Eugene Robinson: «La dosis de realidad de Cheney»
Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.
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Eugene Robinson – Washington - ¿Cree usted en los milagros? Yo sí, y esta es la prueba: Dick Cheney dice algo razonable.
Lo escuché con mis propios oídos. En la más reciente de sus incendiarias charlas matinales de los domingos, cuando habitualmente trata de asustar a la nación con historias de fantasmas y demás cuentos chinos, Cheney dijo que es hora de «reconsiderar» la ridícula política «don’t ask, don’t tell» que prohíbe la identificación de los homosexuales en el ejército, y añadía que está seguro de que la política será cambiada.
Como era de esperar, esa perla de sentido común llegaba en medio de una avalancha de las tonterías de costumbre. En declaraciones a «This Week» en ABC, Cheney demostraba una vez más que pasa la mayor parte de su tiempo en un universo paralelo. En el mundo real, la administración Obama heredó una guerra innecesaria y mal dirigida en Irak, cuyo impacto geopolítico principal ha sido fortalecer al vecino Irán y a su peligroso régimen. Sin embargo, en el barroco mundo de Cheney, al parecer Obama debe de alguna manera a su predecesor «una saludable dosis de ‘Gracias, George Bush'».
Cheney también criticó las políticas de lucha contra el terrorismo de la administración – o más bien la «mentalidad» del equipo Obama. Una de sus quejas específicas fue la prohibición por parte de Obama de la tortura. «Fui partidario entusiasta del interrogatorio por asfixia simulada», dijo el ex vicepresidente de los Estados Unidos.
Si los asesores legales de la Casa Blanca en la administración Bush-Cheney pudieron inventar una justificación legal para las torturas, ¿puede inventar alguien una teoría que permita la destitución retroactiva?
Pero volvamos a la noticia: Cheney se convirtió en tal vez la voz conservadora más importante hasta el momento en pronunciarse en apoyo de – o, al menos, la aceptación de – la decisión de la administración Obama de poner fin a la política «don’t ask, don’t tell» y permitir que gays y lesbianas acudan a filas abiertamente.
Cheney no llegó a decir categóricamente que aboga por un cambio. Basó su opinión de que «es hora de reconsiderar la política» en las declaraciones públicas realizadas por el almirante Mike Mullen, jefe del estado mayor conjunto, y otros altos mandos militares que apoyan prescindir del «don’t ask, don’t tell». Pero Cheney sí aventuró que «las cosas han cambiado significativamente» en las dos décadas transcurridas desde que dirigiera el Pentágono como Secretario de Defensa de George Bush padre. «Creo que la sociedad ha pasado página», dijo. «Creo que es en parte una cuestión generacional».
La semana pasada, la encuesta Washington Post-ABC News reveló que el 75 por ciento de los estadounidenses son partidarios de dejar que las personas homosexuales sirvan abiertamente en el ejército. Esto se compara con apenas el 44 por ciento cuando la encuesta hizo la pregunta en 1993.
Aquellos en favor de la tolerancia incluyen un 64 por ciento de Republicanos – junto a grandes mayorías de Demócratas e independientes – y, en el que puede ser el hallazgo más significativo de la encuesta, el 81 por ciento de los adultos menores de 30 años. En otras palabras, el abandono de la política tiene un apoyo abrumador entre el grupo de edades del que depende la nación para enrolarse en unas fuerzas armadas profesionales.
Cuatro de cada cinco encuestados que dijeron tener un amigo o familiar gay se decantan a favor de permitir que gays y lesbianas sirvan abiertamente. Es importante señalar que una de las hijas de Cheney, Mary, es una lesbiana que vive con su pareja Heather Poe, y sus dos hijos. También vale la pena mencionar que Cheney ha dicho que no tiene ninguna objeción al matrimonio homosexual y que piensa que la cuestión debería dejarse a los estados – una posición que le sitúa considerablemente a la izquierda del Presidente Obama, quien dice oponerse al matrimonio homosexual.
«Creo que libertad significa libertad para todos», dijo Cheney en junio pasado. «Como muchos saben, una de mis hijas es homosexual y es algo que hemos vivido durante mucho tiempo en nuestra familia. Creo que la gente debe ser libre para entrar en cualquier tipo de unión que desee».
¿Qué nos dice esto? Básicamente, sólo una o dos veces al año Cheney dice algo razonable sobre los derechos de los homosexuales antes de retirarse a toda prisa a su fortaleza de soledad, donde se preocupa de que el archivillano Saddam Hussein siga planeando utilizar su arsenal de armas de destrucción masiva imaginario contra los Estados Unidos, a pesar de el impedimento de estar muerto.
Pero el destello de lucidez que tuvo Cheney debería ayudar a los Republicanos del Congreso a entender que ya no hay electorado para la postura troglodita de la «don’t ask, don’t tell». Si el cambio de una política pasada que permita a los homosexuales servir en la fuerzas armadas haciendo manifiesta su orientación sexual cuenta con el apoyo de las tres cuartas partes de la opinión pública estadounidense, de los altos mandos de la jerarquía del Pentágono y de Dick Cheney también, entonces los tiempos no son lo único que cambia. Ya han cambiado.
Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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