Con la muerte en los talones
A pesar de transitar toda mi vida con el idealismo de la utopía a cuestas, y resistir los envites bastante bien manteniéndome firme en ella contra viento y marea, a veces me tambaleo como un árbol débil contra el que arremete una tempestad.
Ayer quise celebrar mi ceremonia interior de ??recibimiento de la primavera?, bajo la blancura de los cerezos en flor en el valle del Jerte. Roda de Bará quedaba lejos en la distancia y el tiempo, pero la espiritualidad de los cerezos es inmaculada en cualquier dimensión y yo también, por eso no me dejaba llevar por la nostalgia ante el cambio de escenario.
Sin embargo mi Dios Natural tenía otros planes para mí, y terminé meditando en un valle bien distinto en pureza y honestidad: El Valle de los Caídos (por ??su dios y por su españa?. Y lo pongo en minúsculas con toda intención porque «eso» ni es MI Dios ni es MI España…) El cambio de dirección fue un acto de generosidad para un amigo curioso, cuyo recuerdo del sitio se remontaba a la niñez de su conciencia. Era difícil para mí aceptar la visita, ya que desde que el uso de mi razón (en su verdadero sentido) decidió enfrentarse a cualquier lavado de cerebro, me había sido imposible pasear turísticamente entre las bambalinas de esa monumental tumba de la que rezuma tanta sangre, y en la que ni siquiera actualmente existe ni la más mínima alusión sino todo lo contrario, a los que murieron en su construcción, vejados, humillados, torturados, y represaliados en una POSGUERRA plena de odio y rencor. No solo es que me repeliera y me llenara de vergüenza, es que me daban ganas de vomitar y sobre todo de llorar. Pasado el trago, sola ante mí, llegó por la noche el momento de la reflexión pura y dura ¿ Qué debe hacerse en la España democrática con el símbolo de una de las posguerras más sangrientas, injustas, y crueles de nuestra historia, muchas de cuyas víctimas continúan aún vivas de milagro? ¿ Destruirlo… ? ¿Transformarlo, como y en qué… ? Me trasladé mentalmente a otros teatros visitados, de esta humanidad realmente asesina en todos los casos por el abuso de poder, la soberbia y la megalomanía más monstruosa como causa: campos de concentración de Auswich- Birkenau, Museo del Holocausto de Tel Aviv, pirámides de Egipto, Coliseo de Roma… , siempre teñidos con el mismo color rojo de la sangre de los débiles…
(¡ qué asco!) Como sucede en El Valle de los Caídos algunos asesinos no solo desean fervientemente volver a la escena del crimen, sino que además quieren permanecer en ella dejando para la posteridad su nombre, apellidos, y hasta los huesos para que no haya dudas. La diferencia con los otros ejemplos es que en aquellos lugares se han tomados medidas y ninguno de ellos, al contrario que aquí, oculta o disfraza la realidad.
Ya es hora de que dejemos de buscar excusas como la de que ??no es asunto prioritario?. Existen todavía en vida muchos VERDADEROS MARTIRES DE «ESA» CAUSA. No carguemos con la indignidad de los homenajes póstumos, costumbre tan habitual en este país, y hagamos que la Ley de la Memoria Histórica se ponga en marcha como lo que realmente es: UNA LEY. El espíritu democrático lo exige. y de no ser así siento al menos yo, que deberíamos hacernos el harakiri (suicidio obligatorio y voluntario) por vergüenza, aunque sea que torera.