De McLaren, Renault, o la quimera dorada de Ferrari no se mucho, pero he seguido la carrera de Hamilton y Alonso como a dos personajes de Woody Allen dirigidos por Scorcese. De hecho, esta Fórmula 1 no ha sido un campeonato deportivo, sino una representación de la vida cuando ganar es lo único que importa.

Salieron de la primera carrera repitiendo el arranque de �??Mach Point�??: �??Aquel que dijo �??más vale tener suerte que talento�??, conocía la esencia de la vida�?�. El líder saltó de escudería y el caer de pie no iba a ser fácil, a su precisión no le seguía la estrella. Hamilton sumó puntos, chica, favores del jefe. Alonso, sólo, perdía posiciones y humor en cada comparecencia. Hasta que brilló el espíritu de Scorcese; McLaren o millones de euros en juego. Ron Dennis, espionaje, sanciones, culpables y más culpables.

Alonso debió sentir la injusticia o ver el sueño roto, porque descongeló su frialdad e inteligencia y descubrió al gran jefe. La carrera continuaba, como en el cine: �??Hay momentos de un partido en que la pelota toca el borde de la red�?� y durante una fracción de segundo puede seguir hacia delante�?� o caer hacia atrás�?�. Ambos, separados por dos puntos, saben perfectamente como termina la frase: �??Con un poco de suerte sigue hacia delante�?� y ganas. O no lo hace�?� y pierdes�?�.

A tres carreras del final, a Alonso solo le queda correr. Acabar en el podio, en cada una, es una obligación para llevarse el campeonato. Su título no tiene ni dios ni amo, y tal vez, tampoco tenga principios: �??Nola, no fue fácil. Pero al llegar el momento pude apretar el gatillo�?�. Gane quien gane, Alonso y Hamilton han ido dejando, por los trazados mundiales, una serie de carreras calcadas a la vida.

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