Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

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Richard Cohen – Washington. Entre los antiguos alumnos del Instituto Far Rockaway de Queens, N.Y., hay tres Premios Nobel — dos de Física (Richard Feynman, Burton Richter) y uno de Medicina (Baruch Blumberg) — además de una pionera del baloncesto femenino (Nancy Lieberman), una psicóloga de prestigio (Joyce Brothers), un financiero (Carl Icahn) y, para consternación y gran tristeza, Bernard Madoff, promoción de 1956. Aparentemente, no me gustaba ni siquiera por entonces.Yo estaba en la promoción de 1958, dos cursos por detrás de Bernie, pero en la misma clase que su mujer, Ruth. Ella era amiga mía, o eso sugiere claramente nuestro anuario, aunque mi recuerdo de nuestra amistad ya no está muy vivo. La recuerdo sólo como realmente guapa, un objeto de deseo en unas clases u otras. Pero en el anuario ella puso una larga inscripción. Al parecer yo la provocaba. Parece que bromeaba a costa suya. Ella me perdonó todo eso y acabó escribiendo que me «encontraría a Bernie en el baile — y garantizo que saludará.»

Hola, Bernie. Adiós, Bernie.

Otros en mi curso no dijeron adiós a Bernie hasta que fue demasiado tarde. A través de Ruth, invirtieron con él — sumas modestas, un porcentaje de beneficios de unas vacaciones humildes, los ahorros de un profesor. Con el tiempo, se extendieron los rumores del talento de Bernie con el dinero, y otros intentaron entrar en su círculo de inversiones. Si no podían, pedían ayuda a aquellos que ya estaban dentro para ver si ellos podían meterlos. La respuesta era sí.

Ahora su dinero, los ahorros de su vida, todo se ha esfumado. Extrañamente, ellos están en mucha mejor situación que algunos de los inversores más ricos de Bernie. Mi amigo Ted tiene su pensión de profesor del sistema público de enseñanza de Nueva York, mientras que los muy ricos, que invirtieron todos los fondos de su jubilación con Bernie, han quedado totalmente desplumados. Lo lamento mucho por ellos. Me identifico con ellos. No son, como se dice a veces, codiciosos. La Bolsa era un misterio. Parecía desafiar a la lógica. Ellos dejaban que Bernie se ocupara de ella. Yo habría hecho lo mismo.

Pero Bernie y yo no nos hablábamos. Tampoco hablamos en el baile. Mi dinero fue invertido en otros lados — la cuenta de ahorro para la jubilación que proporciona mi empresa y algunos patéticos chapoteos en el mercado. Ahora tengo más dinero que muchos de aquellos que conocían a Bernie. Esta resulta haber sido mi estrategia de inversión: pura chorra.

Cuando cuento a la gente mi relación con Bernie y Ruth, a veces resuellan. Cuando les enseño el anuario, contienen la respiración igual que si se tratara de una serpiente venenosa. Mi anuario es lo más cerca que la mayoría de la gente estará nunca del mal. Bernie es malévolo, que es lo que dijo el juez el lunes al condenarle a 150 años de prisión. El anuario se ha vuelto una especie de instrumento Nazi. Resulta atractivo. Resulta repulsivo. Trata del mal.

Para entender por completo la perversión de Bernie, hay que saber algo de Maimónides. Era un sabio judío del siglo XII, nacido en España pero muerto en Egipto (donde fue el médico de la corte). Entre otras cosas, plasmó en un código la solemne obligación de ser caritativo. Era esta obligación la que tantos de los inversores de Bernie llevaban a rajatabla. Era la satisfacción de esta obligación lo que les daba derecho al ingreso en sus clubs de campo. Pensaban estar haciendo el bien. Para ellos, igual que para Maimónides, ser rico no bastaba. También hay que ser caritativo. Bernie se llevó el dinero destinado a caridad. Bernie les tomó el pelo a todos.

Esto es el mal. No es robar a los ricos, como se ha caracterizado en ocasiones, sino a los pobres — a los enfermos, a los estudiantes, a los refugiados, a los oprimidos políticamente. La lista de perjudicados o hundidos por Bernie es larga. Robó a sus amigos. Robó a su familia. Robó a mis amigos. A su condena, Ruth le denunciaba. De acuerdo. Ella dijo no poder creer lo que él había hecho. «El hombre que cometió este horrible fraude no es el hombre que conozco desde hace todos estos años.»

El 50 aniversario de la promoción del 58 se celebró más o menos un mes antes de que el entramado de Bernie se viniera abajo. Ruth y él llegaron y aunque no reparé en su presencia — distraído por los demás, supongo — me cuentan que fueron recibidos cálidamente y saludados y abrazados. Pero después de eso, nadie les hizo mucho caso. Después llegó la noticia y los correos electrónicos zumbaron de un lado a otro. Pinchado por un reportero, exhumé el anuario y quedó impactado al descubrir la inscripción. Resulta que yo conocía a Ruth. Resultó que ella nunca conoció a Bernie.

Richard Cohen
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