31 días en una cueva para experimentar los límites del confinamiento
En el verano de 1969 tres jóvenes amigos, espeleólogos y científicos, se aislaron, sin relojes, en una cueva de Soria. Allí pretendían estar 21 días de confinamiento tomando notas de todo lo que estaba sucediendo, con una perspectiva científica, para comprobar cómo se comporta el cuerpo humano, cómo es la pérdida de referencias del día y la noche, luz, horarios, costumbres, etc.
Salieron 31 días más tarde al perder todas las referencias temporales y con una experiencia que les marcó. «Habían perdido o viajado al futuro diez días» explica Alberto Nájera, hijo de uno de los tres científicos que ha recuperado los diarios y la historia de esta experiencia en un época de confinamiento obligatorio. Ha escrito un relato de la Operación Civis -que es el nombre que pusieron al experimento- para Vozpopuli y en el programa La Cafetera de Radiocable.com ha desvelado algunos detalles más de la aventura.
(Foto: Cortesía Alberto Nájera)
Alberto Nájera explica que los tres amigos, Antonio López Bravo, Alfonso Sopeña y Jorge Rey, se confinaron en la cueva de La Galiana, en la zona del Cañón del Rio Lobos «lo suficientemente profundo, 1,5 km, para no tener ningún tipo de acceso o de idea de lo que estaba pasando al exterior, sin luz del sol y sin reloj». Aunque establecieron un punto intermedio de aprovisionamiento, porque además de los 3 confinados, el experimento contaba con un «equipo de superficie» que se encargaba de recoger las muestras para análisis y les llevaba las cosas que necesitaban.
Se comunicaban con un teléfono por cable que unicamente servía de dentro afuera, es decir que sólo los tres jóvenes de la cueva usaban para llamar y comunicar sus necesidades de alimentos, material o información del tipo «nos acabamos de levantar y creemos que son las diez de la mañana». Para garantizar su aislamiento el equipo de exterior se acomodaba a sus peticiones aunque fueran las 4 de la mañana.
Dentro de la cueva, los científicos tenían rutinas muy protocolizadas para ir haciendo todos los experimentos: «Tenían varias ratas, nada más levantarse dibujaban lo primero que se les ocurría, se hacían análisis de sangre, orina… y un montón de actividades que en algunos casos les llevó a vivir días de hasta 50 horas, cuando estaban más activos, porque la única referencia que podían tener, era el cansancio de su cuerpo», recuerda Nájera, entonces un niño y en la actualidad doctor de Radiología y Medicina Física.
Esta circunstancia, de hecho, les llevó a «arañar» o alargar los días y explica el desfase que tuvieron al salir. Pero también pone de manifiesto que la capacidad del cuerpo para adaptarse. En la actualidad el ser humano se ha adaptado a un día de 24 horas, pero, como demuestra el experimento, probablemente podría hacerlo a un periodo de tiempo diferente.
La salida de la cueva de los tres expedicionarios provocó un gran revuelo y llegó a ser portada de la prensa nacional e incluso internacional. Llegaron a salir en el Herald Tribune y el Washington Post ya que la Operaciópn Civis tuvo lugar en agosto de 1969 pocas semanas después de la llegada del hombre a la Luna, lo que disparó el interés por los viajes al espacio y en confinamiento y la posibilidad de ir a Marte.
Alberto Nájera detalla también las dificultades que tuvieron para reincorporarse a la vida normal: «En el diario que llevó mi padre, escribió que le preocupaba el regreso por ejemplo al ruido del exterior. Durante 31 días no escucharon apenas ningún sonido y les llamó la atención al salir el ruido de la gente. Algo que también estamos viendo estos días.» Añade que decidieron asimismo que las entrevistas con los periodistas fueran en el interior de la cueva y a una profundidad considerable para comprobar el interés en escucharles.
Pese a todo, el revuelo y las situaciones que vivieron a la salida no fueron lo que esperaban: «Mi padre lo criticaba bastante. La vuelta a la normalidad y a relacionarse con la gente fue lo que más le costó». Nájera destaca que su progenitor les contó de niños parte de su experiencia y cada diez años, los protagonistas volvían a la cueva una noche de agosto para celebrar este aniversario de su experiencia y rememorarla. Y de hecho tras su fallecimiento, esparcieron sus cenizas en el Cañón del Río Lobos: «El solia decir la frase de Cicerón `mi patria estará donde yo esté a gusto´ y ese fue el sitio donde fue feliz».
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