Eugene Robinson – Washington. Ha sido un curso político tan impredecible que es difícil tener confianza en alguno de los pronósticos de noviembre. ¿Cómo que impredecible? Bien, me gustaría conocer al tertuliano o estadístico que imaginó que una candidata de formación al Senado abriría un anuncio de campaña anunciando «No soy una bruja».
Problemas de hechicería de Christine O’Donnell aparte, hay algo que puedo decir con confianza acerca de las legislativas del mes que viene: los afroamericanos votarán de manera mayoritaria a los candidatos del Partido Demócrata en todas las casillas. Es el comportamiento político perfectamente racional — pero en muchos sentidos es una vergüenza.
No me entienda mal. Estoy plenamente convencido de que la agenda progresista defendida por los Demócratas es mucho mejor para los afroamericanos, y para la nación en conjunto, que la agenda conservadora escogida por los Republicanos. Pero también estoy seguro de que en política, como en los negocios, la competencia es buena. Los monopolios dan por seguros inevitablemente a su clientela.
Y esto, francamente, es lo que llevan haciendo décadas los Demócratas con el voto negro. En lo que a los afroamericanos se refiere, el único interrogante es si van a participar en cantidades importantes en los comicios legislativos. Nadie pone en duda el sentido de su voto.
El apoyo afroamericano al Partido Demócrata ronda el 90%. Esto entra dentro de la definición de monolítico, incluso si los estadounidenses negros son cada vez más diversos — económica, social y cultural o geográficamente. Existen millones de hogares negros acomodados de barrios residenciales que encajan en el perfil demográfico de los independientes o de los Republicanos. Ha existido un influjo sin precedentes de inmigrantes negros procedentes de África y el Caribe que ven con nuevos ojos el panorama político. Los sondeos demuestran que en las cuestiones sociales más candentes, como el matrimonio homosexual, muchos afroamericanos son muy conservadores. Esperaría que por alguna parte, de alguna forma, el Partido Republicano hubiera logrado hacerse con un trozo.
El problema reside en que los Republicanos no lo han intentado — seriamente no, por lo menos. Y va a hacer falta mucho más que elegir a un testaferro como el secretario del partido Michael Steele, o nominar a un sorprendente candidato al Congreso como Tim Scott en Carolina del Sur, para superar décadas de indiferencia o antipatía.
La historia de alejamiento de los afroamericanos por parte del Partido Republicano es bien conocida. En 1960, Richard Nixon alcanzaba el 32% del voto negro. En 1964, Barry Goldwater — que se había opuesto a la histórica Ley de Discriminación — recibía apenas el 6% del voto negro. Este cambio dramático hizo posible la «estrategia sureña» de Nixon, que el estratega político Kevin Phillips explicaba al New York Times en 1970, valiéndose de una terminología arcaica:
«De ahora en adelante, los Republicanos nunca van a obtener más del 10 al 20% del voto negro y no van a necesitar mucho más», decía Phillips, «pero los Republicanos serán poco previsores si debilitan la implantación de la Ley de Discriminación. Contra más negros se afilien a los Demócratas en el Sur, antes abandonarán a los Demócratas los blancos negrófobos y se harán Republicanos. Ahí es donde están los votos. Sin ese estímulo de los negros, los blancos van a reincidir en sus antiguos acuerdos cómodos con los Demócratas locales».
En otras palabras, la idea consistía en capitalizar los temores y los agravios raciales de los blancos del Sur — dejando que los votos negros se alejen del Partido Republicano, y hasta alentándoles a marcharse.
La nuestra es una era diferente, y no estoy sugiriendo que la vieja estrategia sureña persista en alguna forma retrógrada. El predominio del Partido Republicano entre los blancos del Sur no se basa en el tipo de fanatismo racial crudo e inequívoco visto hace décadas.
Lo que estoy diciendo es que los Republicanos no han realizado ningún esfuerzo serio por apelar al voto negro. Una iniciativa así comenzaría con el reconocimiento de los problemas concretos a los que se enfrentan los afroamericanos — incluyendo la herencia de siglos de opresión y discriminación — y una propuesta de políticas para abordar esos problemas. Pero esto iría contra la postura dogmática Republicana de que el gobierno debe ser severamente contenido en sus ambiciones.
Los Demócratas, por lo menos, son mucho mejores a la hora de sacar a pasear el discurso. ¿Pero ofrece alguna idea nueva el Partido Demócrata — o la promesa de recursos significativos por lo menos — para eliminar la pobreza multigeneracional y la disfunción en la que demasiados afroamericanos se ven atrapados? ¿Están abordando los Demócratas la enorme brecha de riqueza entre los negros de clase media y sus homólogos blancos?
Teniendo en cuenta los riesgos, no veo otra opción real para los afroamericanos que acudir a las urnas en noviembre y ser fieles al Partido Demócrata, que por lo menos pide nuestro voto. Los Republicanos no han ofrecido alternativa. Ojalá lo hagan algún día.
Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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