Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

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Richard Cohen – Washington. El viaje de Barack Obama a Copenhague para lanzar a Chicago a las Olimpiadas sería un movimiento estúpido con independencia del resultado. Pero como se vio después (descarte airoso no sería una mala descripción), plantea algunas dudas de su presidencia que son mucho más importantes que escoger el lugar apropiado para la competición de natación sincronizada. La primera duda, y en mi opinión la más importante, es si Obama tiene presente o no quién es. Este asunto del auto-conocimiento no es una cuestión baladí. Reviste gran relevancia de cara a la cuestión más crucial a la que se enfrenta este joven presidente que no ha sido aún puesto a prueba: Afganistán. Ya hemos visto a su elección de jefe de Afganistán, el General Stanley A. McChrystal, seguir el ejemplo de su jefe del estado mayor y decirle públicamente lo que tiene que hacer. Esta estrella MacArthuresca a su vez pidió una respuesta Trumanesca, pero Obama no ofreció nada por el estilo. En cambio, utilizó a McChrystal como punta de lanza, sumando un poco de gravedad de cuatro estrellas a ese tonto viaje a Copenhague obligando al General a reunirse con él allí.

Este es el presidente que tenemos ahora: Despierta gran afecto, pero no mucho temor. Es esto último, sin embargo, lo que más importa en los asuntos internacionales, donde las pruebas más importantes y más visceralmente desgarradoras esperan a Obama. Si sigue siendo coherente con su propia retórica de apenas el pasado agosto, enviará más tropas a Afganistán y más de ellas morirán. «Esto no es una guerra de elección», dijo. «Esta es una guerra de necesidad. Los que atacaron a Estados Unidos el 11S están conspirando para hacerlo de nuevo. Si no se controla, la insurgencia talibán supondrá un refugio aún mayor desde el que al-Qaeda planeará matar a más estadounidenses».

Obama podría haber ido más lejos. No sólo los talibanes serán restaurados, sino que la insurgencia podría consumir Pakistán. Si eso sucede, entonces una potencia nuclear podría convertirse en un estado desestructurado – muy cerca de lo cual Pakistán está ya – y las armas atómicas podrían caer en manos de organizaciones terroristas. La India, justo al lado y con contundente antipatía al terrorismo islámico, bien podría actuar por su cuenta. El baño de sangre que los británicos trataron de limitar en 1947 cuando la partición del subcontinente podría reanudarse – esta vez con armas nucleares.

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Los peligros en Afganistán son enormes. Pero no son solo nuestros. Rusia está cerca. También China e Irán. Entonces, por qué los estadounidenses tienen que derramar la mayor parte de la sangre por un Afganistán libre es sólo una de las preguntas que Obama tendrá que responder. Otra es por qué los estadounidenses tienen que morir por un grupo de posibilidades que parecen remotas a la mayoría de la gente.

América, después de todo, tiene escasa tolerancia a la pérdida de vidas. El asesinato de ocho soldados estadounidenses en Afganistán durante el fin de semana fue noticia de primera plana. Compárese eso con las cifras de Vietnam – 61 muertos de un solo batallón en un solo enfrentamiento en 1967. En cuanto a los talibanes, no sólo no aprecian la vida, sino que prescinden libremente de ella en los atentados suicida. Es imposible concebir un atacante suicida americano.

La guerra en Afganistán es eminentemente más ganable que la de Vietnam. Los talibanes distan mucho de ser universalmente queridos o admirados. Sin embargo, la guerra requerirá más que un compromiso significativo de tropas y, por supuesto, dinero. Se necesitará un liderazgo presidencial, un mantenimiento coherente del rumbo ?? una implacable confianza en que se ha tomado la opción correcta a pesar de lo que pueden ser costes muy elevados. Estoy pensando ahora en las noches de Lyndon Johnson en vela en la sala de estrategia, una angustia personal que desmentía la creencia feliz de las manifestantes contra la guerra de que el presidente era un ogro belicista.

Los realistas de la política exterior cuestionan que algún esfuerzo pueda tener éxito en Afganistán. Posiblemente tengan razón. Los intervencionistas, si se me permite llamarlos así, sugieren que los realistas no están siendo realistas – que Afganistán importa y que importa mucho más que Irak o, antes de eso, Vietnam y que podemos triunfar. Posiblemente tengan razón.

Sin embargo, lo más definitivo del realismo es que el presidente se mida y calibre quién es: ¿Tiene el estómago y el compromiso para lo que es probable que sea una guerra impopular? ¿Va a enviar más tropas, pero reducirá riesgos no enviando las suficientes – para que las muertes sean en vano? ¿Qué es lo que cree, y pedirá a los estadounidenses morir por ello? Sólo él sabe las respuestas a estas preguntas. Sin embargo, basándose en sus bandazos hasta la fecha y la sugerencia del viaje de Copenhague de que la gravedad sombría de la Presidencia está aún por hacer acto de presencia, tenemos motivos para la duda.

Richard Cohen

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