E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. Se nos dice que la economía va camino de recuperarse, pero seguimos viendo cifras de pérdida de empleo de seis ceros. El debate de la sanidad se ha galvanizado tanto que incluso si acaba en una legislación histórica, las probabilidades indican que los detractores seguirán estando enfurecidos y los partidarios más agotados que entusiasmados. El déficit es colosal, el bipartidismo inexistente, la cárcel de Guantánamo sigue abierta y la guerra de Afganistán se parece a un Vietnam potencial. El verano se ha transformado en decepción. Pero cualquiera a punto de caer en una depresión grave debería ver las cosas en perspectiva. Casi a diario, se produce algún recordatorio de lo lejos que hemos llegado desde la investidura del Presidente Obama — y de lo mucho peor que podrían ir las cosas.

El jueves se producían dos ayudas a la memoria así. La primera era una información aparecida en The Washington Post de que Dick Cheney, en su próximo libro, planea dar detalles de sus enfrentamientos a puerta cerrada con George W. Bush. La noticia, firmada por el reportero del Post Barton Gellman — cuyo libro «Angler» constituye el relato definitivo de cómo Cheney, en calidad de vicepresidente, intentó básicamente gobernar el mundo — cita una fuente solvente que dice que Cheney está seguro de que Bush perdió los papeles con él durante su segundo mandato.

Fue cuando Bush ordenó detener el interrogatorio por ahogamiento de los sospechosos de terrorismo, cerró las cárceles secretas de la CIA en el extranjero, hizo gestos diplomáticos a estados hostiles como Irán o Corea del Norte, y en general empezó a comportarse de formas que Cheney consideraba al parecer demasiado racionales.

Gellman informaba que Cheney, en su próximo libro, también va a abordar lo que la revista Time ha informado fue una agresiva campaña sin paliativos por convencer a Bush de conceder una amnistía a Lewis «Scooter» Libby, el ex jefe de gabinete de Cheney procesado bajo cargos de perjurio. Bush se negó, y se dice que Cheney aún se la guarda. Es útil que se recuerde que durante ocho años, hasta el 20 de enero, tuvimos un vicepresidente que pensaba que su título apropiado debía ser el de César.

La otra lección a poner en perspectiva la recibimos el jueves de la mano del New York Times, que daba nuevos detalles del tipo de América que nuestro César en funciones quería crear. En una noticia firmada por los cronistas del Times David Johnston y Mark Mazzetti, Kyle «Dusty» Foggo, el funcionario de la CIA que montó aquellas cárceles secretas, relata cómo lo hizo. Foggo cumple tres años de cárcel por su papel en un escándalo de adjudicación no vinculado directamente con los centros de detención «secretos,» que debían su existencia a las habilidades logísticas de él.

Foggo desplazó los materiales para construir tres cárceles secretas — una en Bucarest, Rumania; otra en otra ubicación no revelada en el antiguo Bloque Oriental; y otra en Marruecos, según el relato que hace el Times. Fueron diseñadas idénticas para que los detenidos se desorientaran al pasar de una cárcel a otra. Entre los extras que proporcionaba Foggo estaban las paredes cubiertas de madera terciada que es menos probable que provoque heridas graves cuando los detenidos eran empujados contra ellas.

Sí, hasta hace poco teníamos una administración que no creía en detalles tales como el respeto a la ley o el estado de derecho. Nuestra nación reclamaba no sólo el derecho a detener indefinidamente a los sospechosos, sino también a violar sus derechos, a torturarlos, a hacer que «desaparecieran» igual que las víctimas de alguna junta militar de república bananera.

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Sé que no soy el único en desear que Obama no pierda tiempo en limpiar la mancha dejada por los excesos Bush-Cheney en nuestro honor nacional. Me gustaría que Guantánamo ya estuviera cerrado — pero Obama sí puso una fecha concreta al cierre del lugar y promete cumplirla. Me plantea problemas que no haya rechazado de plano el concepto de detención indefinida — pero por lo menos reconoce que debe de haber en juego algún tipo de respeto a lo que dicta la ley.

Me plantea problemas sobre todo la resistencia de Obama a llevar a cabo una investigación integral de las transgresiones Bush-Cheney. Sólo cabe esperar que el presidente entienda el error de su planteamiento — o por lo menos que la investigación de las técnicas de interrogatorio de la CIA que podría abrir el Fiscal General Eric Holder pueda seguir sin obstáculos el rastro de pruebas hasta cualquier delito que pueda revelar.

Pero eso era entonces y el pasado es pasado, dirá usted. Bush y Cheney son historia. Iban a abandonar la administración en enero de todas formas, sin importar quién les reemplazara.

Eso es cierto. Pero contemple las espectrales salidas de tono casi cotidianas de Sarah Palin — acerca de paneles imaginarios de la muerte y similares — y extrapole cómo sería el verano si ella estuviera ocupando el puesto de vicepresidente de los Estados Unidos.

No sé usted, pero yo me siento mucho más cómodo con todo.

Eugene Robinson

Premio Pulitzer 2009 al comentario político.

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