Eugene Robinson- Washington. La buena noticia es que la estrategia del Presidente Obama en Afganistán «sigue su curso». La mala noticia es que el curso describe un círculo.
Se han producido «avances notables a nivel operativo» en la lucha contra al-Qaeda y los talibanes, según una evaluación encargada al Consejo de Seguridad Nacional y difundida el jueves, pero este progreso es «frágil y reversible». Suena a la forma burocrática de admitir que damos dos pasos adelante acompañados de dos pasos atrás. En efecto, el examen reconoce que tras nueve años de guerra, «Pakistán y Afganistán siguen siendo base de operaciones del grupo que nos atacó el 11 de Septiembre».
Lo que no es reversible es el precio en vidas humanas de la decisión de Obama de escalar el conflicto. Este ha sido con diferencia el año más letal para los efectivos estadounidenses destacados en Afganistán, con 489 bajas. También ha sido un año brutal para los civiles afganos y paquistaníes atrapados en mitad de lo que parece cada vez más un conflicto clásico de agotamiento — a excepción del aparato teledirigido que dispara proyectiles volando en círculo.
Igualmente irreversible es el enorme coste humano de la guerra — alrededor de 120.000 millones de dólares al año — en un momento en que la administración federal está incurriendo en un déficit billonario y los municipios están tan arruinados que están prescindiendo de agentes de policía, bomberos y profesores.
¿Y dónde estamos, en términos de progreso? Mucho más adelante, pero no en ninguna dirección que tenga sentido. Se están librando en Afganistán dos conflictos independientes básicamente, y en los dos nos están frustrando nuestros amigos, no nuestros enemigos.
En la región oriental del país, las fuerzas estadounidenses y las aliadas tratan de expulsar a los talibanes y a los militantes de al-Qaeda que aterrorizan a la población local y aprovechan la orografía abrupta impracticable, casi infranqueable. Pero cuando los guerrilleros enemigos están bajo fuerte presión, simplemente cruzan con soltura la frontera hasta Afganistán, donde los funcionarios les permiten tener refugios seguros.
Un resumen de la evaluación del conflicto presentado a la Casa Blanca destaca que es esencial eliminar «los refugios extremistas». Observa que Pakistán — nuestro aliado, supuestamente — ha hecho mucho, pero claramente no lo bastante, por negar asilo al enemigo. Pero el resumen retrocede luego al lenguaje pastoso acerca de lo mucho que nos gustaría ver «mayor cooperación», la falta que nos hacen no sólo medidas militares sino «estrategias eficaces de desarrollo», y que «otra sesión de diálogo a tres bandas Estados Unidos-Afganistán-Pakistán» seguramente ayudará.
«Vamos a seguir insistiendo», Decía Obama el jueves, «en que el tema de los refugios terroristas… debe ser abordado». Pero la verdad es que somos incapaces de obligar a los paquistaníes a hacer más y provocaríamos una crisis política si hacemos el trabajo nosotros. De manera que el enemigo seguirá teniendo un acogedor sitio donde esconderse.
El otro conflicto se desarrolla al sur, donde el General David Petraeus trata de implantar una estrategia de contrainsurgencia que exige ganarse la confianza y la fidelidad de la población. Allí son nuestros aliados afganos los que obstaculizan el camino al éxito.
La administración del Presidente Hamid Karzai es considerada permeable a la corrupción. Es evidente que una campaña de contrainsurgencia sólo podrá funcionar si la administración local se considera legítima, eficaz y razonablemente honesta por lo menos. De lo contrario, un municipio concreto permanecerá «pacificado» solamente el tiempo que haya tropas estadounidenses destacadas. Cuando los efectivos se marchen — y el enemigo reclame su espacio — es improbable que la población local vaya a jugarse su vida por un régimen desmerecedor.
«Vamos camino de alcanzar nuestros objetivos», insistía Obama. Pero si esto fuera cierto, sería de esperar que los afganos fueran cada vez más optimistas. En realidad, los afganos se vuelven cada vez más pesimistas con su país y confían menos en la capacidad de las fuerzas estadounidenses de aportar seguridad, según un reciente sondeo del Washington Post con otras empresas de información.
Hace un año, el 61% de los afganos apoyaba el incremento de efectivos de Obama; ahora sólo 49% aprueba la escalada. Casi tres cuartas partes de los afganos están seguros de que la administración debe negociar un acuerdo de paz con los talibanes, y más de la mitad piensa que los efectivos estadounidenses y aliados deben empezar a marcharse a mediados de 2011, como ha prometido Obama.
Está claro a estas alturas que cualquier retirada que empiece el verano próximo será modesta. Pero dando por sentado que Obama siga adelante, la presencia militar estadounidense en Afganistán se encuentra ya en su apogeo — cerca de 100.000 efectivos. ¿Es razonable pensar que vamos a avanzar más con, digamos, 90.000 soldados? ¿O con 80.000?
No, no lo es. Pero más jóvenes estadounidenses perderán su vida a causa de explosivos caseros, más civiles afganos y paquistaníes saltaron por los aires a causa de proyectiles disparados por vehículos no tripulados, y nuestra política bélica «seguirá su curso» – a ninguna parte.
Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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