Nombres escritos con lápiz
Esta semana he rebuscado un poco en viejas carpetas de la memoria. Es un ejercicio que no había hecho desde hace años, cuando me mudé de casa, pero es curioso cómo, todavía, siguen apareciendo ciertos episodios de mi vida que ni recordaba y que ahora cobran sentido. Algunos tienen una cierta profundidad. Es impresionante, por ejemplo, ver la de nombres que pasan a lo largo de la vida por la agenda de una persona. De algunos, trazados con boli, esos que miran al mundo de forma optimista, siempre con una sonrisa, sin maldad y sin prejuicios, ni siquiera la vida ha sido capaz de alejarme. De otros simplemente me he distanciado, por razones diversas.
A muchos de esos otros nombres no les he seguido la pista y alguno se ha marchado para siempre. Ver el nombre de Sara Palacios o el de Sancho Dávila, escrito con el lápiz de lo cotidiano, me ha producido un gran estado de tristeza. Hoy permanecen como trazos de un pasado cada vez más sutil.
Pero hay otros objetos que son más anecdóticos. Hurgando entre recuerdos y viejas agendas he encontrado una de mis primeras entradas al SIMO. No recuerdo ni cómo era ni que es lo que ví. Pero reconozcamos que tiene cierta gracia, después de tanto tiempo da cierto sentido a cosas que pasaron poco después. Yo tenía 14 años.