E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. Lo que escribí el año pasado sobre el candidato Barack Obama – que para ganar tenía que ser visto como «el varón negro menos agraviado de América» podría ser aún más relevante ahora mismo. Para liderar a este país diverso y fragmentado de manera eficaz, el presidente tiene que negociar las cuestiones raciales con delicadeza, prudencia y tacto. Tiene que conceder el beneficio de la duda hasta a sus críticos más abiertos.

Pero yo no. Así que puedo decir en un lenguaje llano que Jimmy Carter tenía razón en lo esencial, pero que se equivoca en el grado. Parece claro que parte – pero no «una parte sustancial», como afirma Carter – de la «animadversión intensamente manifestada» hacia Obama está «basada en la práctica en el hecho de que es un negro».

Obama discrepa. «El presidente no cree que la crítica se base en el color de su piel», decía el miércoles el secretario de prensa de la Casa Blanca, Robert Gibbs. Obama es el presidente más locuaz que ha habido en muchos años, pero cuando un periodista le preguntó por los comentarios de Carter, no hizo declaraciones.

Tampoco muchos otros Demócratas destacados – fuera del Caucus Negro del Congreso – quieren tocar este tema explosivo. Como una cuestión de estrategia política, no los culpo. En el momento en que observamos que algunos , de los críticos de Obama parecen estar motivados por la raza, los críticos aúllan diciendo que todos son tachados de «racistas» simplemente porque no están de acuerdo con las políticas de Obama. Esto no es cierto.

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Por supuesto que es posible rechazar las políticas de Obama y la filosofía sin ser racista. Pero hay un extremo particularmente desagradable en la mayoría de los virulentos ataques — un rechazo no de los programas de Obama, sino de su legitimidad como presidente. Esta negativa de la legitimidad resultan más perjudicial que las licencias que se tomaron los críticos de George W. Bush (incluido yo), y no puedo encontrar ninguna otra explicación diferente a la raza.

No estoy hablando de la mayoría de los ciudadanos que acudieron a las asambleas a criticar los planes de reforma sanitaria de Obama ni de la mayoría de los manifestantes anti-política fiscal que denuncian que Obama está iniciando una era de gobierno centralizado. Son, por supuesto, puntos de vista legítimos. Congregarse para protestar forma parte de nuestro sistema. Es tan estadounidense como el pastel de manzana.

Estoy hablando de los dementes «birthers». Estoy hablando de los imbéciles que vienen a las manifestaciones de protesta portando caricaturas racialmente ofensivas — Obama vestido de brujo, por ejemplo. Estoy hablando de los idiotas que lanzan alegremente críticas como «socialismo» para hacer que Obama parezca un marciano y hasta peligroso — que niegan el hecho de que también él es tan americano como el pastel de manzana.

Todo este debate se inició gracias a la salida de tono del Representante Joe Wilson «¡mientes!» durante el discurso de Obama ante una sesión conjunta del Congreso. Como entienden los miembros de la Cámara que votaron a favor de expedientar a Wilson – incluyendo a siete Republicanos – llamar embustero al jefe del estado en una vista oficial está más allá de cualquier límite. Los ruidos y hasta los abucheos son tolerados, pero una acusación flagrante de falsedad es una falta de respeto inaceptable. Nadie llamó nunca mentiroso a Bush cuando pronunciaba discursos en la Cámara de Representantes.

¿Por qué iba Wilson a tener derecho a insultar al presidente de esta manera? ¿Por qué se niega a ofrecer una disculpa formal en la Cámara, lo que habría zanjado la polémica? No tengo ni idea. Amigos y colegas dicen que no es racista, y saben que el hombre es mucho mejor que yo. Pero hay precedentes.

Antes de ser elegido al Congreso, Wilson fue uno del grupo de senadores estatales de Carolina del Sur que votaron a favor de conservar izada la bandera de la Confederación en la legislatura estatal de Columbia. Esto tenía lugar después de que un largo y amargo enfrentamiento a cuenta de la bandera hubiera refinado el debate, en la mente de los habitantes de Carolina del Sur por lo menos, en una lucha de poder racial: Iba el Estado a seguir adelante, o se aferraría a su vergonzoso pasado. La mayoría de los políticos del estado, incluyendo a la mayoría de los conservadores, había decidido que era hora de pasar página. Wilson fue uno de los intransigentes.

Ese, por supuesto, era su derecho. Pero ahora que se ha cometido un acto singular de falta de respeto hacia el primer presidente afro-americano, es mi derecho plantear si su motivación fue racial.

Espero con interés el día en que podamos mirar más allá de la raza. Pero antes de hacerlo, tenemos que mirar a la raza y verla con claridad. Jimmy Carter nos hizo un favor.

Eugene Robinson

Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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