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Un aniversario triste. El 5 de abril de 1992, Suada Dilberovic y Olga Sucic fueron abatidas y asesinadas. Asistían a una manifestación pacifista en Sarajevo cuando francotiradores serbios abrieron fuego. Las dos mujeres fueron las primeras de las más de 100.000 personas asesinadas durante los años siguientes. La guerra bosnia había comenzado.También es un aniversario instructivo. Gran parte de lo que caracterizó la guerra bosnia, actos de barbarismo repulsivo incluidos, está teniendo lugar ahora en Siria. Una vez más, somos testigos de carnicerías sectarias. Una vez más, nos enfrentamos a un entramado de poblaciones, religiones, sectas, tribus y clanes. Una vez más, somos advertidos de los formidables desafíos de la orografía — el desierto sirio, las montañas sirias, las ciudades sirias. Una vez más nos dicen que armar a la oposición agravaría la masacre.

Richard Cohen

Columnista en la
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desde 1984.

 

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Todos estos argumentos se expusieron a tenor de Bosnia. El libro «Espectros de los Balcanes» se había publicado en 1993. Era un buen libro, leído por Bill Clinton, el entonces presidente. Robert Kaplan, el autor, fue retirando una capa de nacionalidades y religiones tras otra — una península balcánica poblada por grupos étnicos conocidos únicamente entre los coleccionistas de sellos. Era un palco religioso — católicos romanos, católicos ortodoxos, musulmanes y judíos viviendo en inquietud armoniosa. Kaplan lo retrata como un lugar misterioso y profundamente exótico de reyertas y política incomprensible. El mensaje del libro era inconfundible: guardar distancias.

Clinton lo hizo. Creyó tener razón. Yo había visitado la región. Era un lugar que intimidaba con odios rabiosos y terreno angosto — montañoso y boscoso. Un árbol caído podía detener a un regimiento. El clima — frío y nevado en las alturas, cálido y con niebla en los valles — podía obstaculizar el bombardeo. Me pareció que Bosnia no era lugar para que interviniera América ni la OTAN. Me equivocaba. Clinton cambió de rumbo finalmente y la OTAN bombardeó. Funcionó; la masacre terminó.

Los «Amigos de Siria» llegan ahora lentamente a la conclusión de que hay que hacer más por ayudar a los insurgentes. Esta coalición difusa, creada porque Rusia y China obstaculizan cualquier medida de las Naciones Unidas, afirma ahora que va a brindar a la oposición Siria fondos y equipo de comunicaciones. Es un paso — un paso pequeño, a la sazón — en la dirección adecuada, pero por el momento no se van a enviar armas. Aun así, este lento avance hacia la intervención tiene que dar cuenta de la oferta de alto el fuego de última hora por parte del gobierno sirio. También esto tiene un precedente bosnio — prometer mucho, no hacer nada.

La insurrección siria es a estas alturas, en realidad, una guerra civil. Más de 9.000 personas han perdido la vida, civiles en su mayoría. Para el Presidente sirio Bashar al-Assad, no hay vuelta atrás. Nunca va a acceder a ningún plan dentro del cual rinda poderes porque eso se traduciría en su muerte. (Podría, no obstante, abandonar el país y de esa forma Occidente contendría los ánimos de imputarle crímenes de guerra). El precio no va a hacer sino subir. Se avecinan muchas más masacres.

Los Amigos de Siria se agitan. En el encuentro mantenido el domingo en Estambul, la Secretario de Estado Hillary Clinton destacaba que Assad, como sabía todo el mundo, no ha cumplido con su acuerdo con Kofi Annán de poner fin a los combates. «El mundo tiene que juzgar a Assad por lo que hace, no por lo que dice», dice la Clinton. Sí, desde luego. Y lo que hace es asesinar a sus compatriotas sirios. Lo que hacen los demás es prácticamente nada.

Hillary Clinton es la última persona del mundo a la que hace falta recordarle las lecciones de Bosnia. Estaba en la Casa Blanca cuando su marido se desmintió y autorizó el bombardeo que puso fin a la guerra. Estará escuchando idénticas razones para no armar a los rebeldes, para no bombardear las posiciones de los efectivos regulares sirios o para no bombardear los ministerios. También estará escuchando las mismas advertencias — advertencias de expertos que le hablarán de los chiítas y los sunitas y los alauitas y de que nadie sabe al menos quién encabeza a la oposición.

Es un caos. Pero siempre es un caos. Ayudar a establecer un liderazgo depende de Estados Unidos. Estas cosas tienen su aquel y el Departamento de Estado sabe cómo se hace. También hay una inevitable progresión en favor de tales conflictos y Bosnia ilustra el caso. La guerra siria se agravará. Muchas más personas van a perder la vida y, finalmente, Estados Unidos tendrá que demostrar cómo se hacen estas cosas a Turquía y Arabia Saudí.

El puente donde Suada Dilberovic y Olga Sucic fueron abatidas lleva ahora su nombre en su honor. A lo mejor hay alguna ceremonia. Habría que invitar a los Amigos de Siria. Allí hay lecciones que sacar.

Richard Cohen
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