E. Robinson

Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. Resulta que en ocasiones, se puede confiar en la palabra de los políticos. Hace más de un año, mientras hacía campaña por la candidatura Demócrata, Barack Obama declaraba al Reno Gazette-Journal que «Ronald Reagan alteró el rumbo de América de una forma que Richard Nixon no hizo, y de una forma que Bill Clinton tampoco hizo.? Reagan, decía, «siguió un camino fundamentalmente diferente porque el país estaba preparado para ello La implicación era que Obama, caso de ser elegido, no sería menos ambicioso.

Transcurridas apenas seis semanas de su mandato, Obama ha lanzado su órdago para redibujar las fronteras de nuestra política y ampliar el ámbito de lo posible. Reagan desplazó todo nuestro espectro político hacia la derecha, y ahora Obama tiene intención de desplazarlo hacia la izquierda. Como Reagan, Obama intuye que la nación ya se desplaza en su dirección, con bastante anticipación a su liderazgo político.

Pensaría que los Republicanos que afirman idolatrar a Reagan reconocerían lo que está sucediendo, pero parecen reticentes. Después de que Obama pronunciara su discurso ante el Congreso en horario estelar la semana pasada, el Gobernador de Luisiana Bobby Jindal iniciaba su respuesta con una frase paternalista corta de adulación en la que felicitaba el presidente por ser el primer afroamericano en ocupar la presidencia -como si no lo hubiéramos notado. El gobernador pasó a esbozar un programa que habría sonado radical e innovador si estuviéramos en el año 1978: impuestos más bajos, gobierno más reducido, apoyo leal, etc.

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El discurso de Obama fue pura puesta en escena. El principal acontecimiento de la semana -y la principal iniciativa hasta la fecha de su ya agitada presidencia- fue el presupuesto de 3,6 billones de dólares que proponía dos días más tarde. Las cantidades de dinero en juego son tan considerables que los tertulianos utilizaron en un momento adjetivos para un año: sin precedentes, sobrecogedor, impresionante. En última instancia, no obstante, las cifras no serán tan importantes para la historia como la forma en que el presupuesto de Obama reordenará las prioridades de la nación y alterará la relación entre los estadounidenses y su gobierno.

Al cerrar el grifo de parte de la generosidad que las administraciones Reagan, Bush y Bush tuvieron para con los estadounidenses más ricos, Obama reintroduce el principio de la gravación progresista -la idea de que los ricos, que se lo pueden permitir, deberían tributar un porcentaje mayor de su renta de forma que el gobierno pueda hacer más por mejorar las vidas de aquellos que no son ricos. Esto es de lo que advirtió John McCain, pienso yo, cuando durante la campaña criticó a Obama por «redistribucionista.? El ala Rush Limbaugh del Partido Republicano ha empezado a hablar de socialismo desenfrenado.

Por supuesto, un primer partidario de esta idea radical fue Teddy Roosevelt, presunto héroe de McCain. Me pregunto si la opinión de Roosevelt de los Republicanos de hoy -partidarios a ultranza de aquellos que ganan más de 250.000 dólares al año y que dicen a todos los demás que los dejen en paz- sería publicable en un periódico de solera.

Obama propone «una entrada» de 634.000 dólares a lo largo de los 10 próximos años a cuenta de la reforma sanitaria, con el objetivo de avanzar hacia la cobertura universal. Lo importante aquí, por supuesto, no es la considerable cifra; es el hecho de que está ampliando la responsabilidad del gobierno con la salud de su ciudadanía más allá de los ancianos, los jóvenes y los pobres. Los críticos conservadores están enfurecidos a causa de que Obama haya ido tan lejos como para ofrecer un plan financiado por el gobierno que los estadounidenses preferirán a la mezcolanza entre seguros privados que tienen que desentrañar ahora. ¿No tiene vergüenza el presidente?

Al incluir la educación entre sus tres prioridades principales, Obama amplía el compromiso de convertir la mejora de las escuelas en asunto federal, no sólo en un tema local. Esta muestra de ingeniería social intrusiva fue realmente iniciada por George W. Bush, nada menos. Al situar la energía entre sus tres prioridades principales, en contraste, Obama invierte la política de la administración Bush, que consistía en petróleo ante todo. Pero el titular más importante en el frente energético es su aceptación de la responsabilidad de nuestra nación de poner su parte en la reducción o inversión del cambio climático global.

Existe una razón de que los índices popularidad de Obama sigan tan elevados. ?l intuye que los estadounidenses desean mayor justicia y transparencia en nuestra sociedad, especialmente tras los excesos que amenazan con arrasar nuestra economía y destruir tantos sueños. ?l sabe que el individualismo estadounidense es aplacado por la necesidad de sentir integración en la nación y el mundo.

También sabe que los márgenes de cambio fundamental siguen abiertos un espacio breve antes de cerrarse a cal y canto. Su declaración el sábado de que «No vine aquí a hacer lo mismo que hemos venido haciendo o a dar pequeños pasos hacia ello» podría ser el eufemismo del año.

 Eugene Robinson

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