E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. Es estupendo que el Presidente Obama y sus asesores parezcan entender de una vez la tónica de la respuesta a la marea negra del Golfo de México. Ya sólo les falta enderezar la política.

Que Obama haya sido lo bastante convincente o no en su gestión pública de la catástrofe es un interrogante legítimo, pero en cierto sentido está fuera de lugar. Sí, hay una faceta de escenificación inherente a la presidencia y no, Obama no parece disfrutar de esa parte del cargo. Pero el caballero es quien es – no habla impulsivamente, no da porrazos a las mesas ni patalea los estrados, y resultaría cacofónico que de pronto tratara de simular lo contrario. Lo bien que Obama aprenda a transmitir empatía y pasión mientras permanece fiel a sí mismo es relevante para su eficacia a largo plazo como presidente, y en última instancia para su legado. Ningún aspaviento, sin embargo, podrá empezar a paliar lo que la Casa Blanca llama el peor desastre medioambiental de la historia de los Estados Unidos.

El asunto no es lo que Obama piensa, sino lo que hace. ¿Por qué no se han traído decantadores de todo el mundo para separar más crudo del agua? ¿Por qué la protección de la costa no se administra como una campaña militar, en la que el fracaso no es una opción? ¿Por qué la respuesta a cada pregunta es esencialmente la misma – «Hemos pedido reiteradamente a BP que haga eso» – mientras capeamos una crisis que aún no se considera una cuestión urgente de seguridad nacional o de bienestar de la nación?

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Basta de preguntar a BP. La compañía es responsable del vertido y tiene que pagar pronto. Pero la dirección de BP responde a los accionistas de la empresa, no al pueblo estadounidense. E incluso si el consejero delegado de BP propenso a los accidentes Tony Hayward y sus lugartenientes sólo tuvieran la más pura y noble de las intenciones, el problema que han creado en el Golfo está mucho más allá de su capacidad de resolución.

Esta es, esencialmente, una guerra que se libra en parte a una milla bajo la superficie del Golfo, donde el crudo sigue brotando del yacimiento subterráneo «Macondo» — bautizado con el nombre de la ficticia ciudad de la obra maestra del realismo mágico del premio Nobel Gabriel García Márquez, «Cien años de soledad» – a un ritmo catastrófico.

La administración no tenía otra elección que dejar la respuesta inicial sobre el sustrato marino a BP. El gobierno simplemente no tiene el equipo ni los conocimientos para cortar la fuga. Esta desafortunada situación puede ser reflejo de malas elecciones políticas en el pasado, pero esa es la realidad. Una decisión inteligente fue ordenar a BP que empezara a perforar un segundo aliviadero, en caso de que el primero no funcione — pero ninguno estará terminado hasta agosto, y no hay nada que se pueda hacer al respecto.

Una segunda batalla es el esfuerzo por contener las decenas de millones de galones de crudo que ya han contaminado el Golfo y su costa. También en esto la administración se ha desmarcado y ha presionado a BP para que cumpla sus responsabilidades. Debería estar claro a estas alturas que ha sido un error.

The Washington Post informa el lunes que la administración ha recibido ofertas de asistencia de 17 países. Suecia se ha ofrecido a enviar tres barcos capaces de recoger 15.000 galones de petróleo a la hora cada uno. Noruega ha ofrecido enviar casi la tercera parte de su equipo de respuesta a las mareas negras. Japón ha ofrecido enviar parte de sus redes de contención, que las autoridades sobre el terreno dicen andan escasas.

Los suecos, los noruegos, los japoneses y la mayor parte del resto de presuntos samaritanos aún esperan la respuesta del gobierno estadounidense o de BP. La semana pasada, según el Post, la administración sí pidió ayuda a la Unión Europea con cualquier equipo especializado del que pueda disponer. Pero mientras tanto, el crudo ha ingresado en las marismas del sur de Luisiana y está salpicando las playas de Alabama y Florida. La mancha principal se extiende, y la temporada de huracanes está encima.

Todo el equipo disponible del mundo que pueda aspirar, separar, llevarse o absorber petróleo tendría que estar en el Golfo a estas alturas, desplegado bajo una estructura de mando centralizada — militar probablemente. Las playas deberían ser defendidas igual que de una amenaza de invasión enemiga. Es momento de la aniquilación total, de la Doctrina Powell, de la «fuerza decisiva».

No existe panacea capaz de derrotar a este enemigo de aspecto de gota, pero cada gota de petróleo que se retira del Golfo y sus costas es una victoria — y cada gota que no, es una derrota. Es así de simple. Esto es la guerra.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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