Me inclino a creer que el resultado aparente de la cumbre del cambio climático celebrada en Durbán, Sudáfrica, podría acabar siendo un acuerdo muy bueno. Algún día. A lo mejor.Esa es mi opinión, pero dista mucho de ser universal. Tras el encuentro, la reacción inicial osciló básicamente entre el «Avance histórico: el planeta está salvado» y «Fracaso trágico: el planeta está sentenciado». Juicios tan radicalmente distintos proceden de autoridades y activistas que albergan la misma opinión general del cambio climático — que es real y que hay que hacer algo al respecto — y que entienden por completo el acuerdo alcanzado por los delegados reunidos en Durbán.
Optimistas y pesimistas discrepan sobre todo en lo que creen que pueden hacer los gobiernos para limitar las emisiones de carbón y metano que están calentando la atmósfera, y en el momento en que es probable que lo hagan. Mi conclusión es que por ahora, por lo menos, el avance conceptual alcanzado en Durbán es mejor imposible.
Este avance es, potencialmente, sustancial: por primera vez, las autoridades de los países que son los mayores emisores — China, la India y Estados Unidos — han accedido a negociar limitaciones legalmente vinculantes.
Bajo el antiguo marco del Protocolo de Kyoto, que por ahora sigue casi por completo en vigor, los países en rápida industrialización se negaron a quedar confinados dentro de límites que imposibilitaran su desarrollo. Estados Unidos se negó a firmar el acuerdo de Kyoto o cualquier otro tratado de reducción de las emisiones mientras China, la India, Brasil y los demás gigantes económicos emergentes tuvieran carta blanca.
Como cuestión práctica, esto se tradujo en que mientras los socios europeos trabajaron para satisfacer los objetivos de emisión — o simularon estar trabajando, en ciertos casos — las fuentes más relevantes de emisiones quedaban libres de límites. Cuando se adoptó Kyoto, China estaba muy por detrás de Estados Unidos como emisor; ahora va muy por delante. La India superaba recientemente a Rusia entrando en el tercer lugar.
Las conversaciones de Durbán parecían quedar en agua de borrajas hasta que el delegado chino, Xie Zhenhuá, anunció que Pekín estaría dispuesto a considerar un marco de regulación de las emisiones vinculante legalmente. Con China responsable ya del 23% entero de las emisiones contaminantes del mundo, esto es un enorme paso adelante.
La India, sin embargo, no estaba tan segura de acceder a negociar «un marco jurídico» que especificara compromisos vinculantes. Los delegados dedicaron una cantidad ridícula de tiempo y esfuerzos a pulir esa fórmula, pasando primero a «protocolo o instrumento legal» y retrocediendo luego a «resultado legal». Los delegados europeos reaccionaron de forma airada, anunciando que «resultado legal» es tan vago que deja espacio a la posibilidad de límites de emisiones voluntarios más que obligatorios. La Unión Europea amenazó con abandonar la cumbre entera.
El ministro de medio ambiente de la India dio la réplica indignada. «La India no se va a dejar intimidar nunca por amenazas», anunciaba tajante Jayandi Nataraján.
Se encontró una fórmula de compromiso: Antes del año 2015, los delegados negociarán «un resultado convenido de validez legal». ¿Qué significa esto? Dentro de cuatro años, se supone que habrá una especie de tratado — que cubriría por igual a los países desarrollados y los países en vías de desarrollo — que limitará las emisiones contaminantes. Este tratado o documento comparable se supone entrará en vigor en 2020.
Los que consideran Durbán una amarga decepción señalan que las chimeneas industriales y los tubos de escape de los automóviles seguirán emitiendo gases, que el calentamiento atmosférico seguirá su ritmo sin interrupciones, y que los líderes mundiales seguirán sin haber hecho nada en la práctica. Los representantes reunidos en Durbán accedieron a negociar un pacto que no entrará en vigor hasta dentro de una década prácticamente — y eso siendo optimistas.
Pero a mí me parece que podría bastar. El verdadero avance de Durbán consiste en mantener vivo el lento y tortuoso proceso de negociaciones del clima — con los principales emisores mucho más implicados ya. Esto gana tiempo para que emerjan soluciones reales.
En Shanghai cené hace poco con Edwin Huang, responsable de márketing de Suntech Power Holdings, una empresa afincada en la cercana ciudad de Wuxi que es el mayor fabricante de placas solares del mundo. «Nosotros estamos creando puestos de trabajo estadounidenses», me decía: una de las plantas de fabricación de Suntech se encuentra en California.
China se está poniendo seria con las energías alternativas. Las emisiones van a seguir subiendo, pero un compromiso por parte de China solamente basta para empezar a contener el avance. A medida que empresas como Suntech — y, esperaría, la competencia estadounidense — rebajen el precio de las placas solares, empezaremos a gestionar el problema. Para el año 2020 o incluso 2015, los límites de contaminación pueden parecer menos problemáticos.
Pero es necesario mantener con vida el proceso de negociación hasta que sea posible alcanzar un acuerdo significativo. De manera que sí, puede decirse que la conferencia de Durbán solamente logró marear la perdiz. Por ahora, sin embargo, eso puede ser suficiente.
Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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