Michael Jackson, icono global
Las personas morimos. Es una inequívoca certeza que nos sigue provocando dolor, temor e inquietud. A pesar del irremediable destino del ser humano la muerte nos impresiona mucho, nos impresionará siempre. El fenómeno es todavía más sorprendente cuando se produce entre personas que no se conocen, ni lo iban a hacer nunca.
Ayer supe de la noticia a través de la BBC. La casualidad ha querido que el fallecimiento de Michael Jackson me pillase de viaje, fuera de Madrid. Tanto la CNN como la BBC interrumpieron sus programas con especiales, sabedores de la importancia global de la información, y la daban por no confirmada aún, aunque con titulares elocuentes. Algunos amigos españoles a los que llamé para avisarles no daban crédito, y alguno dijo sentirse consternado. Michael Jackson era un icono planetario.
Pero, en efecto, el fenómeno de la vida y la muerte, y la forma en que nos inquieta en algunas ocasiones es bien curioso. Si hubiera llamado con la noticia de una patera volcada en el estrecho, la reacción habría sido muy diferente.
No quiero con esto restar importancia a la noticia. Es triste porque la música se convierte en la banda magnética de la cinta de la vida. Y los medios se han encargado de darnos a conocer todos los detalles de la existencia de la estrella del pop: sus creaciones musicales, sus mascarillas, sus baños en oxígeno, sus problemas legales con los menores, sus mansiones con montaña rusa. Eso, seguramente, nos hace sentirnos más próximos a él que a otro desconocido.
Pero quizá, cuando todo esto pase un poco, la historia debiera hacernos pensar también, que a lo mejor y sólo a lo mejor, debiéramos replantearnos el concepto sobre la vida, la muerte y la importancia de algunas cosas frente a otras.
Lo mejor que he leído hoy sobre el tema, maestro.
Efectivamente, has tocado dos de los temas que no toca nadie. Si, Jackson es un icono, pero de repente ya no hay crisis, en Honduras no ha pasado nada y lo de Irán parece un sueño borroso. Y esto enlaza con el tema de la vida y la muerte. Vivimos de espaldas a la muerte, como si nuestra vida fuese eterna, como si todo lo pudiéramos dejar para mañana. Yo creo que es por miedo, no soportamos pensar más de un minuto seguido en nuestra propia muerte (yo al menos soy incapaz de hacerlo sin que me entren sudores frios)