Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

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Alguien tendría que estudiar al Partido Republicano. No me refiero a otro politólogo más sino a un profesional de la salud mental, preferiblemente un terapeuta de fijaciones, obsesiones, etc. El Partido Republicano necesita terapia. Se ha convertido en una secta.

Para ser Republicano, hay que hacer un juramento. No basta con apoyar al partido ni con predicar banalidades sobre Ronald Reagan, hay que prometer solemnemente primero no dar al estado ni agua. Esto se conoce como «Promesa de Protección del Contribuyente», difundida por el colectivo Estadounidenses por la Reforma Tributaria, una organización encabezada por el dicharachero Grover Norquist. En una ocasión tildó de «la moralidad del Holocausto» el argumento que dice que un impuesto inmobiliario sólo afectaría a las rentas más altas. Cualquiera puede ver que distinguir a las rentas altísimas y los inmensamente poderosos y pedirles que pongan de su parte, cuando se piensa en ello, es lo mismito que Auschwitz y ese tipo de cosas.

La promesa de Norquist no sólo se refiere a las subidas tributarias sino a la desaparición de cualquier laguna, por escandalosa que sea, que aporte más dinero al estado «a menos que se acompañe de una política de reducción equivalente de los tipos fiscales». La práctica totalidad de los candidatos presidenciales Republicanos han realizado este juramento, jurando solemnemente ante Dios y ante Grover Norquist dejar de pensar de forma propia, nunca formarse un juicio independiente y, si es necesario, destruir el crédito de los Estados Unidos, elevar el precio del endeudamiento y meter al estado aún más en el pozo.

Otra promesa más se refiere al aborto. Se llama «Postura de Referente Pro-Vida» y fue inventada por Susan B. Anthony List, el colectivo antiabortista. Una vez más, la mayor parte — pero no la totalidad — de los candidatos presidenciales Republicanos la han contraído. En general, exige la adopción de la postura antiabortista en su totalidad, no sólo la oposición personal sino la oposición en la misma medida a los magistrados, los funcionarios de salud pública y el resto que, de forma totalmente inexplicable, tolera el aborto. La promesa no se pronuncia a tenor de las excepciones habituales — la violación, el incesto, etc. — pero Marjorie Dannenfelser, la responsable del colectivo Susan B. Anthony List, me cuenta que la intención es prohibir todos los abortos — incluso, digamos, la interrupción temprana del embarazo por incesto de una niña de 12 años. Esta, en otras palabras, es la Promesa Pro-hipocresía.

Ya me perdonará que me salte otras promesas y pase a otras cuestiones. El distintivo de una secta es la sustitución de la razón por la fe ciega. Esto es lo que ha hecho el Partido Republicano cuando hablamos de la capacidad del estado de estimular la economía. La historia avala esto — así es como se puso fin a la Gran Depresión – pero los Republicanos no lo reconocen.

La Depresión en la práctica se recrudeció en 1937 cuando Franklin D. Roosevelt trató de equilibrar los presupuestos y la Segunda Guerra Mundial le puso fin radicalmente, cosa que, además de ser una causa noble, también constituyó un enorme programa de estímulo. Aquí tenemos sin embargo al Senador Richard Shelby articulando el dogma Republicano: los programas de estímulo «no nos sacaron de la Depresión», decía hace poco a Christiane Amanpour en la ABC, «lo hizo la guerra». En otras palabras, un programa de estímulo realmente grande funcionó a lo grande. ¿No triunfaría modestamente uno más modesto? Shelby tendría que seguir su propia lógica.

Algo parecido pasa con el calentamiento global. Se ha convertido en convicción de gran parte del Partido Republicano que usted y yo con nuestros coches y fábricas y aparatos de jardinería y barbacoas somos inocentes — inocentes de cocer la atmósfera. Siendo así, no se discute que haya algo que se pueda hacer al respecto. Sólo gran parte de los científicos, el sentido común y el impertinente de turno van a disentir, pero los efectivos Republicanos prosiguen su avance. Esta es una versión de la promesa de Nancy Reagan: diga no simplemente.

No todos los candidatos Republicanos suscriben estas disparatadas creencias. Mitt Romney no se ha adherido a la promesa antiabortista (tiene ciertos problemillas), y en el Senado, Tom Coburn ha llegado a romper con Norquist con motivo de la subida de la recaudación. Pero el efecto neto es interponer una barrera intelectual a la admisión a los comicios presidenciales: ¡pensadores independientes fuera de aquí! Si usted está convencido del calentamiento global, la mejora de la recaudación pública, los programas de estímulo, la necesidad puntual del aborto y hasta de las teorías fabuladoras del difunto Charles Darwin, entonces se queda en casa — o púdrase.

Esta rigidez intelectual ha dado lugar a un elenco presidencial Republicano que es un manicomio político virtual. El Grand Old Party, tan mencionado cuando reflejaba realmente a América, ha contraído así su electorado y se ha convertido en una secta política. Es un reducto de la certeza sobre la razón y significativamente responsable en sí mismo del déficit público que más importa — el del liderazgo. De eso no nos podemos endeudar con China.

Richard Cohen
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