Han matado a la periodista afgana Zakia Kaki, directora de una radio en Jabalussaraj, al norte de Afganistán. Le han disparado siete tiros delante de su hijo de ocho años. Zakia dirigía una emisora en la provincia de Parwan, con programas dedicados a los derechos humanos, la educación y la emancipación de las mujeres. Llevaba años recibiendo amenazas de muerte. Ser mujer y libre en Afganistán sigue siendo algo difícilmente compatible. La parlamentaria Malalai Joya acaba de ser inhabilitada por el Parlamento afgano por un periodo de tres años. Su delito, haber dicho en una entrevista que la mayoría de los miembros del Parlamento son asesinos y enemigos del pueblo.

??El 21 de Mayo de 2007, con una amplia mayoría, el Parlamento dominado por señores de la guerra y narcotraficantes inhabilitó a Joya por un periodo de tres años y ordenó al Tribunal Supremo que abra diligencias contra ella. Igualmente han pedido al Ministerio de Interior que limite los movimientos de Malalai dentro del país. Ello implica que no tiene permitido salir de Afganistán.? (Paz Ahora)

 

La primera mujer que se presentó como candidata a unas elecciones en Afganistán fue Massuda Jalal, en las primeras presidenciales de 2004. Esta mujer, doctora de profesión, nos recibió a Mónica G. Prieto y a mí en su oficina de Kabul en septiembre de aquél año, días antes de la celebración de los comicios. Nos contó cómo y cuántas veces había sido amenazada de muerte por el simple hecho de presentarse como candidata. No le importaba, ya había sopesado los pros y los contras y tenía claro que seguiría adelante con su labor política. Con ella trabajaba un pequeño grupo de hombres fieles a Massuda y a sus ideas. Dos de ellos custodiaban la entrada al despacho de la candidata, velaban por su seguridad con una especie de paternalismo devoto hacia ella que quizá me habría irritado en cualquier otro lugar, pero que allí, en Afganistán, lo encontré esperanzador. Massuda no ganó, claro. Obtuvo el 1,1% de los votos. El presidente elegido fue Hamid Karzai.
Zakia, Malalai o Massuda son tres nombres. Hay más: Los de las mujeres integrantes de la Asociación afgana RAWA, que llevan décadas luchando contra la discriminación brutal que a día de hoy siguen sufriendo las afganas. Este es un extracto del comunicado que escribieron el pasado 8 de marzo:

??The world came into motion in the name of «liberating Afghan woman» and our country was invaded, but the sorrows and deprivations of Afghan women has not just failed to reduce, but actually increased the level of oppression and brutality day by day on this most ruined population of our society. The corrupt and mafia government of Mr. Karzai and its international guardians, are playing shamelessly with the intolerable suffering of Afghan women and misuse it as their propaganda tool for deceiving the people of the world.(?)?

La invasión de Afganistán se realizó en nombre, entre otras cosas, de la liberación de las mujeres. Sin embargo, casi siete años después el nivel de opresión que padecen no ha mermado. Quienes tratan de abrir caminos para ellas mismas y para otras se enfrentan a la hostilidad no solo de los fundamentalistas, sino también de los señores de la guerra que ocupan puestos en el Gobierno legitimado por la comunidad internacional, y cuyos historiales de brutalidad son espeluznantes.

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  1. Hace tiempo tuve el honor de conocer a algunas de estas heroínas afganas. Recuerdo especialmente a Orzala Ashraf, fundadora de HAWCA, una organizacion para ayudar a las mujeres y los niños de Afganistán. La conocí con poco más de 25 años. El régimen talibán estaba en pleno apogeo, pero su crueldad no había amedentrado a Orzala y a un pequeño grupo de mujeres que trabajaba para evitar que las niñas afganas ‘mamaran’ la intolerancia de ese grupo de iluminados. Tenían su cuartel general en Pakistán desde donde organizaban sus incursiones clandestinas en Afganistán. Este grupo de heroínas pasó años jugándose la vida sin recibir apoyo alguno de la comunidad internacional. En occidente nos escandalizábamos unos segundos cuando los informativos de televisión emitían alguna noticia sobre las barbaridades que cometían los talibán. Después cambiábamos de canal y seguíamos cenando con tranquilidad. Las Torres Gemelas aún no habían caído, Bush recibía con honores a los embajadores talibán y Europa ‘pasaba’ de un país habitado por bárbaros, con alto valor estratégico pero con escasos atractivos económicos. Después llegó el 11-S y todo cambió. Los talibán se convirtieron en el enemigo público número uno del mundo civilizado. Orzala y sus heroínas se pusieron de moda. Una moda, como siempre, muy pasajera. El régimen talibán cayó. O, mejor dicho, los señores feudales se cambiaron de uniforme para que todo el mundo pudiera ver claramente el éxito de la cruzada del mundo civilizado. Hoy las mujeres afganas siguen oprimidas y perseguidas. Orzala, a la que volví a ver hace no demasiado tiempo, ya vive en Kabul. Tiene que salir de casa con el burka y sus equipos de heroínas se siguen jugando la vida para darles un poco de cultura a las niñas afganas. El riesgo de ser asesinadas no es mucho menor que el que tenían con el régimen talibán. Cuando cae alguna de ellas, como ahora le ha pasado a Zakia Kaki, nos indignamos y disimulamos sentirnos muy afectados. Después cambiamos de canal y seguimos dando cuenta de nuestra cena.