E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. Si la raza fuera la única cuestión, no habría tanta inquietud con el desagradable encontronazo del profesor de Harvard Henry Louis Gates, Jr. con el sistema de justicia penal. Después de todo, no sería la primera vez que un negro es arrastrado a prisión injustamente por un agente de policía blanco. La polémica – que en realidad es más un debate entre verduleras – también está relacionada con el poder y los derechos.

?ste es un nuevo giro. Desde el triunfo del movimiento de los derechos civiles, las minorías han venido escalando puestos en política, empresas, universidades, casi todos los campos. Sólo en la última década, sin embargo, un importante grupo de afroamericanos y latinos ha irrumpido en el menudo reducto donde se ejerce el poder real.

Estoy hablando del Presidente Obama, obviamente, pero también del presidente de Citigroup Richard Parsons, la magnate de las tertulias Oprah Winfrey, la ex Secretario de Estado Condoleezza Rice, la candidata al Supremo Sonia Sotomayor y muchos más – un número creciente de miembros de minorías con el tipo de poder serio que solía estar reservado exclusivamente a los blancos. En el mundo académico, la lista comienza por «Skip» Gates.

Es una superestrella, una de las más conocidas y uno de los miembros más destacados de la universidad más prestigiosa de la nación. Hace unos años, cuando circularon rumores de su marcha, Harvard removió cielo y tierra por conservarlo. El incidente que condujo a su detención se produjo a su vuelta del aeropuerto tras un viaje a China con motivo de su documental más reciente con la cadena pública PBS. Tras el traumático encuentro, acudió a Martha’s Vineyard a recuperarse. Así es como se las gasta.

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La elección de palabras que hizo Obama puede no haber sido política, pero simplemente afirmaba lo evidente cuando decía que la policía se comportó «estúpidamente». Gates tiene 58 años, mide alrededor de 1,60 y pesará unos 70 kilos. Es discapacitado y camina con la ayuda de un bastón. Para cuando el oficial James Crowley realizaba la detención, ya había obtenido pruebas de que Gates estaba en su propia casa. Crowley podía ver que el profesor no suponía ninguna amenaza para la integridad de nadie.

Por el bien del argumento sin embargo, supongamos que la versión de Crowley del incidente es cierta – que Gates, desde el principio, se mostró acusador, agresivo y hasta hostigador, dirigiéndose al oficial con un aire de superioridad desbocada. Supongamos que realmente recitó el mantra que sueltan los peces gordos cuando son detenidos: «No tiene usted ni idea de con quién está jugando».

Yo viví en Cambridge durante un año, y puedo dar fe de que reunirse con un famoso profesor de Harvard que resulta ser un petulante es como una reunión con un famoso jugador de baloncesto que resulta ser alto. No es exactamente una sorpresa. Crowley no habría durado una semana en el cuerpo, y mucho menos ascendido a sargento, si hubiera detenido a cada integrante del claustro de Harvard que le tratara como si perteneciera a una especie inferior. Sin embargo, en lugar de marcharse, Crowley detuvo a Gates igual que si pisara el porche de su propia casa.

Al parecer, hubo en juego algún tipo de relación de poder – el profesor sofisticado con aires de superioridad contra el poli blanco corriente de clase obrera – que Crowley no supo pasar por alto. A juzgar por la acalorada discusión que se produjo, ese mismo algo, sea lo que sea, también hace olvidar a los conservadores que creen en los derechos individuales y se oponen al poder intrusivo del estado.

Un caso similar de amnesia colectiva se produjo durante la vista de Sotomayor. Los senadores Republicanos, delante de una magistrada que se basa en precedentes y se abstiene de promulgar leyes nuevas desde el estrado, olvidaron que ésta es la filosofía judicial que defienden. La extraña e inadecuada línea de interrogatorio seguida por el Senador Lindsey Graham, RS.C., en torno al temperamento de Sotomayor fue ampliamente entendida como sexista, y de hecho lo fue. Pero sospecho que la ecuación de poder racial o étnico fue también un factor – la idea de una «latina sabia» de lengua afilada que pone nerviosos a los letrados, letrados blancos y varones algunos de ellos, causa temblores y ataques.

¿Tiene derecho un hombre de la talla de Gates a crecerse y recordar a un policía que no está tratando con un cualquiera? ¿Tiene derecho una mujer con la trayectoria de Sotomayor a humillar a un letrado que entró en la sala con las manos en los bolsillos? Ni más ni menos derecho, seguramente, que todos los peces gordos que llegaron antes.

Sin embargo, la especie de desquite de Gates fue motivo de detención. No puedo demostrar que si el pez gordo en cuestión hubiera sido un famoso y brillante profesor de Harvard que casualmente fuera blanco – por ejemplo, el asesor presidencial Larry Summers, de baja de su plaza en la universidad – el resultado hubiera sido diferente. Yo apostaría a que sí, no obstante. ¿Alguien quiere apostar?

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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