Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

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Richard Cohen-Washington. A diferencia de Moisés Herzog, el personaje homónimo de la novela del escritor Saúl Bellow «Herzog», yo no redacto febrilmente cartas dementes que remitir a figuras públicas o instancias gubernamentales siniestras (la agencia tributaria, por ejemplo). Pero con frecuencia respondo gritando al televisor. Eso me pasó el domingo cuando la periodista de CNN Candy Crowley preguntó al congresista Peter King por el contenido real de las vistas legislativas convocadas con motivo del fundamentalismo musulmán. «Buena suerte, Candy», le grité, tras haber planteado la misma pregunta al gabinete de King la víspera. Aquí, estoy seguro, tiene la respuesta: El motivo de las vistas es Pete King.

King es el secretario del Comité de Interior de la Cámara de Representantes estadounidense. El jueves, abrirá las vistas con una intervención acerca de lo que sea. Su título oficial es «El alcance de la radicalización de la comunidad musulmana estadounidense y la respuesta de la comunidad». La última parte – «la respuesta de la comunidad» – King ya la tiene clara. La comunidad musulmana estadounidense está resentida y ha demostrado su valor, entre otros sitios, en el distrito electoral de King en Long Island. King cree que está siendo excesivamente sensible.

Por casualidad es un hecho inconveniente que justo el mes pasado, un experto en terrorismo de la Universidad de Carolina del Norte, Charles Kurzman, informó de un acusado descenso en las actividades terroristas reales o frustradas cometidas por musulmanes estadounidenses — 47 autores materiales y sospechosos en 2009, 20 en 2010. Esto no quiere decir que no haya ninguna amenaza, pero cuando se compara con la delincuencia violenta, es leve. De hecho, la amenaza de los no musulmanes es mucho mayor, abarcando no sólo a los delincuentes mediocres sino comprendiendo alrededor de 20 conspiraciones nacionales terroristas, incluyendo una en la que se empotró un avión contra unas oficinas de la agencia tributaria en Austin, Texas. Herzog escribía simplemente cartas imaginarias.

Los resultados del estudio Kurzman son cada vez más inconvenientes. Resulta que a la hora de denunciar presuntas conspiraciones terroristas, «la mayor fuente con diferencia de información inicial (48 casos de 120) se vincula a las pistas procedentes de la comunidad musulmana estadounidense». Esto no sólo contradice la acusación implícita de King de que la comunidad musulmana estadounidense es un catalizador monumental del terrorismo, sino que insinúa que uno de los resultados de la vista legislativa convocada va a ser una mayor alienación de esta comunidad — y una menor cooperación con las autoridades.

King está sentando un precedente peligroso. La administración no pinta nada examinando a ningún grupo religioso pacífico porque un puñado de fieles haya violado la ley. Si lo hiciera, tendría que examinar a la Iglesia Católica Romana, que claramente encubrió– o puede estar todavía encubriendo — los delitos sexuales de los sacerdotes y otros miembros. El colectivo BishopAccountability.org dice que «puede que más de 100.000 menores» hayan sido objeto de abusos sexuales cometidos por religiosos católicos de una variante u otra desde 1950. Cerca de 6.000 sacerdotes han sido acusados de abusos durante ese tiempo — el 5,3% del total. Casi ninguno de ellos ha llegado a pisar una audiencia de justicia, y en muchos casos los delitos fueron encubiertos y se permitió que los delincuentes salieran de rositas.

El Congreso, no obstante, no ha investigado a la iglesia y puede apostarse su plan de jubilación a que no lo hará — ni siquiera si existen abundantes pruebas de que hay una conspiración integral para proteger a los sinvergüenzas. La iglesia, no obstante, es políticamente poderosa y, de todas formas, tenemos una tradición refinadísima en este país de que el gobierno aleje sus narices de la religión.

En el caso de la comunidad musulmana estadounidense, no hay ninguna prueba de ninguna conspiración centralizada que implique al terrorismo o que los musulmanes estén menos cansados o sean menos contrarios al terrorismo que los no musulmanes. Ni un solo funcionario público ha sugerido lo contrario y cualquier información (insignificante) manejada por estas vistas será sin duda compensada por la comodidad que van a proporcionar a los fanáticos antimusulmanes. Se ha montado un manicomio político en América organizado en torno a la vehemente convicción de que el Presidente Obama es musulmán y por tanto no es un estadounidense de verdad.

Aquí reside el verdadero daño que causa King. Inherente a su retórica y a su insistencia en mantener la celebración de sus vistas es la insinuación de que el islam no es en sí mismo americano. Esto, por supuesto, es lo que decía la gente hace mucho del catolicismo romano. El movimiento acertadamente bautizado como Desconocedores a mediados del siglo XIX estaba organizado en torno a esa opinión.

El terrorismo sigue siendo una amenaza y existe algo llamado terrorismo islámico — o, dicho de otra forma, terrorismo perpetrado en nombre del islam. En este país, gran parte de la amenaza interna sale de un número muy reducido de jóvenes enardecidos cuya incompetencia con frecuencia simplemente provoca sorpresa. No son más representativos de la comunidad musulmana estadounidense que un sacerdote cachondo de Peter King. Tan bajo como está el rasero, el Congreso tiene mejores cosas que hacer.

© 2011, The Washington Post Writers Group

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