Eugene Robinson – Washington. Las decenas de miles de documentos militares de naturaleza confidencial difundidos en Internet el domingo confirman lo que los críticos de la guerra de Afganistán ya sabían o sospechaban: nos estamos adentrando cada vez más en un conflicto a largo plazo moralmente ambiguo que carece virtualmente de cualquier posibilidad de acabar bien.La administración Obama, nuestros aliados de la OTAN y el gobierno afgano respondieron a los documentos — hechos público a través de una criticona organización conocida como Wikileaks – diciendo que no nos cuentan nada nuevo. Lo cual es el problema.
Teníamos ya montones de pruebas de que elementos de los servicios de Inteligencia de Pakistán facilitaban apoyo y orientación a la insurgencia Talibán dentro de Afganistán, incluso si se supone que Pakistán es nuestro aliado en la lucha contra los terroristas. La documentación recién difundida no proporciona prueba concluyente, pero desde luego da una idea de lo voluminosas que son las pruebas. «Las tropas regulares estadounidenses sobre el terreno están saturadas de relatos de una red de colaboradores y apoyos paquistaníes», según el New York Times, uno de los tres conglomerados de información — junto al Guardian y al Der Spiegel — con los que Wikileaks compartió los documentos de antemano.
Ya sabíamos que las tropas estadounidenses y el resto de fuerzas de la coalición estaban causando bajas civiles que tenían el efecto de indignar a la población local y a menudo la empujaban al bando del enemigo. Los documentos simplemente revelan episodios que anteriormente no habían visto la luz — un incidente acaecido en octubre de 2008 en el que tropas francesas abrieron fuego contra un autobús en las inmediaciones de Kabul hiriendo a ocho menores, por ejemplo, y una tragedia sucedida dos meses después cuando un escuadrón estadounidense acribilló otro autobús, matando a cuatro pasajeros e hiriendo a 11.
Sabíamos que unidades especiales estadounidenses y aliadas tenían autorización para asesinar a altos mandos talibanes o miembros relevantes de al-Qaeda. Los documentos filtrados esbozan las actividades de la unidad secreta con licencia para «capturar vivo o muerto» llamada Task Force 373 – y en el proceso, según el Guardian, «suscitar cuestiones fundamentales acerca de la legalidad de los asesinatos… y también pragmáticamente del impacto de una táctica con la que es inherentemente probable asesinar, mutilar o alienar a espectadores inocentes cuyo apoyo necesita ganarse desesperadamente la coalición».
El Guardian destaca un episodio sucedido en 2007 durante el que la Task Force 373, movilizada en un valle cercado de Jalalabad, pretendía capturar vivo o muerto a un mando talibán llamado Qarl Ur-Rahmán. A medida que los efectivos se acercaban al objetivo, alguien les apuntó con una linterna; ellos pidieron apoyo aéreo, y un bombardero AC-130 castigó la zona. Más tarde descubrieron que habían matado a siete agentes de la Policía Nacional afgana y habían herido a cuatro más.
Unos cuantos días más tarde, según los documentos, una unidad de la Task Force 373 disparaba morteros contra una aldea en la que estaban seguros se ocultaba un yihadista extranjero procedente de Libia. Mataron a seis guerrilleros talibanes — pero también a siete civiles, menores todos. Uno estaba con vida cuando llegó el personal sanitario. «El equipo médico limpió inmediatamente el polvo de la boca y procedió a la reanimación», afirma el informe del episodio, pero tras 20 minutos declaraban muerto al menor.
Sabíamos que la administración afgana es espectacularmente corrupta. Los documentos nos permiten echar un vistazo a esa corrupción — lo extendida que está y cómo destruye la confianza de la opinión pública.
Los documentos si nos dicen cosas que desconocíamos — por ejemplo, que al parecer los talibanes utilizaron un misil sensible al calor para abatir un helicóptero de la coalición en el año 2007, en un momento en que funcionarios estadounidenses despreciaban la amenaza para la aviación aérea que planteaban las fuerzas insurgentes. Subestimar al enemigo pocas veces es buena idea.
Y el «Diario de la Guerra Afgana«, como llama Wikileaks a la documentación, pone de relieve el absurdo círculo vicioso de intentar emprender una campaña de contrainsurgencia en una nación con una tradición de 2.000 años de implacable resistencia a invasores extranjeros. Como la Casa Blanca se dio prisa en señalar, los documentos hacen referencia al periodo anterior a que el Presidente Obama ordenara una escalada y un cambio de estrategia. El General Stanley McChrystal, el mando militar elegido por Obama, se empleó a fondo para limitar las bajas civiles — pero los soldados se quejaban, con cierta razón, de que no se les permitía confrontar al enemigo totalmente y darle alcance. El General David Petraeus, a cargo tras la destitución de McChrystal, es objeto de presiones desde los partidarios de relajar el reglamento del conflicto — lo que conduciría desde luego a más civiles muertos, y a más parientes agraviados transformados en simpatizantes de los talibanes.
En conjunto, no obstante, lo más impactante del «Diario de Guerra» puede ser que no haya logrado impactar. Los documentos ilustran lo inútil — y trágicamente extravagante — que resulta enviar a jóvenes a luchar y morir en Afganistán.
Pero sabíamos esto, ¿verdad?
Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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