Actualización: A sugerencia de Pancho Varona retitulo, (evocando a «La fiesta del chivo»):
«La fusta del divo«
Lo vi con estos ojos. Un muchacho, de unos 16 años o 17 años, se acercó hasta la conferencia que impartía Mario Vargas Llosa en Madrid. Se aproximó tímidamente con una aparatosa grabadora, tan humilde y desencajada como su apariencia.
Se acercó hasta el escritor, decía, y le preguntó con educación, -esquivando otros micrófonos y a otros periodistas-, si podía formularle una pregunta. El escritor buscó en la grabadora alguna marca identificativa. No había logotipos importantes, ni reconocibles en aquel aparato y el joven apuntó tímidamente que se trataba de una emisora de barrio, local. El escritor, altivo, le miró y contestó con desdén, «después«.
Creo recordar que se produjo una pausa en aquel acto, o quizá pasasen simplemente unos minutos, pero observé que los periodistas de la sala aprovechaban para pulular alrededor del hombre. El niño reportero, que parecía todavía más chico de la edad que declaraba, volvió a acercarse a él como los demás, recibiendo de nuevo una mirada y una excusa gélida.
El acto terminó y cuando Vargas Llosa se dirigía hacia su coche, el muchacho volvió, suplicante, -señor Vargas Llosa, me dijo que quizá, luego, contestaría una pregunta. El escritor le miró y con cara de incomodidad acorralada asintió, concediendo. Fue una pregunta menor sobre algún acontecimiento de actualidad que salpicaba en aquellos días a nuestro país. -Usted que vive en el exterior, desde esa tribuna, como observa lo que etc, etc…
Vargas Llosa, el Nobel, el hombre al que tantos elogian hoy, levantó la barbilla y con gesto de superioridad masculló algo así como «¿y para preguntar esto me está usted persiguiendo?». Se giró, dando media vuelta, subió al coche y se largó con sus anchos cojones. El chico se quedó allí, de pie, con la cochambrosa grabadora en la mano, mientras Vargas Llosa abandonaba la escena.
Probablemente la pregunta no fue lúcida. Vamos, conociendo hoy como conozco al individuo de la grabadora, estoy en disposición de asegurar que no debió serlo, pero, honestamente, siempre he pensado que la talla intelectual y humana habita, más bien, en el territorio de las respuestas. Como quedó constatado aquel día.
Recuerdo con cierta precisión todo aquello, a pesar de que han pasado alrededor de veinte años, porque ese periodista tan chico y con cara de niño, que parecía todavía más joven de la edad que declaraba, se llamaba Fernando Berlín, hoy con 36.
Los seres humanos tenemos la dudosa cualidad de retratar a los demás en virtud de nuestros propios prejuicios. Por eso, a mí, no me produjo una emoción especial el anuncio del nuevo Premio Nobel de Literatura. No me gusta su vertiente política, ni me gusta su actitud vital.
Es posible, como me dijo ayer una buena periodista, Pilar del Río, tratando de defenderle cariñosamente, que en el fondo se me estuviera entregando un regalo. Gracias a aquella anécdota hoy recuerdo tal encuentro y de lo contrario, si hubiera contestado desde esa tribuna, como observa lo que etc, etc… mi experiencia con Mario Vargas Llosa habría sido enterrada entre los tantos y tantos que pasarón por aquella grabadora después, hasta que se dio por vencida.
Bien. Pues a pesar de todo aquello, reconozco que nadie como Vargas Llosa ha retratado mejor el camino de depravación moral al que puede conducir el exceso de poder en el ser humano. «La fiesta del Chivo» es una obra donde, con precisión quirúrgica, han quedado atrapadas muchas conductas políticas contemporáneas. Es un Nobel altamente justificado, por tanto, en términos literarios.
Que lejos queda sin embargo, aquel otro premio Nobel, llamado Saramago, cuyo timbre pulsé una noche irrumpiendo en su cena, para suplicar una entrevista. Aquel hombre, solemne, me invitó a pasar y me dijo: -estoy cenando unos huevos fritos, ¿quieres?
Pd1. Como han dicho Andrés y Chande en facebook: Por eso «uno esta en nuestro corazón, y al otro lo tenemos en nuestra biblioteca.»
Fernando Berlín
9-oct-2010. Madrid