Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

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Richard Cohen – Washington. Según su propia versión, Bernard Madoff era una versión del asesino en serie que deja notas que dicen: «Deténganme antes de que vuelva a matar». En el caso de Madoff, esperaba a que la Comisión de Valores y Cambio le preguntara cómo sustrajo miles de millones de dólares, sin invertir nunca ni un centavo, y presentar al parecer constantes relaciones de beneficios fruto de inversiones. La respuesta, según parece, es que había cómplices – los policías totalmente incompetentes de la Comisión de Valores que siempre dejaban escapar a Madoff: «Me gustaría que me hubieran cogido hace seis u ocho años.» Al resto del mundo también. Madoff pronunció esas palabras tan populares el pasado junio cuando dijo a H. David Kotz, el inspector general de la Comisión de Valores y Cambio, cómo se las arregló para estafar a algunos de los inversores más hábiles de América hasta dejarlos sin miles de millones de dólares. El chiringuito de Madoff fue la esencia de la simplicidad absoluta. Se basó tanto en la bondad de los extraños como en la estupidez de los investigadores. Funcionó de maravilla.

Madoff en persona dijo estar consternado por su buena suerte. En los documentos desclasificados hace poco, cuenta que la Comisión se puso en contacto con él en seis ocasiones distintas para preguntarle, más o menos, «Bernie, ¿cómo lo haces?» ?l daba respuestas complejas, dejaba caer algunos nombres y después esperaba a ver si era esposado. Todo lo que los detectives tenían que hacer, después de todo, es cotejar los datos con la oficina central de Wall Street para ver que no estaba haciendo ninguna operación de compra o venta en absoluto . «Si busca una estafa piramidal, es lo primero que hay que hacer,» decía Madoff a Kotz. «Les habría sido fácil verlo».

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Pero ninguno de los investigadores vio nada. Una y otra vez los federales actuaron en respuesta a una queja o una sugerencia con respecto a Madoff y no encontraron nada. Sería tranquilizador que el inspector general hubiera descubierto que algunos de los detectives estaban en nómina y que Madoff les había ofrecido puestos en Wall Street cuando crecieran. Pero no era el caso. Los investigadores fueron honrados – sólo que increíblemente incompetente.

También fueron, a su propia torpe manera, cómplices del delito de Madoff. Cada vez que le exoneraron de cualquier enredo, él los utilizó como recomendación. «Cuando los inversores potenciales manifestaban sus dudas a la hora de invertir con Madoff, él citaba las auditorías de la Comisión para establecer su credibilidad y dispersar las sospechas o dudas de los inversores,» declaraba Kotz el pasado septiembre ante la Comisión de Banca del Senado. El inspector general descubría que con frecuencia Madoff decía voluntariamente que había sido investigado. Limpio como una patena. No hay ningún indicio de lo contrario.

La cara de Madoff tendría que flotar en los cielos de cada ciudad de nuestro país de los justos. ?l representa el fracaso de una ideología petulante y de un mercado de valores tan alejado de la producción real de riqueza que ni siquiera los inteligentes inversores tenían idea de lo que estaba pasando y en su lugar creyeron en la alquimia financiera: Madoff sabía fabricar oro partiendo de mentiras. Ponga su dinero en sus manos. Deje que trabaje – «Que haga esa magia que sabe hacer tan bien», como habría dicho Cole Porter.

Pero hay otra lección en esto, y tiene que ver con los tontos de la Comisión. Es bastante fácil, como acabo de hacer, ponerles motes y concluir que el gobierno no sabe hacer nada a derechas.

Otra lección es la más adecuada. Tras años de Republicanos (y algunos Demócratas) insistiendo en que el mercado siempre tenía razón, que siempre se corrige a sí mismo, que era mágico y atractivo, una manifestación de Dios y Dios sabe qué más, y que el gobierno, ese ratero con mal aliento, no sabía hacer nada bien, finalmente tenemos un gobierno que, al menos en este caso, realmente no supo dar pie con bolo. El talento entró en el sector privado, donde no sólo está el dinero sino también el prestigio. El respetado servidor público se transformó en el burócrata odiado – no la solución a cualquier problema, sino el problema en sí, en la formulación simplista de Ronald Reagan, cuya contribución a los males de nuestro tiempo aún no ha sido plenamente apreciada.

La lectura del testimonio de Kotz es simplemente repugnante. Se arruinaron vidas. Filántropos fueron arruinados y la filantropía se declaró en quiebra. El Congreso está echando un vistazo a lo sucedido y cómo ocurrió – y ciertamente, como es su costumbre, culpará de todo a tal o cual persona o agencia. Pero a menos que el propio Congreso esté decidido a hacer cambios estructurales, a acercarse a este desastre como lo haría el tan cacareado sector privado y establecer un sistema en el que se recluta el talento y se paga bien, y donde la labor del gobierno es nuevamente honrada, entonces no habrá aprendido nada del desastre Madoff. Madoff esperaba más de este gobierno. ¿Por qué nosotros no?

Richard Cohen
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