Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

Sobre Cohen

Sus columnas, ahora en radiocable.com

Otros columnistas del WP

 

   

Richard Cohen – Washington. La mañana de ese primer día, antes incluso de que despertara, los mercados a ultramar — el Nikkei, el DAX, el FTSE 100 — se habían desplomado y el mundo había cambiado. Besó a su esposa y se dirigió a la ducha. Mientras corría el agua, la situación en Citigroup siguió siendo espantosa, y cuando hizo el cálculo mental, se dio cuenta de que uno de los bancos más grandes América estaba en quiebra.

Alcanzó una toalla.

Mientras se vestía, las tribus de la cuenca inferior de Afganistán empezaban a avanzar hacia la frontera con Pakistán. En el Valle Korengal en la provincia de Konar, un helicóptero estadounidense había sido abatido y los Talibanes reivindicaban el ataque. Dentro del propio Pakistán, un grupo terrorista afiliado a al-Qaeda reclutaba científicos que infiltrar en el programa de armas nucleares de alto secreto del país.

Sus dos hijas irrumpieron alegremente en el dormitorio.

Durante el servicio religioso de costumbre, más niños fallecían de cólera en Zimbabue y Darfur se hundía más en la miseria. Se producían disturbios en Estonia, Latvia y Bulgaria, y hay quien sospecha de la instigación rusa. Pakistán. Afganistán. Estado fallido. Estado que falla. Armas nucleares.

El sacerdote concluía su sermón.

De vuelta en Blair House, miró a la Casa Blanca al otro extremo de la calle. En Nueva York, los mercados habían abierto y nada era lo que solía ser. Mientras miraba por la ventana, 2.031 estadounidenses eran informados de que habían perdido sus empleos, se declaraban más quiebras, más hipotecas eran ejecutadas y organizaciones de caridad a montones desaparecían, y en la fría calle la cifra de indigentes crecía uno a uno.

Publicidad

?l decidía cambiar de corbata.

Demasiados niños no iban a la escuela y muchos sacaban notas por debajo del nivel para pasar curso. Los chinos no compran deuda estadounidense. Los indios están a punto de seguir la tendencia. La Canciller alemana Merkel no va a reforzar su plan de estímulo y sin él, la mayor economía de Europa no pondría de su parte. Los rusos habían vuelto a abastecer Ucrania de gas, pero podrían volver a cerrar la espita de nuevo. Tropas norteamericanas seguían muriendo en Irak y los niveles de efectivos se duplicaban en Afganistán. Esta guerra ya no es la de George Bush.

Es hora del café acostumbrado con el presidente saliente y la primera dama.

Mientras pasaba el mostachón, la Portavoz Pelosi seguía fijando su propia agenda, falta probablemente de la costumbre de seguir el liderazgo de un presidente. Estaba alterando la combinación de gastos y recorte fiscal. El rescate bancario no estaba teniendo éxito pero tampoco fracasaba, y el secretario del Tesoro entrante no había pagado todos sus impuestos. El país contraía una deuda tan abultada que era la versión monetaria de un agujero negro. Se podría arrojar el sistema bancario entero dentro y éste desaparecería.

Agradeció a los Bush el café.

Durante el paseo de un kilómetro y medio desde la Casa Blanca al Capitolio, el dólar perdió terreno frente al yen, el euro lo perdió frente al yuan de China y 1,2 millones de niños abandonaban la escuela a causa de algún incidente. Corea del Norte amenazaba de nuevo a Corea del Sur. Pyongyang decía haber preparado el suficiente plutonio para fabricar cuatro o cinco bombas nucleares. Los enfurecidos israelíes podrían no haber acabado en Gaza y gran parte del mundo trataba a Hamás como si de una organización de liberación nacional de los viejos tiempos se tratara. Instintivamente se echó la mano al cinturón: la Blackberry no está. Tanta información en tan poco espacio representaba una advertencia constante de lo que podría suceder. También las armas se pueden miniaturizar. No se necesita ninguna escuadrilla. Sólo fanatismo. Sólo el implacable odio.

El atril de la investidura es más grande de lo que esperaba.

El programa nuclear iraní había avanzado esa mañana. Enseguida el mundo árabe respondería con programas propios, una bomba sunita por cada bomba chiíta — un estado inestable tras otro con armamento nuclear. Mubarak es mayor; la Hermandad Musulmana espera pacientemente. Durante la noche en Washington, dos jóvenes más han sido asesinados. La tierra se calienta, se le agota el petróleo, y no hablemos de la paciencia. Sus hijas tuvieron que adaptarse a la escuela.

?l se quedó de pie

Se podía introducir un arma nuclear en un barco con destino a Tel Aviv. Se podría meter en una mochila. Se puede meter ántrax en un frasco camuflado de aerosol matamoscas. Se podría provocar el caos en Washington con un ciberataque. Uno de los hijos mayores de Osama bin Laden, Saad, había pasado de alguna manera del arresto domiciliario en Irán a la libertad en Pakistán. ¿Qué significaba eso? ¿Qué se proponían los iraníes? ¿Qué se proponían los paquistaníes? Lo más deprimente de todo con diferencia era lo que la CIA le acababa de informar sobre?.

Era la hora.
Alzó su mano.

??Yo, Barack Hussein Obama.?

Richard Cohen.

© 2009, Washington Post Writers Group

Derechos de Internet para España reservados por radiocable.com

Sección en convenio con el Washington Post

Print Friendly, PDF & Email