E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. Dejemos en paz a Tiger. Ya vale de juegos de palabras — ya sabemos que es solo un «tiarrón» disfrazado. Ya vale de revelaciones indiscretas del bombonazo rubio del momento — ya entendemos que le gustan de un tipo concreto. Vale de todo el asunto — tenemos cosas mucho más importantes de las que preocuparnos.
Sí, claro. Siéntese a comer con un amigo e intente tener una conversación seria sobre sanidad, cambio climático, regulación financiera o Afganistán sin desviar la conversación al asunto más bien frívolo del semental de Tiger Woods. He desistido de intentar negar que la trama que está saliendo a la luz es atractiva, incluso si dedicarle atención me deja algo decepcionado conmigo mismo. Los intereses más bajos son pocas veces algo de lo que enorgullecerse.
Estoy empezando a temer, realmente, que la historia no se acabe nunca. Si usted es el deportista más famoso y rico del planeta, y tiene debilidad por las camareras y bailarinas de clubes nocturnos, las posibilidades que tiene de ser infiel probablemente sólo estén limitadas por sus propias posibilidades. Está quedando cada vez más claro que la admisión de culpa inicial por parte de Woods estaba formulada para cubrir de forma difusa cualquiera y cada una de las futuras «transgresiones». Por las que pudieran salir.
No voy a juzgar el calibre moral de Woods, excepto al afirmar que la infidelidad es mala. Tampoco voy a juzgar a las mujeres que han tenido aventuras demostradas con él, excepto al señalar la prisa que se han dado, tan pronto como sus nombres han salido a la luz, en solicitar asesoría legal de la más cara. Voy a sugerir que Woods piense en esta posibilidad: las mujeres que se encuentra al azar en los restaurantes o los bares podrían no verse seducidas sólo por el buen aspecto de él o su ingenio, sino que en la práctica podrían ser conscientes de lo rico que es.

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Yo iba a criticar la técnica de adulterio que tiene Woods, o por lo menos su aparente predilección por las rubias curvilíneas, utilizando para ello una teoría del adulterio desarrollada por mi colega Roxanne Roberts, que se pasó años cubriendo los libidinosos escándalos de la sociedad de la capital para The Washington Post. Roberts postula que los caballeros poderosos y famosos que deciden tener aventuras harían bien en elegir mujeres que tienen tanto que perder como ellos si la aventura llega a salir a la luz. Las jóvenes esposas trofeo de los acaudalados magnates, digamos, encajarían en ese criterio. Las camareras de los bares y las bailarinas de locales de mala nota, no tanto.
En la práctica, Woods parece haberse lidiado más de una vez con la clase de mujer que guarda viejos correos electrónicos y mensajes de texto — proporcionando a sus consolidados asesores legales algo con lo que trabajar.
Pero a medida que salen más mujeres que dicen haberse acostado con Woods, uno empieza a maravillarse ante su capacidad de multitarea. Es famoso en el campo de golf por su capacidad de concentración casi sobrehumana. ¿Quién iba a decir que entre jugadas también estaba orquestando arreglos logísticos tan complicados? ¿O tenía un caddie al margen del torneo para ayudarle con ese tipo de cosas, igual que Steve Williams le ayuda a elegir entre un hierro del siete o del ocho?
Esta es mi verdadera duda, no obstante: ¿Qué le pasa con el tipo rubia despampanante?
Que nadie que se parezca realmente a la muñeca Barbie se ofenda, pero es verdaderamente raro lo mucho que se parecen entre sí las mujeres relacionadas con Woods. Estoy hablando de pelo largo, un tipo concreto de cuerpo, hasta los rasgos faciales. Mattel podría demandarlas por los derechos de imagen.
?ste podría ser el aspecto más interesante de toda la polémica Tiger Woods — y uno de los más decepcionantes. Se diría que se ha dedicado a demostrarse que se podía acostar con quien le viniera en gana. Pero a juzgar por las pruebas, su objetivo no era la variedad, sino alguna clase de confirmación.
Estoy asumiendo el importante supuesto aquí de que la atracción de Woods era puramente física, pero es que hasta el momento no ha habido pruebas de que hubiera mucho tiempo para conversaciones. Si el adulterio tiene que ver en el fondo con el poder y la satisfacción de la conquista, la autoestima de Woods sólo se impulsaba aparentemente llevando al catre a la clase de mujer que él pensaba que interesaría a los demás hombres — el tipo «Playmate del mes» que Hugh Hefner encumbró como el estándar estadounidense.
Pero el mundo está lleno de mujeres hermosas de todos los colores, formas y tamaños — algunas con pelo corto u ojos oscuros, otras con narices amplias, algunas asiáticas o africanas. Woods parece haber seguido exclusivamente el estándar «oficial» de belleza que es tan convencional que resulta casi asfixiante.
Su gusto por las amantes deja la impresión de que es un hombre que, en el fondo, es inseguro y narcisista a la vez — un fanático del control hasta cuando comete «transgresiones».

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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