Antes de la llegada de Hitler al poder en 1933, la República de Weimar reconocía ciertos derechos a las personas trans (entonces conocidos como «travestis») y estos editaban revistas y tenían hasta clubs políticos. Este pequeño espacio de libertad terminó con el ascenso de la Alemania nazi y con el tiempo derivó en una auténtica persecución. En The Conversation repasan las «medidas draconianas» que adoptó el régimen nazi en contra de las personas LGTBI y en particular de las transgénero, muchas de las cuales terminaron en campos de concentración.



Clientes del Eldorado, un popular cabaret LGBTQ de Berlín durante los años de Weimar.
Herbert Hoffmann/ullstein bild via Getty Images

Laurie Marhoefer, University of Washington

En otoño de 2022, un tribunal alemán atendió un caso inusual. Se trataba de una demanda civil que surgió de una disputa en Twitter sobre si las personas transgénero habían sido víctimas del Holocausto. Aunque ya no hay mucho debate sobre si los gays y las lesbianas fueron perseguidos, ha habido muy pocos estudios sobre las personas trans durante este periodo.

El tribunal tomó declaración a historiadores expertos, entre los que me incluyo, antes de concluir que las pruebas históricas demuestran que las personas trans fueron, efectivamente, perseguidas por el régimen nazi.

Se trata de un caso importante porque fue la primera vez que un tribunal reconoció dicha persecución. Unos meses después, el Bundestag, el parlamento alemán, emitió una declaración oficial reconociendo a las personas trans y cisgénero queer como víctimas del fascismo.

Hasta hace pocos años, apenas se había investigado sobre las personas trans durante el nazismo. Algunos historiadores, entre los que me incluyo, estamos descubriendo ahora más casos, como el de Toni Simon.

Ser trans durante la República de Weimar

En 1933, el año en que Hitler tomó el poder, la policía de Essen (Alemania) revocó el permiso de Toni Simon para vestirse de mujer en público. Simon, que rondaba los 40 años, llevaba muchos años viviendo como mujer.

La República de Weimar, el gobierno democrático que existía antes de Hitler y que era más tolerante, reconocía los derechos de las personas trans, aunque de forma limitada y a regañadientes. Así, la policía concedía a las personas trans permisos como el que tenía Simon.

En los años 30, a las personas trans se las llamaba “travestis”, un término que hoy resulta ofensivo pero que en aquella época se aproximaba a lo que hoy se entiende por “transgénero”.

Los permisos policiales se llamaban “certificados de travesti”, y eximían a una persona de las leyes contra el travestismo. Bajo la República, las personas trans también podían cambiar de nombre legalmente, aunque tenían que elegir de una lista corta y preaprobada.

En Berlín, las personas transgénero publicaban varias revistas y tenían un club político. Algunas glamurosas mujeres trans trabajaban en el internacionalmente famoso cabaret Eldorado. El sexólogo Magnus Hirschfeld, que dirigía el Instituto de Ciencias Sexuales de Berlín, defendía los derechos de las personas transgénero.

Pero el ascenso de la Alemania nazi destruyó este ambiente relativamente abierto. Los nazis cerraron las revistas, Eldorado y el instituto de Hirschfeld. La mayoría de los “certificados de travesti”, como el de Toni Simon, fueron revocados. En el caso de mantenerlos, las personas a quienes se los habían concedido vieron con impotencia cómo la policía se negaba a respetarlos.

Aquello fue sólo el principio de los problemas.

Dos policías frente a un club nocturno clausurado, del que cuelgan pancartas nazis en la ventana.

Pancartas nazis cuelgan de las ventanas del antiguo club nocturno Eldorado.
Landesarchiv Berlin/U.S. Holocaust Memorial Museum

Medidas draconianas contra las personas trans

Durante el régimen de Hitler, las personas transgénero no se utilizaban como cuña política como hoy en día. Apenas se mencionaban públicamente. Sin embargo, lo que los nazis decían sobre ellas era escalofriante.

El autor de un libro de 1938 sobre “el problema del travestismo” escribió que, antes de que Hitler estuviera en el poder, no había mucho que se pudiera hacer con las personas trans, pero que “ahora”, en la Alemania nazi, se les podía meter en campos de concentración o someter a castración forzosa. Eso era bueno, creía, porque su “mentalidad asocial” y su supuestamente frecuente “actividad delictiva” justificaba “medidas draconianas por parte del Estado”.

Toni Simon era una persona valiente. Conocí su expediente policial cuando investigaba este asunto en el Museo Conmemorativo del Holocausto de Estados Unidos. La policía de Essen conocía a Simon como la atrevida propietaria de un club clandestino donde se reunían personas LGBTQ. A mediados de la década de 1930, fue llevada a los tribunales por criticar al régimen nazi. Para entonces, la Gestapo ya estaba harta de ella. Simon era un peligro para la juventud, escribió un oficial. Un campo de concentración era “absolutamente necesario”.

No estoy seguro de lo que le ocurrió a Simon. Su expediente termina abruptamente, con la Gestapo planeando su arresto, pero no hay documentos que confirmen que se llevara a cabo. Con suerte, evadió a la policía.

Otras mujeres trans no escaparon. En el Archivo Estatal de Hamburgo leí sobre H. Bode, que a menudo aparecía en público vestida de mujer y salía con hombres. Bajo la República de Weimar, tenía un certificado de travesti. La policía nazi la persiguió por “travestismo” y por mantener relaciones sexuales con hombres. La consideraban de género masculino, por lo que sus relaciones eran homosexuales e ilegales. La enviaron al campo de concentración de Buchenwald, donde fue asesinada.

Liddy Bacroff, de Hamburgo, también tenía un certificado de travesti durante la República. Se ganaba la vida vendiendo sexo a clientes masculinos. Después de 1933, la policía la persiguió. Escribieron que era “fundamentalmente travesti” y una “delincuente moral de la peor calaña”. Ella también fue enviada a un campo, Mauthausen, y asesinada.

Las personas trans alemanas estaban mal consideradas

Durante mucho tiempo, el público no conoció las historias de las personas trans en la Alemania nazi.

Las historias anteriores tendían a clasificar erróneamente a las mujeres trans, lo que resultaba extraño: cuando se leen las actas de sus interrogatorios policiales, a menudo son notablemente claras sobre su identidad de género, a pesar de que no ayudaban en nada a sus casos al hacerlo.

Bacroff, por ejemplo, dijo a la policía: “Mi sentido de mi sexo es plena y completamente el de una mujer”.

También hubo confusión por algunos casos que, por casualidad, salieron a la luz primero. En estos casos, la policía actuó con menos violencia. Por ejemplo, hay un conocido caso de Berlín en el que la policía renovó el “certificado de travesti” de un hombre trans después de que pasara algunos meses en un campo de concentración. Al principio, los historiadores tomaron este caso como representativo. Ahora que tenemos muchos más datos, podemos ver que se trata de un caso atípico. Normalmente, la policía revocaba los certificados.

EE. UU. prohibe la atención sanitaria de afirmación de género

Hoy se intensifican los ataques de la derecha contra las personas trans en países como Estados Unidos. Aunque la Academia Estadounidense de Pediatría y todas las asociaciones médicas importantes aprueban la atención sanitaria de afirmación de género para los niños trans, los políticos republicanos la han prohibido en 19 estados, y aún hay más que se disponen a prohibirla.

La medicina de afirmación de género tiene ya más de cien años, y sus raíces se remontan a la Alemania de Weimar. Nunca antes se había restringido legalmente en EE. UU. Sin embargo, Missouri la ha prohibido básicamente para los adultos, y otros estados están tratando de restringir la atención a los adultos. Una gran cantidad de otros proyectos de ley antitrans se están tramitando en las legislaturas estatales.

Los ataques contra las personas trans no son nada nuevo, y muchos de ellos están sacados directamente del manual nazi.The Conversation

Laurie Marhoefer, Jon Bridgman Endowed Professor of History, University of Washington

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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