E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. Un amigo mío tuvo una vez un Toyota que no se le paró en la vida. El cuentakilómetros tenía solo un vago recuerdo de haber superado los primeros 161.000 kilómetros, la carrocería estaba en un estado lamentable y la pintura había desaparecido, y el interior estaba desgastado, pero seguía funcionando. Finalmente acabó aparcándolo en el aeropuerto, quitó las matrículas y se marchó.

Pero eso fue hace más de 20 años, mucho antes de que Toyota se convirtiera en fabricante de automóviles más grande del mundo. Ahora el pedal del acelerador no funciona bien en algunos de los modelos de la empresa y los frenos no funcionan bien en otros. Una marca que antaño fue sinónimo de «indestructible» se ha convertido en el chiste de los bares de monólogos.

Las acciones de la compañía han perdido el 20 por ciento de su valor durante las últimas semanas, ayudadas por la advertencia lanzada el miércoles por el Secretario de Transportes Ray LaHood de que los propietarios estadounidenses de casi 6 millones de modelos de Toyota y Lexus con el problema del acelerador ni siquiera deben intentar conducir los coches. LaHood rápidamente retiró su apocalíptica advertencia, explicando que todo lo que quería decir era que la gente no debía aplazar la visita al taller. No es lo que yo llamaría mensaje de confianza.

La lección obvia para Toyota: cuidado con lo que deseas. Toyota se dispuso a conquistar el mundo. Al tener éxito, la empresa creció tan rápidamente que su alardeado dominio del control de calidad – la artesanía y el cuidado que hacía que la gente quisiera comprar un Toyota desde el principio – no supo estar a la altura.

Durante años, Toyota dominó la clasificación tanto de calidad en la compra como de fiabilidad. Pero los modelos de la empresa empezaron a empeorar antes del presente desastre de imagen.

Creo que esto es más que un relato de la historia de Ícaro, que voló demasiado cerca del Sol. También puede ser un relato de castigo al estilo Prometeo por haber robado el fuego de los dioses.

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Toyota no es el único ladrón. La semana pasada me dejé caer por el Salón del Automóvil anual de Washington, que se parece mucho a la extravagancia de Detroit pero a pequeña escala. Quise confirmar los rumores de un renacimiento de la industria automovilística estadounidense – y de hecho, tanto Ford como General Motors montaron impresionantes plataformas.

Había mucho entusiasmo por el permanente prototipo del Chevy Volt, un híbrido eléctrico que funcionará casi exclusivamente con electricidad -, pero también hubo rumores del Nissan Leaf, un compacto eléctrico que llegará a los salones de exposición primero. El abanico de tecnologías de automoción de Ford fue impresionante – El Fusion, el Escape – pero había más multitudes agolpándose en los mostradores de los fabricantes de Corea del Sur, especialmente Hyundai. Los coreanos están haciendo lo que hicieron antes los japoneses – ofrecer más prestaciones por menos dinero – y parecen haber resuelto los problemas de control de calidad que una vez plagaban a Hyundai y Kia. En la próxima década, son mis candidatos a comerse a todos los demás.

Pero volvamos a Prometeo: no importa el país de origen de la empresa cuando se abre el capó y no se ve un carburador. Tampoco se ve un filtro de aire, un distribuidor o cualquiera de las demás piezas que los mecánicos de taller con cierta edad recordarán con cariño.

Los automóviles solían ser dispositivos mecánicos. Ahora son catálogos de repuestos que saben para lo que sirven gracias a un ordenador. En la mayoría de los coches, el cambio de velocidad, los pedales y el volante no son más que interfaces de controles electrónicos. Cuando algo no funciona en un coche, ya no se abre el capó y se desmontan piezas del motor una a una como solía hacerse. Se conecta un dispositivo lector y se pregunta al coche qué le pasa.

La tecnología ha hecho más seguros los automóviles, más eficientes y menos perjudiciales para el medio ambiente. Pero un ordenador es tan bueno como su software. Algunos expertos creen que los problemas de aceleración de Toyota en realidad pueden estar causados por errores de programación, no por un pedal defectuoso. Y los frenos del Prius, que no sólo sirven para detener el automóvil sino que también recargan la batería del híbrido, ya han sufrido una actualización del software, según The Wall Street Journal.

La competencia de Toyota no debería ser tan chulita. Sus coches son también son controlados digitalmente, y por lo tanto igualmente susceptibles a la era de la tecnología de la información – el fuego robado del Monte Olimpo. Levante la mano si cree que es una gran idea hacer los coches tan fiables y libre de problemas como, glups, nuestros ordenadores.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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