Richard Cohen: «El privilegiado»
Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.
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Richard Cohen – Washington. Hace mucho tiempo, antes de empezar una entrevista con el Representante Charles Rangel, fui advertido por un ayudante de no sacar a colación la carrera de 1970 en la que el advenedizo Rangel derrotó al virtualmente legendario Adam Clayton Powell por su escaño en la Cámara. En los años transcurridos, Powell había pasado de ser aspirante a icono, tanto con un edificio administrativo bautizado en su honor como con un bulevar que lleva su nombre en Harlem, y no hizo a Rangel ningún bien en su distrito ser recordado como el hombre que derrotó a Powell — un fragmento de historia que necesita desesperadamente de Photoshop. Esta es, estamos descubriendo ahora, la verdadera vocación de Rangel.
Rangel es hoy presidente del Comité de Asignaciones y un hombre de inmenso peso en Washington. Sin embargo, últimamente ha estado muy ocupado revisando y modificando el registro, respaldando y rellenando, utilizando tipex a cubos a medida que descubre o recuerda propiedades de las que es propietario en Nueva York, Nueva Jersey, Florida y la República Dominicana y sólo Dios sabe dónde más – y que ha olvidado o descuidado incluir en la relación completa de la declaración de patrimonio obligatoria, por no hablar de los ingresos derivados de esas propiedades. ¡Uy!
Rangel descubría hace poco que tenía hasta cuentas bancarias que nadie en el mundo, incluyéndolo a él al parecer, sabía que tenía. Una de ellas está en el Congressional Federal Credit Union, y tiene otra en Merrill Lynch – con un balance cada una de entre 250.000 y medio millón de dólares. De alguna manera olvidó mencionar estas cuentas en sus declaraciones de patrimonio obligatorias para los congresistas, lo que significa, si es que puede creerlo, que cuando rellenó las declaraciones, no se dio cuenta de que faltaba 1 millón de dólares por aquí o por allá. Alguien tiene que comprobar la iluminación de su oficina.
Una bombilla a punto de fundirse también tiene que ser la explicación de que Rangel no se diera cuenta de que estaba solicitando donaciones al curiosamente bautizado como Centro Charles B. Rangel de Servicio Público utilizando el membrete del mismo Charles B. Rangel del Congreso. También puede explicar que no declarase los dividendos de varias inversiones además de lo que ganó vendiendo un inmueble en Harlem. La casa se vendió por 410.000 dólares en el año 2004, y había sido alquilada — o tal vez no — a varias personas, que pagaban alquiler — o puede que no, puesto que Rangel no declaró ningún ingreso en ninguno de esos ejercicios. Que es lo mismo que también hizo con el alquiler que se llevó de su villa en la República Dominicana. Una vez más, nada.
A Charlie Rangel le pasa algo raro. O no se dio cuenta de que tenía un patrimonio valorado en el doble de lo que él decía que valía — lo cual es francamente preocupante viniendo de un líder del Congreso – o cree estar por encima de la ley — lo que es francamente preocupante viniendo de un líder del Congreso. Yo pasé la noche de las elecciones con Rangel el año pasado y le escuché hablar de manera conmovedora y elocuente acerca de lo que significaba para un negro ser presidente de los Estados Unidos — Dios mío, ¿quién habría pensado que alguna vez iba a llegar este día? — y me conmovió hasta hacerme llorar. Así que no creo que la edad haya confundido su cerebro. Es más avispado en un mal día que la mayoría de la gente en uno bueno.
Pero sufre de una enfermedad degenerativa llamada Esclerosis del Congresista. Su sintomatología es la creencia en que las normas, las pequeñas en especial, ya no se aplican a uno. Esto sucede con el tiempo. Se presenta con la veteranía y el sentido de víctima que se combinan para dar lugar a la aparición de derechos privilegiados a golosinas a las que, tal como funcionan las cosas, no se tiene derecho. Todo esto es fomentado por el convencimiento de que todos los demás están ganando dinero y usando aviones privados y sumergiendo sus pinreles en el cálido Caribe cualquier viernes de febrero – ¿y por qué yo voy a ser menos? Tengo el poder y el gabinete — ¡mire toda esa gente! — y los lacayos que van a aguantarle el ascensor, recogerle en el Aeropuerto Nacional Reagan y al otro extremo en La Guardia – y usted tiene que tener lujos a la altura. Esto no tiene nada de raro.
Esta es la enfermedad que ha puesto fin a la carrera de Powell. Tenía buenas razones para su amargura — un congresista negro cuyo gabinete ni siquiera podía comer en la cafetería de la Cámara — pero él calculaba todos los desprecios, todos los insultos, para excusar un abominable registro de asistencia y su desprecio hacia la ley. En último término, el mismo Harlem que hoy honra a Powell se volvió en su contra y eligió a un veterano de la Guerra de Corea llamado Charles Bernard Rangel. Bien, todos estos años más tarde, las omisiones, supresiones, enmiendas, correcciones y curiosa acumulación de riqueza hacen que uno revise la historia que Rangel quiere hacer desaparecer: ?l no derrotó a Powell. Se unió a él.
Richard Cohen
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