Alex de la Iglesia se atrevió donde otros se habrían detenido
Había muchos focos sobre la polémica y Alex de la Iglesia no defraudó las expectativas. Defendió un nuevo modelo de negocio para el cine y lo hizo frente a la academia y la política; frente al inmovilismo y el desconocimiento.
«Han hecho una gala coincidiendo con el discurso de @Alexdelaiglesia :-)» , -decía un internauta en su twitter.
Efectivamente el discurso de Alex de la Iglesia fue recibido con entusiasmo en la red. Pero no solo por su afinidad con las posturas de gran parte de los internautas, que también, sino por su caracter conciliador y valiente.
Alex de la Iglesia se atrevió donde otros se habrían detenido por respeto a lo «políticamente correcto», por respeto a «lo establecido». Y lo hizo con elegancia, advirtiendo de que el nuevo mundo no llega, sino que ya está aquí.
«Las reglas del juego han cambiado», -dijo. Y muchos internautas aplaudieron .
No terminará con la Ley Sinde, claro, y puede que el discurso caiga en el saco roto de la política pero deja una semilla en la Academia. Sus miembros deberían repensar urgentemente el futuro antes de que sea demasiado tarde y los beneficios de su sector los obtengan tipos como Steve Jobs.
El discurso, además, evidencia de nuevo algo realmente inquietante. El Ministerio de Cultura está convirtiéndose en una oficina de representación de la «industria» de la cultura. No por casualidad muy cerca de Sinde se sentaba Miguel Sebastián, que observaba todo aquello con la mirada incómoda que da la certeza. Queda por saber cuando o quién hará desaparecer el Ministerio de Cervantes, habida cuenta de que duplica de facto intereses con Industria, salvo que alguien cambie el sentido de la marcha.
Pero esas no fueron las únicas caras de la polémica ayer. Un plano cautivo de Enrique Cerezo durante el discurso de Alex de la Iglesia mostró el verdadero rostro del problema: no son los actores quienes deben temer a la red, son los industriales de los derechos, los que cobran año tras año por un trabajo que un creativo desarrolló una vez. Los actores, por tanto, no deberían permitir que nadie manipule su futuro. No es su actividad la que está en riesgo.
No nos podemos cansar de repetirlo. Hoy es el espectador el que manda, el que exige. La gente pagará por el contenido sí, pero sólo si el precio es asequible y si se le permite acceder a él, el dia que es estrenado. Porque hoy el cliente es mucho más exigente que hace unos años y no se le puede exprimir en cada ventana de explotación. Se debería ofrecer un modelo de pago barato si la película está recién estrenada y muy, muy barato si ya lleva tiempo en cartelera. Eso, lejos de lo que pueda parecer, impulsará la industria.
Porque la gente prefiere pagar poco, pero muchas veces, -incluso cada vez que vuelve a ver una película-, a pagar el precio de siempre y guardarla en su ordenador de por vida. Hay una gran oportunidad para la industria, porque se abre un mercado mundial que antes estaba reservado a grandes industriales, pero hay que enfrentarlo con expectativas de beneficio razonables para todos, tanto sociales como económicos. Y conviene darse prisa porque mientras se pierde el tiempo con debates y leyes estériles otros se están posicionando a toda velocidad.
«Internet no es el futuro, como algunos creen, es el presente […] A los internautas no les gusta que les llamen así. Ellos son ciudadanos, son sencillamente gente, son nuestro público. Ese público que hemos perdido no va al cine porque está delante de una pantalla de ordenador. Quiero decir claramente que no tenemos miedo a Internet porque Internet es precisamente la salvación de nuestro cine. Solo ganaremos al futuro si somos nosotros los que cambiamos, los que innovamos, adelantándonos con propuestas imaginativas, creativas. Aportando un nuevo modelo de mercado que tenga en cuenta a todos los implicados…[…] Si queremos que nos respeten… hay que respetar primero»