Casualidad oceánica: el choque de los submarinos
Iñaki Gabilondo en Noticias Cuatro: «un hecho que parece un chiste de Gila, pero que es muy serio. Ayer supimos que dos submarinos nucleares -uno británico y el otro francés- chocaron a gran profundidad en el océano Atlántico. Llevaba cada uno dieciséis misiles y cuarenta y ocho cabezas nucleares. Ocurrió en aguas internacionales a la altura de Finisterre. No pasó nada.
No sabemos nada más. Nuestro Ministerio de Defensa no sabe nada más. Nadie le ha informado. Por su parte, los Gobiernos francés y británico guardan asimismo silencio. Lo primero que hemos de decir es que nos cuesta creer en un milagro del azar de ese calibre. Un choque de dos submarinos que, dicen, no compartían misión sino que coincidieron en ese punto. Es una casualidad oceánica.
Pero, sea. Lo segundo es el ridículo de la tecnología que se sofistica y sofistica hasta llegar a la suprema inutilidad. Los submarinos han desarrollado el mejor sistema antidetección. De forma que no pueden ser detectados pero parece que tampoco detectar. Han desarrollado el máximo silencio y ni pueden ser oídos ni al parecer pueden oír. Los dos buques, de nombres orgullosos (Triomphant el francés y Vanguard el inglés), llamados a cumplir misiones trascendentes para la humanidad, colisionan de forma humillante, como juguetes carísimos y peligrosos. A falta de información, que nadie ofrece, tenemos derecho a dudar de todo y a temerlo todo. Incluso que pudieron hacernos saltar por los aires. Pero, en todo caso, nos permite preguntarnos una vez más que garantías tenemos los ciudadanos en estas brillantes excursiones militares. De qué enemigos nos protegen tan enormes y costosísimos armamentos. Qué sentido tienen en el mundo de hoy y, ya puestos, si hay armas porque hay guerras o hay guerras porque hay armas. Y avanzando un pasito más, si tan inmensos monstruos de guerra son básicos para la paz o mas bien lo son para la industria pesada, química, electrónica, etc. Es decir, si hemos diseñado unas economías que no pueden permitirse el lujo de la paz.»