E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exteriordel Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington.  El Presidente Obama debe ser aplaudido por abordar seriamente el cambio climático, reconociendo que el fenómeno puede vincularse al consumo de combustibles fósiles, y por intensificar la búsqueda de soluciones viables. En una de sus iniciativas centrales, sin embargo, la administración podría estar perforando en un pozo seco muy caro.

Pretendo decir eso literalmente. El plan consiste en cumplir ambiciosos objetivos de limitar las emisiones de dióxido de carbono y demás gases «de efecto invernadero» a través del desarrollo y el uso extendido de una tecnología de eficacia desconocida conocida como — prepárese para poner los ojos como platos — secuestro y almacenamiento del carbono. Esa anticuada frase tiene un significado simple: recoger el dióxido de carbono de las chimeneas de las centrales térmicas, antes de que la cosa tenga oportunidad de calentar la atmósfera, y bombearlo al subsuelo profundo donde pueda ser enterrado de por vida. Teóricamente.

Esta idea es fundamental para la iniciativa «carbón ecológico» que Obama y muchos en el Congreso enarbolan con entusiasmo. Alrededor de la mitad de la electricidad consumida en este país es generada a partir de plantas térmicas que queman carbón — lo que no es sorprendente, teniendo en cuenta que el suministro es tan abundante que Estados Unidos es denominado «la Arabia Saudí del carbón.?

Las centrales alimentadas por gas natural liberan menos dióxido de carbono — pero el gas natural es más caro. Las centrales nucleares no liberan ningún dióxido de carbono en absoluto — pero está el problema de qué hacer con los residuos nucleares. Es de esperar que la política de cambio climático que está siendo desarrollada por la Casa Blanca y el Congreso dé por sentado que el carbón — responsable del 36% de las emisiones estadounidenses de dióxido de carbono, según el Departamento de Energía — siga desempeñando el papel dominante a la hora de conservar encendidas las luces y el aire acondicionado zumbando.

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??Esto es América — concebimos cómo poner a un hombre en la luna hace 10 años,» decía Obama el año pasado durante la campaña. ??No me puede decir que no podemos encontrar la forma de quemar el carbón que extraemos aquí mismo en los Estados Unidos de América y hacerlo rendir.?

Puede que sí, puede que no. Secuestrar el carbón liberado por las centrales térmicas y enterrarlo en la práctica es factible. Pero es caro — una central eléctrica capaz de realizar el proceso de secuestro del carbón costará hasta un 50% más en su construcción que una planta convencional, y eso sin tener en cuenta el coste de la masiva infraestructura necesaria para transportar el carbón hasta los enclaves de almacenamiento y transportarlo al subsuelo.

¿Y la cosa se quedará ahí? El meollo del asunto, recuerde, sería impedir que el dióxido de carbono llegue hasta la atmósfera, donde contribuiría al cambio climático. La idea es confinarlo en tipos concretos de formaciones geológicas que lo almacenarían de manera indefinida. Pero los científicos reconocen no estar absolutamente seguros de que el dióxido de carbono no vaya a migrar nunca.

Científicos e ingenieros tendrán que demostrar que la posibilidad de la liberación súbita y catastrófica del dióxido de carbono almacenado en un enclave es sobradamente remota. Digo «catastrófica» porque el dióxido de carbono es más pesado que el aire, y la nube que se extendería a ras del suelo asfixiaría a todo aquel que se encontrase. Eso es lo que sucedió en Camerún en el año 1986, cuando la liberación natural de dióxido de carbono atrapado en el fondo del lago Nyos reventó y mató a 1.746 habitantes de las aldeas cercanas. Supuestamente, los enclaves de almacenamiento no se ubicarían cerca de los centros de población.

Más difícil quizá será demostrar que el carbono no se va a filtrar lentamente, digamos al ritmo del 1% o el 2% al año. No habría riesgo para la salud fruto de una liberación gradual, pero habríamos incurrido en enormes problemas y gastos, y el dióxido de carbono habría encontrado la forma de llegar a la atmósfera después de todo.

Mientras tanto, los especialistas en hidrología temen que el dióxido de carbono enterrado — mezclado con los demás contaminantes que produce la quema del carbón — pueda migrar de formas imprevistas y contaminar las fuentes de aguas subterráneas.

Podría ser posible responder a todas estas preocupaciones, pero hay una duda general: ¿de verdad es una buena idea? ¿Es ésta la herencia que queremos dejar a las futuras generaciones — miles de enclaves señalizados con «prohibido el paso,» donde depositamos el peligroso residuo de nuestra tóxica adicción a los combustibles fósiles?

La administración Obama va a gastar 2.400 millones de dólares salidos del paquete de estímulo en proyectos de secuestro y almacenamiento de compuestos saturados — lo justo para la entrada. Imagine lo que podría hacer ese dinero si se dedicase a energía solar, eólica y otras fuentes de energías renovables. Imagine si intentásemos solucionar el problema de verdad en lugar de apartarlo de la vista.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.

 

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