitado este enfoque. La timidez es una excusa pobre para una política.
Llega terriblemente tarde en el caso de Rove — y presumiblemente en el de Bush — establecer las credenciales intelectuales del presidente. Sintiendo a estas alturas el peso de la historia, prescinden de la imagen de chico bueno y eligen la de empollón. Pero los propios libros revelan — en la práctica confirman — algo acerca de Bush que puede que pasara desapercibido a Rove. No son lecturas de un hombre muy leído, sino lecturas propias de un hombre que busca — y ve — la justificación en cada página que pasa.
Bush no ha sido siempre rehén de las ideas. Sus libros simplemente apoyan esa tesis.
La lista que proporciona Rove es larga, pero es estrecha de miras. Carece de estanterías enteras de libros acerca de cómo y por qué la guerra de Irak fue un error, que mestastatizó en debate. Brillan por su ausencia «La vida imperial en Ciudad Esmeralda,» de Rajiv Chandrasekaran, «Fiasco«, de Tom Ricks, «La puerta de los asesinos,» de George Packer o, acerca de un tema paralelo, «El lado oscuro,» de Jane Mayer, acerca de «la extraordinaria interpretación» y otros acordes en la Constitución. Ausente también está «El pescador,» de Barton Gellman, acerca de Dick Cheney, el torturador en jefe.
Bush leyó «El invierno más frío» de David Halberstam, que trata de la Guerra de Corea, pero en la lista no aparece «Lo mejor y más brillante,» el libro de Halberstam que trata la Guerra de Vietnam. Leyó algunas novelas, pero en su mayor parte son pre-adaptación cinematográfica, redactadas, no escritas, y carentes de la belleza del cinismo mundano. Recomiendo «El leopardo,» de Guiseppe di Lampedusa. Delicioso.
Me quito el sombrero ante Bush por la considerable cantidad y, a menudo, calidad de su lectura. Pero sus libros reflejan a un lector en busca de aprender lo que ya sabe. La caricatura de Bush como iletrado falleció hoy — ¿o fue ayer? Pero la realidad del hombre intelectualmente aislado pervive.
Richard Cohen
© 2008, The Washington Post Writers Group
Libros mencionados en el artículo [$]
«El extranjero» de Albert Camus.
«La guerra civil española» de 1961 de Hugh Thomas.
«La vida imperial en Ciudad Esmeralda» de Rajiv Chandrasekaran.
«Fiasco«, de Tom Ricks.
«La puerta de los asesinos» de George Packer.
«El invierno más frío» de David Halberstam.
«El leopardo,» de Guiseppe di Lampedusa.