Ellen Goodman

Premio Pulitzer al comentario periodístico.

 

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Ellen Goodman – Boston. Para mí, el verdadero momento Obama de vuelta del receso veraniego no fue el discurso ante el Congreso o Wall Street. Fue el de la escuela de Virginia, cuando un estudiante de noveno le hizo una pregunta que no venía a cuento y estaba muy relacionada con su presidencia: Y si pudiera cenar con cualquiera, vivo o muerto, ¿a quién elegiría?El presidente no iba a elegir a Lindsay Lohan. Tampoco a Abe Lincoln. Su respuesta fue Gandhi. Sí, ese Gandhi.

«Probablemente sería una comida muy frugal, porque no comía mucho», añadió con humor. Pero el icono del gobierno pacifista fue su inspiración porque «acabó haciendo mucho y cambiando el mundo sólo mediante el poder de su ética».

Al escuchar esto, imagino un gran gemido que emana al cielo desde una frustrada rama de entre sus partidarios. «¿Gandhi? ¿Dijo Gandhi?»

Estas son las personas que pasaron el verano a la espera de que Obama sacara su guerrero interior. La izquierda pensó que les había arrojado arena de derechas a la cara. Los medios estaban tan impacientes por tener una batalla que se pusieron nostálgicos de Lyndon B. Johnson, instando a Obama a coger las armas y repartir estopa.

En su lugar, escucharon al caballero decir a un Congreso polarizado que «aún estoy seguro de que podemos reemplazar la acritud con el comportamiento cívico». Gandhi, le presento a Joe Wilson.

Esta es la historia de Obama. Desde el primer momento, los estadounidenses se vieron atraídos por un hombre más colaborador que combativo. Hillary fue el tipo duro de las primarias. McCain era el guerrero metido a unas elecciones. Obama era el candidato Oprah, seguro de poder hablar con todo el mundo, hasta con nuestros enemigos.

Por momentos, los partidarios le animaban a iniciar una guerra de trincheras con Clinton. No lo hizo y ganó. A veces, los asesores quisieron que se liara a puñetazos con McCain. No lo hizo y ganó.

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Al país le gustaba un hombre que se presentaba como sanador. Y sin embargo, siempre ha existido esta ansiedad subyacente. ¿Puede ser curandero y político? Si se intenta trazar una frontera ideológica, ¿se termina en el fuego cruzado?

Michael Ignatieff, líder del Partido Liberal de Canadá, describió recientemente su transición del mundo académico al político de esta manera: «Es la guerra. Y tienes que estar listo para el combate, y tienes que conducir a las tropas a una especie de guerra retórica. Y tienes que mostrar resolución. Esto no es un seminario.» Y eso que es Canadá.

Claramente, Obama lo sabe. Sin embargo, está igual de claro que quiere llevar esto del liderazgo por su cuenta. Como diría su supuesto comensal a la cena, «Sé el cambio que quieres ver en el mundo».

Esto es algo arriesgado. Después de todo, el héroe americano icónico es el hombre que no desea una pelea, pero que inevitablemente tiene que meterse en una. Es Gary Cooper en «High Noon».

La dualidad que sentimos en torno al «combate» político no es diferente a la inquietud de educar a los hijos de nuestra cultura. Los padres quieren que los hijos resuelvan las disputas sin pelear, utilizando la razón en lugar de los puños. Pero en lo profundo de algún lugar primigenio, también creen que llegado el momento, sus chicos deben ser capaces de golpear más duro.

En el terreno de juego político, derecha e izquierda, Republicanos y Demócratas, han ocupado sus esquinas. Mientras tanto, Obama se ve a sí mismo como el director, el adulto. Su resistencia a adoptar medidas radicales puede deberse al miedo a ser interpretado como «un negro enfadado.» También puede provenir de la vieja filosofía pacifista de andar por casa que dice que si se va ojo por ojo, enseguida todo el mundo acaba ciego.

Pero los que piden a Obama que adopte un nuevo estilo, como quien se cambia de camisa, no se dan cuenta de lo profundamente que está esto ligado a su carácter.

«Estoy flaco pero yo soy duro», aseguraba Obama a unos sindicalistas esta semana. Para bien o para mal, es tan tenaz en el rechazo a la política polarizada como a la promoción de la reforma de la atención sanitaria. No sólo persigue un cambio político, sino un cambio cultural. De hecho, él los entiende fundamentalmente relacionados.

No estoy segura de que pueda lograrlo. Esto no es un seminario. Joe Wilson fue amonestado por no respetar al presidente, pero también recaudó 1 millón y medio de dólares – para su contrincante y para él. Anhelamos y menospreciamos la lucha, la rechazamos y la recompensamos.

Pero me acuerdo de la desconcertante respuesta de Obama a Steve Kroft en «60 Minutos» acerca de los riesgos de ser, bueno, un pacifista en un mundo polarizado, y de incorporar el civismo a la política: «Es todavía una labor en marcha. Sin lugar a dudas».

Para el presidente y para el resto de nosotros.

Ellen Goodman
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