Sabino Fernández Campo
Iñaki Gabilondo en Noticias Cuatro: «Los que, en la noche del 23F, aguardábamos en Televisión Española la llegada del video del Rey, nos preguntábamos por qué tardaba tanto. Hacía horas que Pedro Erquicia y Jesús Picatoste habían salido para la Zarzuela, y no entendíamos a qué podía deberse tal retraso.
Esas horas, que alimentaron tantas especulaciones, fueron parcialmente explicadas después. Y quedaron resumidas para la historia en la famosa frase de Fernández Campo al general Juste: «armada no está ni se le espera». Tras esa frase uno podía imaginar trasiego, idas y venidas, vueltas y revueltas. Pero, así y todo, sobraban suficientes minutos como para especular con lo que se quisiera.
Fue algún tiempo después, en una cena en casa de amigos comunes, cuando Sabino ofreció una perspectiva nueva. Nueva al menos para quienes le escuchábamos. Porque el 23F planearon sobre nuestras cabezas presagios sombríos, noche de cuchillos largos, liquidación de la democracia.
Pero a él, nos dijo Sabino, le producía espanto otra posibilidad: la guerra civil. Si el Rey, a través de la televisión, ordenaba que todos los militares depusieran su actitud y era obedecido por unos, pero era desobedecido por otros, ¿que podía pasar?.
El rey, añadió Sabino, tenía que hablar con todos los generales responsables y asegurarse su disciplina. Es lo que hizo, en gestiones nada sencillas, algunas dramáticas. Y sólo se asomó a las pantallas cuando creyó tener todas las bazas aseguradas. El mensaje televisivo no fue el que detuvo el golpe. Fue el que lo rubricó ante todos los españoles.
Por eso, el Jefe del Estado no dijo «ordeno» sino «hago saber que he ordenado», con el añadido dramático «ya no tengo marcha atras».
Guerra civil. En aquella cena, en casa de amigos comunes, oyendo a Sabino, entendí mejor el dramatismo de aquellas horas. Y ví en tamaño natural la sombra tutelar que el general Fernández Campo proyectaba sobre el Rey. Siguió haciéndolo hasta el año 93. Con lealtad, esto es, de forma no complaciente. Y se hizo incómodo.
El por qué y el cómo de su salida de la Zarzuela le decepcionaron profundamente. Y en algunas ocasiones permitió que su decepción se trasluciera, lo que, a nuestro juicio, hubiera debido evitar. Pero, aunque era un gran hombre, era un hombre.
Sabino tuvo que ver con casi todos los aciertos del Rey, y con casi ninguno de sus errores. Y, lo que muy pocas veces se señala, se embarcó en todas las causas nobles de la sociedad civil.»