Eugene Robinson: El progreso que sigue haciendo falta
Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.
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No, esta mañana no es un nuevo día como dijo Reagan. No, los Republicanos del supercomité legislativo no ofrecieron concesiones significativas elevando la recaudación fiscal. Y no, «ambas partes» no son igualmente responsables del fracaso a la hora de llegar a un compromiso.
Como es normal, las dos formaciones empezaron con ideas enormemente distintas de lo que significa negociar. Los Demócratas imaginaban encontrarse en algún punto del término medio, mientras los Republicanos anticipaban no moverse un milímetro. Esto no es solamente mi versión de los hechos, es cuestión de hemeroteca: antes de que los 12 integrantes del supercomité se hubieran reunido, el presidente de la Cámara John Boehner advertía que mejor no acceder a ningún impuesto nuevo.
Piense en esto un minuto. La idea entera del ejercicio del supercomité consistía en empezar a bajar la disparatada deuda nacional, por encima de los 15 billones de dólares hoy. Cerrar un agujero de este tamaño con recortes del gasto público sólo es posible en el universo paralelo habitado por los ideólogos del Partido Republicano, un lugar donde las matemáticas no tienen validez.
Aquí en el mundo real — donde los tributos son los más bajos como porcentaje del producto interior bruto desde 1950 — es ridículo pensar en solucionar el problema de la deuda a largo plazo sin sustanciales fuentes de recaudación nuevas. Pero la postura adoptada por los congresistas Republicanos es que los tipos impositivos sólo bajan, nunca pueden subir. Para respetar este principio absolutista han llegado a amenazar con declarar en concurso las arcas públicas.
Ahí es básicamente donde se quedaron las conversaciones del subcomité — los Demócratas dispuestos a dar y tomar, los Republicanos dispuestos a recibir exclusivamente — hasta última hora, cuando el Senador Republicano de Pennsylvania Patrick Toomey presentó a sus colegas en la instancia una propuesta de reforma tributaria que algunos elogian como progreso. No fue, en realidad, nada parecido.
El plan de Toomey rebaja en la práctica los tipos fiscales, incluidas las rentas altas, con la promesa de volverlos a subir si es lo que hace falta para elevar la recaudación pública 250.000 millones de dólares a la próxima década.
Venga ya.
Mientras que 250.000 millones suena a barbaridad, es mucho menos impresionante cuando se compara con el objetivo general del supercomité de rebajar la deuda 1,2 billones. Esto seguiría traduciéndose en cuatro dólares de recortes del gasto público por cada dólar de recaudación nueva.
Y la cifra de Toomey es calderilla cuando se examina la deuda total de 15 billones de dólares — o incluso los 4 billones en reducción de la deuda que la mayoría de los analistas están seguros marcarían realmente la diferencia. Con tan escasa recaudación nueva, tendríamos que realizar recortes draconianos en el programa Medicare de la tercera edad, el programa Medicaid de los pobres y la seguridad social que alterarían de forma radical el contrato social en este país.
La propuesta de Toomey en materia tributaria sólo es progreso si calificamos mediante curva — dando a los Republicanos un punto extra por moverse, simplemente por haber sido tan inflexibles manteniéndose firmes. Los Demócratas, en tanto, son acusados de ser intransigentes por poner límites tras moverse muchísimos kilómetros.
Es útil recordar que no todos los Republicanos son tan tercos. Muchos se dan cuenta de que un enfoque equilibrado entre recortes del gasto público y subidas tributarias hará falta para abordar el problema de la deuda — y que estos ajustes no deberían de hacerse de forma demasiado súbita teniendo en cuenta la fragilidad de la recuperación económica. Pero cualquiera que mencione estas verdades en público es tildado de hereje en círculos Republicanos, donde las bajadas de los impuestos no son cuestión legislativa sino de confesión.
El acuerdo que dio lugar al supercomité especifica que si los integrantes no alcanzan un acuerdo, se llevan a cabo recortes presupuestarios por valor de 1,2 billones a principios del ejercicio 2013. ¿Es esto mejor en serio, desde el punto de vista progresista, que alguna especie de «compromiso» escorado que incorpore la recaudación de Toomey reduciendo los dólares de recortes del gasto público que hacen falta para alcanzar el objetivo de los 1,2 billones?
Sí, no tener acuerdo es casi seguro mejor que tener un acuerdo malo. Los recortes automáticos serán dolorosos, pero no tocan el gasto social — y de esa forma no evitan el debate serio que nos hace falta tener en torno a garantizar que los programas Medicare, Medicaid y la seguridad social son sostenibles.
En su lugar, el Pentágono se lleva la peor parte de los recortes de Damocles. Ahora mismo, los Republicanos empiezan a decir a gritos que tenemos que encontrar alguna forma de evitar perjudicar a nuestra seguridad nacional. La solución está clara: si queremos un ejército que traslade la influencia estadounidense en todo el mundo, tenemos que pagarlo.
A lo mejor los Republicanos reconocen que la grandeza estadounidense no es gratis. ?se es el progreso que nos hace falta.
Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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