Richard Cohen sobre Educación: «suspender nuestro futuro»
Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.
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Richard Cohen – Washington. El mejor profesor de América estuvo en Washington el fin de semana. También el mejor director. No puedo dar el nombre de estos particulares porque comienzan sus carreras y la verdad de la cuestión es que aprovecho las circunstancias para hacer un juego. Son miembros de Teach for America, una especie de Cuerpo de Paz de las aulas – un programa tan selecto que la mayoría de los aspirantes tendrían más fácil ser admitidos en sus centros universitarios que en Teach for America. No importa. Su presupuesto se va a recortar.Se supone que Teach for America genera chavales despiertos. También da lugar a estadísticas increíbles. Este año examinó a 48.000 aspirantes y aceptó a 5.300 de ellos. Alrededor del 18% del último curso de la promoción de Harvard pidió plaza; también el 27% de la de Spelman, un centro femenino reservado tradicionalmente a la minoría negra. El año pasado, el 19% de los aceptados tenía un postgrado o trabajaba a jornada completa en alguna instancia docente. No es un programa sin sentido.
Estoy seguro de que sabrá todo de Teach for America. Yo no – no en detalle. Durante el fin de semana, sin embargo, Joel Klein, el hasta hace poco responsable de las escuelas públicas de Nueva York, se presentó con motivo de lo que Teach for America llama «un encuentro». Tenía escalofríos. Presentes había alrededor de 4.000 profesores y cerca de 6.000 graduados – y, por supuesto, la creadora del programa Wendy Kopp. Klein es una creyente infatigable en la educación pública y la importancia supina de la docencia de calidad. «Se podía sentir algo en esa estancia», dijo. «Algo difícil de medir».
Lo que desde luego puede medirse es el impacto presupuestario que el colectivo está a punto de asumir — en torno a 20 millones de dólares o, dicho de otra forma, 400 profesores. Esto se debe a que los fondos del grupo están contenidos dentro de una partida presupuestaria anual, y las partidas, como todos sabemos, han sido abolidas porque las carga el diablo.
Y si bien es muy probable que la partida presupuestaria correspondiente al grupo sea tramitada, el recorte que se hace al programa es representativo de la locura presupuestaria que se ha apoderado de Washington. Alentados por el movimiento fiscal, los legisladores Republicanos han propuesto recortes presupuestarios que no sirven de nada a la hora de meter en cintura el déficit pero que perjudican gravemente a los programas que no son de su gusto desde hace tiempo. Quieren poner fin a la financiación de la radiodifusión pública, quieren mutilar la agencia tributaria y recortar los presupuestos del Departamento de Educación en casi 5.000 millones de dólares, aún más dolor para Teach for America. ¿En qué piensa esta gente?
No seré yo quien equipare los dólares destinados con la excelencia educativa. (En tiempos tuve un hijo en los centros públicos de Washington — un momento docente donde los haya). Pero nadie me negará el valor de programas como Teach for America ni el hecho de que, hasta en educación, se recibe lo que se paga. Si, en la práctica, la noticia recurrente de que nuestros chavales son más idiotas, más vagos, más cortos — trato de resultar políticamente correcto — que los de otros países avanzados va a corregirse alguna vez, no será barato.
Los presupuestos federales, en los 3,8 billones de dólares hoy, nunca serán equilibrados recortando tal o cual programa. La fórmula es dolorosa, pero no tiene misterio: Limitar las prestaciones sociales (seguridad social, Medicare, etc.), recortar sustancialmente los presupuestos de la defensa y subir los impuestos a las rentas altas, las rentas muy altas y las rentas altísimas. A partir de ahí, como dice el Talmud en un contexto algo diferente, Dios dirá.
A veces he discutido con Klein entre otros a propósito de la insistencia en la importancia fundamental del personal docente. Pero me he beneficiado del interés en los buenos profesores, y comparto con Klein, Kopp e incontables reformistas de la educación más la creencia de que la pobreza, la raza o la etnia no deben de asfixiar el talento, la inteligencia ni los sueños de ningún chaval.
La educación es una inversión. Nuestro plan empresarial nacional debe ser tenido en cuenta. Nos cuesta una fortuna producir chavales analfabetos funcionales incapaces de hacer cuentas ni escribir una oración decente. El pésimo sistema educativo de América no tiene nada de nuevo. Es desde hace tiempo el producto de estándares permisivos, descentralización absurda (la creencia ilógica de que las juntas escolares locales sabrán lo que conviene) y una economía que proporcionaba puestos de trabajo a cualquiera dispuesto a trabajar. Eso, a estas alturas, es nostalgia pura.
Si los maniáticos del recorte presupuestario se salen con la suya, el mejor profesor de América será otro banquero de inversiones, y el mejor director se convertirá en otro picapleitos más, y los chavales que podrían haber contribuido a su comunidad o su país se convertirán en fracasos escolares caros — un déficit humano igual de importante que el que registra hoy el Tesoro.
Richard Cohen
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