La tribu de Los Cara dura
Había pensado que en mi sonora madurez ya quedaba poco espacio para las novedades. Y digo ??poco? porque siempre hay que contar con el factor sorpresa, y yo soy una mujer previsora. Juro por Dios, que no sé si es que he vuelto a nacer y no me he dado cuenta, o es que hasta ahora he tenido mucha suerte y estoy saliendo bastante incólume de este paseo terrenal. Sin embargo últimamente, como en el Mago de Hoz, voy a saltos esquivando tropezones. Y no es que Los Cara dura me ataquen directamente. Creo que algo en mi les hace renunciar al intento, porque deben verme cara de croupier con su ??rien ne va plus?. Pero sí los veo alrededor, cercando a gente generosa que no se merece el acoso y derribo torero:
La vida de Carlos cambió de la noche a la mañana como solo cambian los paisajes después de un terremoto. Pasó de llevar una existencia tranquila, con tintes solidarios eso sí, en la que su mujer llevaba la parte más engorrosa como les pasa a la mayor parte de las hembras de éste país. Pero una mañana María, una mañana de enero, se quedó hechizada mirando al cielo y colgándose de una nube, como de una cometa, partió para no volver nunca.
Carlos se encontró con dos niñas casi adolescentes a las que tenía que enseñar a volar, con ese vuelo perfecto que le había prometido a ella. Y de pronto, se vio envuelto en una vida de vorágine, en la que no quedaba nada para él.
Se acostumbró pronto y bien. De tal forma que todo asunto en que se vieran envueltos sus cachorros lo sacaba adelante aunque eso le supusiera no dormir.
Y en este punto hizo acto de presencia la tribu de Los Cara dura. Carlos era un chollo y los impresentables no estaban dispuestos a perder la oportunidad de sacarle el jugo.
Hace un mes, mi amigo, decidió lavarle la cara a la casa para darle aires nuevos ¡Renovarse, o morir! decía, y para muertes con una en su historia, ya había tenido bastante.
Con sus fronteras invadidas por las tropas operarias (trabajando en fiestas porque era más barato); sus frutos pululando entre máquina y máquina; con un perro capricho infantil que se embadurnaba con todo bote de pintura abierto, y una suegra de 90 años que se había empeñado en ??echarle una mano? (al cuello, como quedó demostrado), se encontró pendiendo, solo con un dedo, del «puente de Mayo».
Los Cara dura vieron el cielo abierto: Carlos se quedaba en Madrid y sus herederas podrían quedarse a dormir con él y sus hijas. Mientras ellos, convertirían el puente en un arco de triunfo regalándose un estupendo viaje (como hacían a menudo, siempre contando con él)
Dicho y hecho. La casa casi en ruinas tuvo que acoger a dos cachorros más. Amén de llevarlos y traerlos a cuantas actividades lúdicas se produjeran en 10 Km. a la redonda, como parte del plan al que se había comprometido, Carlos, por aquello de la «formación en vuelo perfecto».
Cabe imaginar como terminó mi amigo, después del paréntesis laboral (en este caso, al ser varón, no queda mal utilizar la palabra de doble sentido y resulta muy gráfico usar la acepción de instrumento doméstico): hecho unos auténticos ZORROS.
Los otros, pero en este caso en su versión animal, volvieron más contentos que unas Pascuas, morenitos y relajados, y sin añadir nada más que un ¿ Lo habéis pasado bien…? ¡Estupendo, sin papás! ¿verdad…?, se dieron la vuelta con un inaudible ??gracias?, partiendo con sus vástagos.
A las veinticuatro horas, la jefa de la tribu llamó a Carlos. Este pensó que se trataba de una llamada sincera de agradecimiento, bien merecida, y explayándose en saludos encima añadió:
-¿Todo bien…?; ¿habéis descansado del viaje…?, que la vida del turista es muy dura…
-Sí, Carlos, gracias. Agotados, pero bien. Solo te llamo para decirte que las niñas tienen piojos. Ya lo sabíamos antes de irnos, pero como «eran tan pequeños los animalitos…» Solo te llamo para advertirte.
Carlos partió como una bala hacia el globo terráqueo de sus niñas, no sin antes despedirse con un educado ??no te preocupes?. Al investigar en las selvas de sus hijas, impolutas hasta hacía dos días, exclamó lacónicamente ( mientras sacaba el pié de un bote de pintura olvidado): ¡que suerte tengo, el perro no los ha pillado!.
Amigo. No eres? tonto? (como piensan los cara dura). Tú no te pasas, es que los demás NO LLEGAN.
Eres siempre un beso.