E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. He aquí la noticia menos sorprendente de la semana: a los estadounidenses les cae cada vez más gordo el Partido Demócrata. El milagro es que la opinión pública haya tardado tanto tiempo en agriarse. No tiene nada de placentero contemplar una decidida tentativa por lograr una victoria en el último momento.

Una encuesta difundida el miércoles por el Pew Research Center concluye que sólo el 49 por ciento de los encuestados tiene una opinión favorable de los Demócratas, en contraste con el 62 por ciento de enero y el 59 por ciento de abril. Esto no se traduce, no obstante, en que los estadounidenses estén viendo más amablemente al Partido Republicano — la predilección por el Partido Republicano se ha mantenido estable en el 40 por ciento a lo largo del año, según Pew.

Lo que sí significa, no obstante, es que los esfuerzos Republicanos por obstaculizar, atrasar, confundir, atascar, distorsionar y por lo demás dar al traste con la agenda de reforma a favor de la que votaron los estadounidenses el pasado noviembre ha tenido un éxito notable. Y significa que los Demócratas, habiendo recibido un mandato — uno tan integral como puede disfrutar cualquiera de los partidos en esta era de polarización derecha contra izquierda — no saben realmente cómo darle uso.

Que el Partido Demócrata no es ningún ejemplo de organización y disciplina es casi axiomático. Ese no es el problema. La encuesta de Pew sugiere que la debilidad de los Demócratas no es ni estratégica ni táctica, sino emotiva. Citando al poeta William Butler Yeats: «El mejor carece de toda convicción, mientras que el peor está lleno de intensidad apasionada.»

No hay suficiente pasión en las filas Demócratas, no hay suficiente ardor. Parte irradia desde las filas de la mayoría Demócrata en la Cámara de Representantes, muy poca emana de la mayoría Demócrata en el Senado, y no sale la suficiente del Presidente Obama. Los Republicanos, en contraste, tienen poco a su favor  excepto pasión — pero la utilizan con resultados impresionantes.

Deje a un lado durante un momento el debate de la sanidad y examine el panorama. Los Demócratas están a un tiro de piedra del objetivo que lleva medio siglo alimentando los sueños del partido. Tienen el poder para introducir en vigor una reforma significativa. Las encuestas demuestran que los estadounidenses tienen apetito de reformas. La sólida pared de oposición que en tiempos presentaron las grandes empresas se ha derrumbado. Hasta las aseguradoras y las farmacéuticas están dispuestas a negociar. Pero de alguna manera nos hemos visto empujados a los márgenes a un debate acerca de «tribunales de eutanasia,» mientras una provisión que muchos defensores sostienen es capital para la reforma integral — una opción de protección sanitaria pública — es de pronto puesta en tela de juicio.

¿Cómo puede ser? La encuesta de Pew sugiere, básicamente, que los Republicanos son más apasionados en el tema de la sanidad que los Demócratas.

Según Pew, la cifra de aquellos que se sentirían «complacidos» si las reformas sanitarias propuestas por Obama y el Congreso entraran en vigor supera a la de aquellos que quedarán «decepcionados.» Pero cuando se examina a aquellos que sienten más apasionadamente este tema, apenas el 15 por ciento dice que se sentiría «muy contento» si las reformas salen adelante, mientras el 18 por ciento dice que quedará «enfadado.» Entre los Republicanos, la friolera del 38 por ciento estará enfadado si la reforma sanitaria sale adelante finalmente — pero entre los Demócratas, sólo el 13 por ciento se enfadará si no es el caso.

Es difícil defender que el enfado, per se, es algo que necesitamos más en política estadounidense. Pero la pasión — que en ocasiones, sí, encuentra su expresión en el enfado — es una herramienta poderosa y legítima. La reforma sanitaria es algo que el Partido Demócrata lleva intentando lograr desde la administración Truman, ¿y sólo el 13 por ciento de los Demócratas se enfada si fracasa? Sólo el 27 por ciento de los Demócratas se sentirá «muy contento» si la reforma sale adelante, según Pew, ¿mientras el 42 por ciento se espabilará sintiéndose «complacido» de que el Grial perseguido desde hace mucho por el Demócrata más querido de todos, el venerable Senador Edward Kennedy, haya sido encontrado por fin?

Un motivo de este desequilibrio de pasiones en torno a la reforma sanitaria, estoy seguro, es que sigue sin haber una única legislación en torno a la que los Demócratas — entre otros que entienden la necesidad de reforma — puedan cerrar filas. Pero es imposible negar que la estrategia Republicana de generar miedo y rabia no haya sido también un importante factor.

¿Dónde están los millones de personas que tan apasionadamente cantaban «Yes, we can!» en las concentraciones de campaña de Obama? ¿Dónde están las legiones que lloraban de alegría la noche de las elecciones y de orgullo el día de su investidura? ¿Es Sarah Palin el único político capaz hoy de despertar «intensidad apasionada»?

Las pasiones encuentran su expresión en el enfado, pero también en la esperanza. Los Demócratas sabían y sentían eso durante la campaña. Si lo olvidan, también pueden olvidar lograr el tipo de cambio fundamental que el país necesita con desesperación.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.

 

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