Las mujeres afganas continúan con su exilio interno, silenciadas y reprimidas bajo los talibanes
En Afgnanistán, desde el regreso del régimen talibán, las mujeres y niñas del país viven en un sistema de segregación que se ha ganado el apelativo de «aparhteid de género». Tras los avances y derechos conseguidos ente 2001 y 2021, ahora es el único país del mundo donde la educación a partir de sexto de primaria y los 12 años está prohibida para niñas y mujeres. Además la represión de los talibanes, que detallan en The Conversation, implica que las mujeres no pueden salir solas, deben llevar burka y tienen prohibido trabajar en el sector público, organizaciones sociales o la ONU, así como acudir a parques o gimnasios. Además se han derogado leyes como la promulgada contra la violencia doméstica y han desparecido los tribunales especializados. Se resume su situación en una suerte de «arresto domiciliario» o «exilio interno».
Dorothy Estrada Tanck, Universidad de Murcia
Desde la toma armada del poder por parte de los talibanes como autoridad de facto en Afganistán en agosto de 2021, las mujeres y niñas en ese país enfrentan retos sin igual. Sin embargo, no es la primera vez que lo hacen. En el régimen talibán anterior, entre 1996 y 2001, las mujeres y niñas vivieron un sistema de segregación, exclusión y desigualdad calificada ya desde entonces como “apartheid” de género.
En los veinte años entre 2001 y 2021, aunque perduraron varios obstáculos para la realización de los derechos humanos –la persistencia de roles tradicionales de las mujeres en la sociedad, prácticas familiares y culturales discriminatorias, y la pobreza extrema, sobre todo rural–, sí se lograron avances relevantes. Algunos de estos desarrollos fueron una ley especializada en violencia de género y tribunales para su implementación, normas e instituciones para la protección de los derechos humanos, el acceso a la salud sexual y reproductiva y a la educación para las niñas y mujeres, incluida la universitaria (si bien esto se producía mayoritariamente en zonas urbanas) y la participación femenina en la vida económica y en los ámbitos público y político, incluyendo la actuación de ministras de gobierno, parlamentarias y juezas. Hoy todo eso se acabó.
Afganistán es hoy el único país del mundo donde la educación a partir de sexto de primaria está legalmente prohibida para las niñas y mujeres. Las niñas mayores de 12 años no pueden ir al colegio. Las mujeres no pueden salir solas y sin la compañía de un familiar hombre (maharam). Deben aplicar el hiyab “adecuado”, preferiblemente llevando un chadari (prenda negra no ajustada con la cara cubierta) y no salir de casa sin un motivo.
Las mujeres solo pueden trabajar en empresas y en ciertos sectores económicos, aunque las restricciones a la libertad de circulación hacen que en la práctica esto sea difícil. Las mujeres afganas tienen prohibido trabajar en el sector público, en organizaciones sociales y en organismos internacionales, incluyendo en Naciones Unidas.
Leyes derogadas y tribunales desaparecidos
Hoy en día, una mujer afgana víctima de violencia doméstica prácticamente no tiene a dónde acudir. Se ha derogado la ley en la materia y han desaparecido los tribunales especializados. Se encuentran en un estado de indefensión casi total sin instituciones que las auxilien ni acceso a la justicia.
Las mujeres tienen acceso muy restringido y controlado a la salud sexual y reproductiva y, en el ámbito sanitario en general, no pueden ser atendidas por personal masculino.
Esto, unido a que ya no existen universitarias que estudien Medicina, es, como decía una doctora, “una fórmula para el desastre”, pues condena a niñas y mujeres a enfermarse y hasta a morir de males prevenibles.
Las niñas y mujeres tienen vetado el acceso a parques, gimnasios y baños públicos. En julio de 2023, se ordenó que se cerraran los centros estéticos para mujeres. Hoy si una mujer tiene una hija que va a casarse, ni la una ni la otra podrán ir a la peluquería –siendo este uno de los únicos espacios de convivencia social y diversión que les quedaban–.
Pude conocer en Mazar e-Sharif, a una mujer soltera, profesora de Psicología que daba clases a escondidas y que se ponía un anillo para fingir que estaba casada. Si los talibanes la paraban por la calle, podía decir que su marido estaba enfermo y que por eso iba sola, y con ello evitar más preguntas.
Una antigua estudiante universitaria me dijo: “Vivimos bajo arresto domiciliario. Nos sentimos deprimidas y desesperanzadas. No tenemos futuro”.
Otra confesaba: “Estoy dispuesta a hacer todo, lo prometo, me pongo el hiyab ‘apropiado’, que me acompañe mi hermano a la universidad, luego me voy directa a la casa pero, por favor, ¡quiero estudiar!”
Siguen trabajando y ayudando a otras mujeres
A pesar de estos retos, las mujeres persisten y resisten. Siguen trabajando como pueden; siguen cuidando y buscando educación para sus hijas y siguen encontrando espacios para exigir respeto. Encuentran formas creativas e innovadoras de seguir ayudando a otras mujeres, aun en zonas remotas, y en ocasiones con el apoyo decidido de sus padres y hermanos, incluyendo mediante proyectos educativos a niñas y mujeres de forma online o en espacios físicos de forma clandestina. Continúan levantando sus voces, siendo líderes de organizaciones, iniciativas y actividades. Se enfrentan a rocas que las aplastan, pero ellas son el agua bajo las rocas.
Aun así, necesitan urgentemente el compromiso inquebrantable y acciones concretas de la comunidad internacional. Por ejemplo, el apoyo a organizaciones lideradas por mujeres afganas, el otorgamiento del estatus de protección internacional a las que logran huir y el desarrollo normativo adecuado para combatir las violaciones graves y sistemáticas a sus derechos.
No podemos mirar hacia otro lado frente a las atrocidades cometidas por las autoridades en Afganistán. Tenemos la responsabilidad colectiva de alzar las voces de las niñas y mujeres del país y de actuar ahora.
Dorothy Estrada Tanck, Profesora Contratada Doctora de Derecho Internacional Público, Facultad de Derecho, Universidad de Murcia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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