Richard Cohen: odio que no se puede combatir a golpe de legislación
Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.
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Richard Cohen – Washington. James von Brunn, que presuntamente abrió fuego y disparó a un guardia de seguridad en el Museo Conmemorativo del Holocausto, es al parecer un racista consumado. Su ex esposa dice que su odio a negros y judíos «le devoró como un cáncer», por lo que podría parecer adecuado que además de haber sido imputado la semana pasada por asesinato en primer grado y tenencia ilícita de armas, también fuera acusado de un delito de incitación al odio racial. A los 89 años de edad, es la demostración de que nunca se es demasiado viejo para odiar.
También demuestra la estupidez de las leyes contra los delitos de odio. Una primera justificación de estas leyes es que algunos delitos realmente afectan a una clase de personas. El proyecto de ley de crímenes de odio aprobado recientemente por el Senado lo expresa de esta forma: «Un rasgo notable de un delito violento que tiene el racismo como móvil es que no sólo afecta a la víctima real… sino que con frecuencia destroza a la comunidad que comparte los rasgos que hicieron que la víctima fuera seleccionada». No lo dudo. Pero, ¿en qué se diferencia este delito de la mayoría de los demás delitos?
En primer lugar, vamos a examinar la cuestión de a qué «comunidad» intentaba afectar von Brunn presuntamente. ?l irrumpió en el Museo del Holocausto, que recuerda a los 6 millones de judíos asesinados por los Nazis y sus colaboradores. No puede haber símbolo más conmovedor para la comunidad judía. Sin embargo, von Brunn no asesinó a un judío, sino a un afroamericano – el guardia de seguridad Stephen Tyrone Johns.
Por tanto, ¿qué comunidad se vio afectada por este extraño acto casi suicida? ¿Es la comunidad judía o la comunidad negra? Puesto que Von Brunn odiaba a las dos, se podría argumentar que no importa. Pero puesto que ninguna de las dos comunidades pone gran énfasis ya en el incidente, la respuesta también podría ser «ninguna de las dos». Entonces, ¿cuál es la razón de aplicar las leyes de crímenes de odio a lo que supuestamente hizo von Brunn? Ni idea. ?l ya se enfrenta – a los 89 años, recuerde – a una cadena perpetua, y en su caso, a la pena capital.
El verdadero propósito de las leyes de delitos de odio es tranquilizar políticamente a los grupos influyentes – negros, hispanos, judíos, homosexuales, etc. ?? con que alguien se preocupa por ellos y toma en serio sus temores. Eso es bonito. No cambia el hecho, sin embargo, de que lo que se está castigando es el pensamiento o la expresión. John está muerto sin importar lo que crea von Brunn. La pena por homicidio es grave, de forma que tampoco es que el delito vaya a quedar impune. La coletilla «después» en un delito de odio carece de consecuencias reales, salvo como precedente del castigo por pensamiento o expresión. Las cuestiones delicadas supuestamente nos rodean por doquier, pero ésta es la leche.
Vamos a suponer que la «comunidad» se ve afectada realmente por lo que llamamos un crimen de odio. Soy judío. Pero incluso con el ataque de Von Brunn, me veo más afectado por un atraco en mi barrio que me pueda disuadir de pasear por la noche que por un tiroteo en el museo del Holocausto. Si hay un asesinato en un parque, no pasaré por él durante meses. Si hay una violación, las mujeres no van a ir a ese parque. Si se produce una tras otra, las mujeres sabrán que hay un verdadero radical suelto. La violación, sin embargo, no es un crimen de odio. ¿Por qué no?
Dudo que algún grupo de borrachos bravucones vaya a vacilar en su paliza a un homosexual o un afroamericano o un judío por tener conocimiento de que se trata de un delito de odio. Si no se ven disuadidos ya por las penas convencionales – la cárcel, etc. – entonces ¿qué penas adicionales van a disuadirles? Y si, de hecho, mantuvieran la boca cerrada, se abstuvieran de pronunciar las palabras negrata, maricón o judata y simplemente hicieran que la paliza o el asesinato parecieran provocados por el insulto o cualquier otro motivo, entonces no se les acusaría de odio – sólo del asesinato o de algún desorden público. Si, sin embargo, dieran rienda suelta a sus pensamientos, tendrían verdaderos problemas.
En su mayor parte, la legislación sobre delitos de odio no es más que una compensación a los grupos de interés políticamente influyentes – otro ámbito más en el que los izquierdistas, tradicionalmente sensibles a las cuestiones de libertades civiles, han optado por calmar a toda una población a expensas de los individuos y por apoyar el razonamiento desacreditado por encima de la disuasión.
En el caso de Von Brunn, los cargos por delito de odio son una obscenidad. Sugerir que los efectos de este ataque se sintieron solamente entre las comunidades judía o negra – y no, por ejemplo, por el turista medio de Washington – encierra en guetos a sus víctimas reales o presuntas. Es una consecuencia que el propio von Brunn aplaudiría.
Richard Cohen
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