E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. En un animado mitin en Filadelfia el domingo, el Presidente Obama desafiaba a la audiencia mayoritariamente negra a cuestionar a los tertulianos que sostienen la opinión generalizada. «Ellos piensan, ‘Ah, bueno, el nombre de Obama no está en la papeleta, tal vez no participen'», decía aludiendo a los votantes afroamericanos. «Tenéis que demostrar que se equivocan».

Trasladando el mismo mensaje en la históricamente negra Bowie State University de Maryland unos cuantos días antes, el presidente pasaba directamente a lo personal: «Ahora no me hagáis quedar mal».

Cómo quede el presidente el día de las elecciones dependerá en parte de su capacidad de movilizar a los electorados que componen el electorado del Partido Demócrata. Con grupos diferentes, está adoptando enfoques distintos.

Para los progresistas que han vertido críticas a su administración desde la izquierda, ha sido el severo profesor que se podría parafrasear así: «Venga ya, oye, dadnos un respiro. ¿Habéis notado que no tenemos precisamente una mayoría de izquierdas en el Congreso? Pero mirad lo que hemos logrado realizar». Para los Demócratas del centro que querrían que hubiera dedicado más tiempo al empleo y menos a la sanidad, el mensaje de Obama es esencialmente apocalíptico, aunque se traslada en su línea de costumbre sin dramas. Algo así como: «Tenéis razón, las cosas no van tan bien como nos gustaría. Pero imaginaos el desastre si los Republicanos se hacen con el control del Capitolio».

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Entre los afroamericanos, su llamamiento ha sido más simple y más directo: «Os necesito». La respuesta que reciba de los votantes negros pueda determinar el resultado de parte de los principales comicios de noviembre.

La cifra de popularidad total del presidente, según el sondeo Gallup más reciente, es un regular 48% — nada estupendo, pero más o menos comparable a lo que Ronald Reagan o Bill Clinton registraron en este momento de sus presidencias. Su popularidad entre los afroamericanos, en contraste, es un estratosférico 91%.

Esto a pesar del hecho de que los negros han sufrido de forma desproporcionada la debacle de las hipotecas de riesgo, la oleada de desahucios y ejecuciones de la hipoteca, la peor recesión en décadas y la recuperación «sin creación de empleo» dolorosamente lenta que los economistas dicen que estamos sufriendo — problemas que tienen su origen en administraciones anteriores, pero que muchos otros estadounidenses parecen dispuestos a achacar a Obama y los Demócratas.

La tasa de paro nacional se sitúa en el 9,6%. En el caso de los afroamericanos, es un punitivo 16,1% — pero aún así los afroamericanos siguen siendo el electorado más entusiasta y leal del presidente.

Hay dos razones. Durante dos generaciones por lo menos, los estadounidenses negros han sido partidarios religiosos del Partido Demócrata en general. Y específicamente, la elevada estima en la que tienen a Obama es obligatoria porque es el primer presidente afroamericano de una nación que no hace mucho condenaba a los ciudadanos negros a una segunda categoría.

Así que cuando Obama vuelva a presentarse en 2012, puedo predecir con bastante confianza que los afroamericanos van a estar allí para él. Pero la participación negra es especialmente baja en las legislativas. Y teniendo en cuenta el estado de la economía ahora mismo, me pregunto cuántos votantes negros de clase media estarán «agotados».

Esa fue la palabra que utilizó Velma Hart en una asamblea el mes pasado para manifestar a Obama su frustración. Hart informó al presidente de que estaba «agotada de defenderle, de defender a su administración, de defender el disfraz de cambio al que voté y profundamente decepcionada con el momento en que nos encontramos ahora mismo». Habló de la factura que ha pasado a su familia la recesión, y decía que su marido y ella habían bromeado con que «pensábamos haber pasado ya la etapa de los perritos calientes y las latas de nuestra vida».

Hablé con Hart de manera informal al día siguiente, y ella dejó claro que sus palabras no pretendían suponer ninguna clase de diatriba anti-Obama. Simplemente expresaba el sentir de millones de estadounidenses, de todas las razas, que temen que su posición antes sólida entre la clase media se haya vuelto de pronto precaria.

Algunos activistas afroamericanos se han quejado, por su parte, de que Obama no ha sido ambicioso a la hora de abordar los problemas de la pobreza y la disfunción en el seno de las comunidades negras de los cascos urbanos — como, por ejemplo, los barrios más deprimidos de Filadelfia.

¿Bastará la popularidad personal de Obama para impulsar la participación afroamericana de manera significativa por encima de sus niveles usuales? Un veterano de la política de Pennsylvania me decía hace poco que esta podría ser la única forma de que el Demócrata Joe Sestak tenga oportunidad contra el Republicano Pat Toomey en los comicios al Senado del estado — uno de los numerosos comicios a nivel nacional en los que el voto negro podría resolver el empate.

No es fácil convertir el agotamiento en entusiasmo. Pero si Obama no quiere quedar mal, eso es lo que tiene que hacer.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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