El trasvase, un río de hormigón
La sequía de parte de nuestra costa ha devuelto el conflicto del agua a la actualidad de nuestro país. Volvemos a oir hablar de insolidaridad y de generosidad. Se insinúa de nuevo la palabra trasvase y las grandes constructoras se frotan las manos, como antaño, con sed de concurso «público» .
Sobre el trasvase del Ebro, ya se contaron muchas mentiras. Medioambientalmente habría sido un desastre. No es cierto que ese agua termine, innecesariamente, en el mar. Los cauces de nuestros ríos llevan al mar sedimentos que servirán después de alimento a los caladeros de pesca de Marruecos. Así son los delicados equilibrios de nuestro mundo.
El problema de abastecimiento en las urbanizaciones es otro. El agua no se emplea en los campos de golf, cierto, -sólo faltaría- sino en las urbanizaciones que promotores, sin escrúpulos y sin permiso, construyeron a su alrededor. Primero plantamos la urbanización, que después ya nos traeran el agua.
Se especuló con la costa, se mintió a sus habitantes y se contribuyó a la despoblación del centro del país, cada vez más pobre, con menos recursos. Se dijo que la pequeña huerta murciana necesitaba el agua. Es cierto. Lo que no se dijo es que la mayor parte de la huerta murciana y almeriense pertenece ya a latifundistas y a empresas transnacionales.
Ahora, con aquella guerra todavía no resuelta se abre un nuevo frente: el del Segre. Es verdad que este país necesita resolver el asunto del agua -una de las asignaturas mundialmente más complejas de los próximos años-. Sin embargo sería nefasto confiar la gestión del agua a los intereses de los constructores y promotores, y a los de los políticos con ambiciones urbanísticas. Abramos un debate real y sosegado sobre lo que queremos construir como país. Hablemos allí de solidaridad, generosidad y sostenibilidad. Pero no permitamos que otros monopolicen el discurso.