Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

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Richard Cohen -Washington. El siglo XIX, como todos sabemos, no terminó en el año 1900 sino 14 años más tarde, cuando Gavrilo Princip asesinó al Archiduque Franz Ferdinand -y el mundo perdió el rumbo inmediatamente. De una forma parecida, el siglo XX no terminó hasta este mismo año cuando, entre otras cosas, el Presidente Barack Obama dio a entender que no descartaba hablar con los elementos más moderados de los Talibanes. Lo que Henry Luce llamó «el Siglo Americano» ha terminado.

La aparente disposición por parte de Obama a clasificar a los Talibanes en desagradables y menos desagradables sólo es la señal más reciente de que un realismo estéril pero necesario se ha asentado en la política exterior estadounidense. Apenas en los últimos días, la administración Obama ha indicado estar dispuesta -por el momento- a morderse la lengua en lo referente a los contundentes abusos de los derechos humanos por parte de China y ha presionado «el botón de reinicio» en sus relaciones con Moscú, formas neo estalinistas de Vladimir Putin aparte. En cuanto a la insistencia de Israel en ampliar los asentamientos de Cisjordania, la Secretario de Estado Hillary Clinton lo criticaba por «ser de poca ayuda» -un susurro de reprimenda que, en la transcripción, debería ir correctamente en cursiva.

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La administración Obama está hablando con los sirios. Está dispuesta a hablar con los iraníes. Departirá con los norcoreanos. Ha dado un golpe de timón alejándose de lo de «Eje del Mal» y, en general, ha huido del lenguaje de tintas cargadas de los años Bush precedentes, en especial en todo lo referente a guerras contra el terrorismo y expandir la democracia. ?sta es una administración que emocionará a Brent Scowcroft, el archi-realista, que nunca ha confundido política exterior con misiones, incluso si ambas normalmente se desarrollan en el extranjero.

Esto es bueno, en general. Hasta George Bush había empezado a darse cuenta de que se había extralimitado, proyectado demasiado, lanzado sin pensar en las consecuencias y sin analizar las repercusiones. La guerra de Irak está entrando en su séptimo año y la de Afganistán viene durando aún más tiempo. Los Talibanes han venido y se han ido, y el movimiento democrático en Oriente Medio se ha marchitado en una total ausencia de entusiasmo, por no decir de líderes democráticos.

Obama no tendrá ninguna queja por parte de la izquierda con su nueva política exterior. El progresismo se ha lavado las manos de cualquier componente moral acusado. Eso -en una rabiosa exageración- es ahora provincia exclusiva del conservadurismo. El progre New York Review of Books publicaba recientemente una carta abierta firmada por notables del mundo literario solicitando a Obama que «negocie con los Talibanes (y) retire todas las tropas de Afganistán.? No se mencionaba por ninguna parte al vacilante vecino de Afganistán, Pakistán, ni su arsenal nuclear, ni a esos efectos a las menores afganas que han tenido el descaro de ponerse el mundo por montera y abrir un libro.

Ahí mismo está el peligro que corre Obama. Los Talibanes son malos. Matan a sus detractores. Son repulsivos con las mujeres y cuando gobernaban Afganistán, protegieron a al-Qaeda. En Vietnam siempre era posible insistir en que los comunistas realmente eran reformistas agrícolas -o cualquier otra formulación insensata- y así, en cuanto Estados Unidos capituló, el horror resultante fue una total sorpresa para muchos. Nadie, sin embargo, se podrá sorprender de lo que hagan los Talibanes. En el pasado más fresco, lo han hecho ya.

Winston Churchill presuntamente pidió a su esposa que retirara de la mesa un pudín -porque ??no tiene ningún carácter.? De la misma forma, la política exterior «realista» también carece de carácter, o siendo más precisos, de cualquier deseo irreprimible de hacer bien. Los enemigos de América nunca son nuestros enemigos simplemente; ellos son los malos. Nosotros los buenos. Es así como nos vemos. El abandono a su suerte de Vietnam fue repugnante de ver. La mutilación de las escolares a manos de fanáticos Talibanes no va a ser diferente.

Obama acierta en ser realista y al abandonar la retórica rimbombante. El moralismo sale caro -caro en términos de sangre y dinero. Esta es la nueva realidad. El peligro es que demos la espalda -no aislacionistas, porque eso es imposible- sino financieramente agotados y airosamente indiferentes al resto del mundo.

?ste es un momento delicado para un presidente joven. ?l remata un siglo, e inicia otro. Dicho sucintamente, presentó la esencia de su enfoque sobre la política exterior en un folleto sacado de un libro recientemente reeditado obra del difunto teólogo Reinhold Niebuhr. [Obama] Escribió que del trabajo de Niebuhr extrajo «la atractiva idea de que en el mundo hay un mal serio, y dificultades y dolor.? Añadía que «debemos ser humildes y modestos en nuestro convencimiento de poder eliminar esas cosas. Pero no debemos utilizar eso como excusa para el cinismo y la indiferencia.?

Esta es, pues, la Doctrina Obama: sabiamente, optar por nada.

Richard Cohen.

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