Richard Cohen – Washington. Cuando tenía 11 años, mi padre creyó que era hora de enseñarnos la capital de la nación a mi hermana y a mí. Sólo tengo vagos recuerdos de ese viaje – el calor, el terreno de los aledaños a la Casa Blanca, el Jefferson Memorial. Sí recuerdo que cogimos la Autovía 1 por Baltimore (no había I-95 aún) y fue allí que vi mi primer cartel con la palabra «de color» escrita – una casa de huéspedes, me parece. Era el año 1952, y Estados Unidos era una nación apartheid.
Es Sarah Palin quien me trae esos recuerdos. En su nuevo libro, pide cuentas según parece a Michelle Obama por supuestas declaraciones infames de la campaña de 2008: «Por primera vez en mi vida adulta, estoy orgullosa de mi país porque parece que la esperanza vuelve por fin». Al instante, los Republicanos se lanzaron al ataque. Entre las primeras en hacerlo estuvo Cindy McCain, que dijo, «yo estoy y siempre estaré orgullosa de mi país». Fue un golpe bajo, pero la elección de Palin por parte de su marido para la lista electoral y el montón de golpes bajos de Palin («tribunales de eutanasia», etc.) aún estaban por venir.
Michelle Obama se explicó rápidamente. Ella estaba orgullosa de la participación en las primarias – tantos jóvenes, etc. Evan Thomas, escribiendo perspicazmente en Newsweek, pensó — como yo — que estaba diciendo otra cosa. ?l se puso a escarbar en la tesis doctoral de ella en Princeton — «Los negros formados en Princeton y la comunidad negra» — para descubrir a una mujer que se sentía, o era inducida a sentirse, «más consciente de mi ‘color negro’ que nunca antes». No fue una declaración de racismo. Era una exposición de los hechos.
Es terrible que Palin y tantos otros no logren comprender ese hecho — tantos hechos de la historia estadounidense en la práctica. No muestran el atisbo más remoto de poder apreciar la historia de la familia Obama y que en el caso de Michelle, sus antepasados eran esclavos – Jim Robinson, de Carolina del Sur, su tatarabuelo paterno, fue uno. Hasta después de ser liberados estaban consignados al estatus de obreros de segunda clase, teniendo prohibido votar en gran parte del Sur, se les disuadía de hacerlo en parte del Norte, se les relegaba a escuelas segregadas, restaurantes, iglesias, hoteles, salas de espera de estaciones, la parte de atrás del autobús y el otro carril de las vías, los tanatorios, los cementerios y, siempre que los blancos pudieran soportarlo, el propio cielo.
Era el gobierno lo que oprimía a los negros, implantando las leyes que les encarcelaban y los ahorcaban por delitos graves y mundanos, les azotaba si huían en busca de la libertad y, en la Guerra Civil, los masacraba si eran capturados luchando por el Norte. Y aún así, si los afroamericanos vacilan al suscribir la maravilla mítica de América, ellos son acusados de racismo — de tener el descaro de saber más de su propia experiencia y su historia de lo que Palin y el resto creen que deberían saber.
¿Por qué los políticos como Palin o los tertulianos como Glenn Beck insisten en que los afroamericanos hagan borrón y cuenta nueva con su propia historia – tan en blanco como al parecer están Palin y Beck? ¿Por qué tienen que insistir en que los negros se unan apoyando la repelente historia que en una ocasión hizo que América fuera a la guerra contra sí misma? Además de Princeton, Michelle Obama se licenció por la Facultad de Derecho de Harvard. Es prácticamente imposible que no tenga conocimiento de la historia de los afroamericanos – nada de Ellis Island para ellos, inmigrantes con su colorida ropa nativa saludando a la cámara. ¿Debe de olvidarlo todo simplemente por haber ido a facultades elitistas de las ocho antiguas — estar agradecida por lo recibido y al cuerno lo demás? ¿Por qué habría de estar más agradecida que Cindy McCain?
Sarah Palin fastidia diciendo que podría presentarse a presidente. Pero no tiene la cualificación — no sólo en los sentidos usuales (unos cuantos), sino porque no conoce el país. No podría ser la presidenta de la América negra ni de la América hispana. Sabe más de osas que de afroamericanos — y claramente tiene más interés en lo primero que en los segundos. ¿Descolgó el teléfono simplemente alguna vez y preguntó a Michelle Obama lo que quería decir con sus comentarios? ¿Le preguntó por sus orígenes? ¿Cómo era Princeton? ¿Cómo fue para sus padres o sus abuelos? Puedo dar una pista. Si viajaban a Washington, aminoraban y se detenían donde la señal indicaba «de color» — y las irritadas Palin de la época tocaban indignadas el claxon y seguían su camino por su carril.
Richard Cohen
© 2010, Washington Post Writers Group
Derechos de Internet para España reservados por radiocable.com