Eugene Robinson-Washington. - Los Republicanos de extrema derecha está ganando las batallas presupuestarias porque ellos entienden algo que nadie más en Washington parece captar: el viejo axioma de que la política es el arte de lo posible ha dejado de ser cierto.
No hay duda de quién ganó el duelo de la semana pasada. El resultado – cerca de 40.000 millones en dolorosos recortes — supera con creces las exigencias iniciales del Partido Republicano. Que los Demócratas lograran salvar unos cuantos programas afines es algo, pero no gran cosa. No hace falta ser realmente el hombre del tiempo para saber en qué sentido sopla el viento.
Y como puede ver claramente cualquiera que preste atención, el Gran Enfrentamiento del Cerrojazo Administrativo fue solamente una escaramuza en el seno de un conflicto mucho mayor. En el aire hay una cuestión fundamental — cuál es la naturaleza y la finalidad de la administración pública — respondida por primera vez hace más de dos siglos, cuando Alexander Hamilton y Thomas Jefferson se lo disputaron como beligerantes integrantes del primer gabinete de George Washington. La administración pública centralizada de Hamilton salió victoriosa. Hay quien no se lo ha perdonado nunca.
Los ideólogos de la extrema derecha en la Cámara aspiran a asfixiar al gobierno federal a base de recortes hasta el extremo en que ya no pueda satisfacer su deber constitucional de promover el bienestar general. No pretendo sonar apocalíptico, pero eso es a lo que se reduce esta lucha.
Su inspirada táctica — que ha funcionado tan bien que estarían locos de abandonarla — ha consistido en adoptar una postura delirantemente radical y defenderla con la obstinación de una mula. Cuando los Demócratas ofrecen negociar, los Republicanos incrementan sus exigencias. El resultado es que alteran el terreno del encuentro y acaban luchando en terreno tan amistoso que literalmente no pueden perder.
De esa forma, el llamamiento Republicano inicial a acometer recortes por valor de 32.000 millones de dólares se elevó hasta los 61.000 millones — una cifra ridículamente imposible. Por supuesto no lo lograron — pero obtuvieron casi las dos terceras partes del importe.
Los Demócratas, Presidente Obama incluido, siguen jugando según el viejo reglamento de lo posible. Dios los coja confesados. Se reúnen en la formación, meditan, rumian, realizan concesiones razonables y finalmente proponen un resultado con el que todo hijo de vecino, desde luego, debería de estar contento. Entonces reciben el siguiente puñetazo inesperado.
Obama, me temo, está a punto de repetir el patrón.
La hoja de ruta de la reducción de la deuda y la reforma de lo social que ha puesto sobre la mesa el congresista Paul Ryan, R-Wis., el filósofo escogido por el Partido Republicano, es una propuesta radical. Baja los impuestos a los ricos, agrava la tesitura de la acosada clase media y altera los programas Medicare y Medicaid de la tercera edad y los pobres hasta el extremo de hacerlos irreconocibles. Ryan aspira no sólo reducir el endeudamiento a largo plazo de la nación sino a cambiar la esencia de la relación entre la ciudadanía y su gobierno.
Ryan pregona la necesidad de conservar y reforzar la red de protección social de América, pero nada contenido en su plan sugiere que esté realmente convencido de la idea de la responsabilidad colectiva hacia aquellos que atraviesan momentos de necesidad. Su autor favorito, el extremista del liberalismo Ayn Rand, estaría orgulloso.
Los progresistas convencidos de que una nación próspera y sana es algo más que una colección de particulares egoístas tienen un deber del que responder. A juzgar por los indicios, el plan de reducción de la deuda y reforma de lo social que Obama planea anunciar el miércoles incluirá una mezcla de sensatos recortes del gasto y modestas subidas tributarias — algo con lo que todo el mundo debería estar contento.
Pero recuerde mis palabras, la respuesta de los ideólogos de la extrema derecha no va a consistir en sentarse con el Presidente y negociar el término medio. Ni siquiera van a simular estar buscando denominadores comunes. Insistirán en recortar el gasto de los presupuestos de 2012 mucho más allá incluso de las exigencias más escandalosas que pidieron los Republicanos para el actual ejercicio. Como medio de presión, celebrarán la inminente votación plenaria de la subida del umbral de endeudamiento para evitar un descubierto catastrófico. ¿Que usted no cree que vayan a intentar valerse de ello?
A nivel político, Obama termina siendo considerado sensato, pragmático y más interesado en las soluciones que en encuentros políticos. Pero tome perspectiva y examine el panorama. ¿Por qué estamos hablando todavía de recortes del gasto en lugar de subidas cuando la economía todavía lucha por salir de una de las peores recesiones de la historia? Si el creciente gasto médico fuera el verdadero problema a largo plazo, la reforma de Obama dio los primeros pasos hacia una solución. ¿Por qué no dicen lo evidente los Demócratas? Hemos de avanzar más por ese camino — hasta un plan de salud público por lo menos — en lugar de en la dirección contraria.
¿Por ver quién la suelta más gorda? Puede ser. Pero los Republicanos están demostrando que exigir lo imposible es un excelente punto de partida.
Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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