Que poco sabe de la Constitución el PP. Una simple valoración al peso. De los 218 artículos que tiene el Estatut:

El PP recurrió 114 artículos, con la voluntad que fuese anulado casi por completo.  Algunos artículos tenían una redacción idéntica a la que habían aprobado en otras comunidades, como los referidos a la organización del poder judicial, a la cesión de tributos cedidos o a los de la muerte digna.

El Defensor del Pueblo recurrió 112

Pero el Constitucional solo ha anulado 14 artículos, y encima 6 de esos 14 artículos tienen que ver con el sistema judicial.

Como dice el Ministro de Justicia, de 38.000 palabras apenas se eliminan 100. En definitiva: Era mayoritariamente constitucional -un aplastante 93%- . Y ni España se rompió, ni las millones de firmas que reunió el PP sirvieron para declararlo de otra manera.

Así que menos propaganda, dejen ya de enredar y pónganse a trabajar de una vez.

E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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¿La buena noticia? Que ya nadie tiene que actuar como si el General Stanley McChrystal supiera cómo arreglar Afganistán en un año. ¿La mala noticia? Que ahora se espera que actuemos como si el General David Petraeus lo supiera.

El Presidente Obama tenía todo el derecho a destituir al pomposo McChrystal, cuyo círculo de íntimos, como retrata la revista Rolling Stone, tiene toda la rigurosidad y el decoro de una fiesta de la toga en una fraternidad universitaria. Y fue una brillante maniobra política recurrir a Petraeus, que está hecho del teflón más antiadherente. Los críticos que se sientan tentados de cebarse con el presidente por cambiar de líder en medio de la ofensiva a duras penas van a poder poner pegas cuando ha puesto las riendas en manos del caballero que evitó una humillante derrota estadounidense en Irak.

Observe, sin embargo, que yo no reconozco el mérito de «ganar» en Irak a Petraeus. No ganó. Lo que logró hacer es rescatar la situación hasta el extremo en que Estados Unidos puede empezar a traer sus efectivos de combate de vuelta Si los objetivos de la administración Obama en Afganistán vuelven a ajustarse para dar cabida a la realidad objetiva, entonces Petraeus también podrá tener éxito allí. Pero esto significa que la orden dada al General debe ser concreta: poner los medios para una retirada estadounidense que comenzará el verano que viene, como ha prometido Obama.

Tras relevar del mando a McChrystal el miércoles, Obama convocó a su equipo de seguridad nacional y pidió cuentas. Basta de enfrentamientos, puñaladas, calumnias y motes, ordenó el presidente. Hay que respetar el reglamento.

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Pero toda la coordinación del mundo no resuelve la tensión esencial entre aquellos seguros de que nuestro objetivo en Irak debe definirse como «victoria» y aquellos que creen que debe definirse como «encontrar la salida». 2.000 años de historia están de parte del bando de la «salida», y el hecho de que en algún momento vamos a tener que irnos. La pregunta es cuánto tiempo va a pasar — y cuántos jóvenes estadounidenses más van a perder la vida o salir mutilados — antes de llegar esa inevitable fecha.

McChrystal, que diseñó la estrategia de contrainsurgencia abordada en Afganistán, no ocultó sus discrepancias con funcionarios de la administración como el Vicepresidente Biden, el embajador Karl Eikenberry o el enviado especial Richard Holbrooke, que cuestionaba abiertamente que la estrategia pudiera funcionar. Petraeus es un político demasiado consumado para caer en esa trampa. ?l no permitirá que nada se interponga entre la dirección civil del ejército y él.

Pero en última instancia, no va a haber forma de evitar el interrogante capital: ¿qué clase de Afganistán vamos a dejar atrás?

Una respuesta sería que tenemos que dejar implantado un gobierno central duradero y funcional que tenga total legitimidad y control dentro del territorio nacional soberano. Esto brindaría a Estados Unidos un aliado fiable en una región peligrosa, y también garantizaría que Afganistán no vuelve nunca a ser utilizado como trampolín de ataques por parte de al-Qaeda. Pero conducir al país a ese punto, teniendo en cuenta su estado actual, podría llevar una década o más de atención concentrada y mantenida. Ello significaría no sólo derrotar a los talibanes, sino moldear una administración eficaz y razonablemente honesta a partir del régimen del presidente afgano Hamid Karzai. Esto sería una tarea difícil, incluso si Karzai fuera un aliado estable, coherente y leal. ¿Alguien se cree que lo sea?

Una respuesta mejor sería que basta con dejar atrás un Afganistán que ya no plantee una amenaza grave para Estados Unidos o sus intereses vitales. La construcción de la identidad nacional sería problema de los afganos, no nuestro.

Petraeus triunfó en Irak porque se dio cuenta de que no podía crear una democracia helena en Bagdad. Pero el muy imperfecto gobierno iraquí está a años luz de lo que es probable que el General sea capaz de lograr en Kabul. Incluso después de la guerra, a Irak le quedaba una infraestructura moderna, una población bastante formada y sofisticada, y un porcentaje importante de las reservas petroleras demostradas del mundo. Afganistán no cuenta con ninguna de esas ventajas. La cultura política es tercamente medieval; la población es pobre, carece de formación y desconfía de las influencias extranjeras. Afganistán sí tiene grandes yacimientos mineros, al parecer, pero ninguna industria minera que perfore y ninguna infraestructura ferroviaria para trasladar lo extraído al mercado.

En reciente testimonio ante el Congreso, Petraeus no se mostraba tan tajante al ser preguntado por el plazo de julio de 2011 de Obama. Gracias a que tiene tanta credibilidad y es tan valorado en Washington, su opinión acerca del momento en que podemos marcharnos de Afganistán será más importante de lo que nunca fue la de McChrystal. Espero que al poner a Petraeus al frente de la guerra, el Presidente Obama no nos haya reservado una estancia más larga. Sus declaraciones el jueves parecen apuntar esta posibilidad.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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Para evitar la saturación de sus redes, Movistar podría estar desarrollando diferentes modelos que penalizan el consumo excesivo de datos aplicando restricciones de tráfico o limitando la velocidad de los clientes que más descargan. Lo asegura la web ADSL Zone.

Se trataría de una ralentización intencionada por parte del operador, -concepto conocido en EEUU como throttling- que Telefónica justifica con la comercialización de nuevas modalidades ultrarrápidas de 50 y 100 megas que provocarán un aumento considerable del tráfico que circula por su red.

Anuncio de Movistar
(Foto: Flickr/Con2cafe)

Al parecer existe un precedente de estas medidas en el Reino Unido. O2, filial de la compañía española en tierras inglesas, cortó en mayo las conexiones de algunos de sus usuarios por haber descargado elevadas cantidades de datos. El motivo alegado fue que estos «heavy users» saturan las líneas e impiden «ofrecer servivios a otros clientes inocentes». Y también se han dado situaciones similares en EEUU.

En el caso de Movistar, se habla de varias opciones. La FxV que factura al cliente una cuota mensual que da derecho a descargar datos hasta un determinado volumen (denominado franquicia), más un cargo variable; la FUP (Fair Use Policy) que contabiliza el tráfico intercambiado por el cliente y cuando este supere un tope fijado, cambia su perfil por otro más restrictivo el resto del mes; o la QoS que permite diferenciar el tráfico de los clientes que contraten esta opción, dándole un tratamiento diferenciado y priorizado frente al tráfico de los clientes que no lo hayan contratado.

El premio Nobel de economía en 2001 y uno de los pocos que avisó antes de producirse de la crisis financiera que vivimos, considera que los gobiernos mundiales se están equivocando en sus medidas para relanzar la economía. En una entrevista con el diario británico The Independent donde comenta el primer presupuesto del nuevo ejecutivo británico, Joseph Stiglitz explica que lo que deberían hacer los lideres políticos es crear sus propios bancos y no reducir el deficit público, sino redirigirlo.

Joseph Stiglitz
(Foto: Flickr/German Vargas Lleras)

Joseph Stiglitz cree que si lo bancos no están concediendo préstamos y están entorpeciendo la recuperación económica, lo que deben hacer los gobiernos es crear bancos ellos mismos. Y compara la situación con lo sucedido en EEUU: «entregamos a la banca 700.000 millones de dólares. Si hubiésemos invertido sólo una fracción de esa cantidad en la creación de un nuevo banco, habríamos financiado todos los préstamos que se necesitaban».

Además para el que algunos consideran el «mayor cerebro económico del planeta», el gobierno británico y los del G20 en general se equivocan al considerar que la solución de la crisis pasa por ahorrar. Y cita el ejemplo de Herbert Hoover, presidente de EEUU tras el crack de 1929, que aplicó recortes que condujeron a la «Gran Depresión».

Hoover creía que cuando se entra en recesión, aumentan los déficits, por lo que optó por los recortes, y esto es precisamente lo que quieren ahora los estúpidos mercados financieros que nos metieron de lleno en los problemas que tenemos», señala Stiglitz.

«Es el clásico error de quienes confunden la economía de una familia con la de una nación. Si una familia no puede pagar sus deudas, se le recomienda que gaste menos para que pueda hacerlo. Pero en una economía nacional, si se recorta el gasto, decae la actividad económica, nadie invierte, disminuye la recaudación fiscal, aumenta el gasto en desempleo y uno termina sin dinero para pagar las deudas», explica.

Por ello el Premio Nobel recomienda a los gobiernos redirigir su gasto público, no reducirlo. Sí propone recortes en el gasto militar y en las subvenciones al petroleo. Pero defiende aumentar el gasto en áreas como la investigación y el desarrollo, la infraestructura y la educación. Y recupera otra idea «aumentar en un 40 por ciento los impuestos a las ganancias especulativas (del sector inmobiliario y sobre las tierras)».

Joseph Stiglitz también reflexiona sobre por qué se siguen cometiendo los mismos errores: «porque políticos como el británico Osborne se dejan llevar por la ideología. El deficit nacioanl es una excusa para adelgazar el Estado, porque eso es lo que él quiere en cualquier caso. Y porque a los mercados financieros solo les preocupa una cosa: obtener rendimientos. Los demás gobiernos europeos han entrado en pánico debido a los ataques salvajes del mercado contra Grecia y España y no quieren ser los siguiente.»

 

La fiebre futbolística desatada por el Mundial de Sudáfrica ha creado en Argentina situaciones llamativas. Para una campaña en «pro del deporte nacional» dos bailarines demuestran que se puede compaginar un tango con un balón de fútbol.

Imagen de previsualización de YouTube

El video se ha grabado para una campaña que pretende promover un proyecto de ley que declare el futbol deporte nacional en Argentina. De momento más de 140.000 personas han firmado ya la petición y un senador respalda la propuesta.

El artículo se titula «La red de seguridad se deshilacha en España, y el resto de Europa». Y en él el New York Times explica y reflexiona sobre los problema de una familia española como ejemplo y paradigma del riesgo que corre el sistema europeo de Bienestar. El diario pone el acento en cómo una pareja de clase media teme que las decisiones tomadas en base al modo de vida europeo -no ahorrar, confiar en la protección del estado, endeudarse para consumir, etc.- se vuelvan ahora en su contra.

Articulo del NY Times

El NY Times explica la historia de Gema Díaz de 34 años que creyó que había tomado las decisiones correctas: «Cuando aceptó un trabajo municipal como agente de compras hace 12 años, sabía que su salario sería bajo. Pero los ingresos serían seguros. Podía esperar subidas fijas, un horario manejable, seis semanas de vacaciones, una buena pensión y los beneficios habituales: desde la sanidad universal a las casas subvencionadas.

Pero ahora que España está embarcada en una serie de medidas de austeridad, los cuidadosos cálculos vitales de la Señora Diaz se deshacen. Su salario se ha recortado, su pesión no parece tan segura e incluso la guardería de su segundo hijo que nacerá en agosto costará más».

El artículo entra en más detalles sobre la situación actual de la familia de Gema Diaz en comparación con lo que sería corriente en un caso estadounidense. Y sobre todo refleja como la seguridad que los españoles y por extensión el resto de europeos consideraban garantizada está ahora amenazada por la grave crisis económica que atraviesa el planeta. De hecho el fondo del texto sugiere una reflexión sobre si el modelo de bienestar es o no sostenible.

Y se incluye la descripción de algunas costumbres sociales en época de bonanza que ahora la propia familia cuestiona: «se pagaron una gran televisión de pantalla plana y unas vacaciones en Rusia y China. Reformaron la cocina y el baño. Y cuando su primer hijo Andres nació hace 22 meses, usaron su «cheque-bebe» para comprar un coche más grande».

Además el New York Times se hace eco de los problemas políticos del gobierno español y la convocatoria de huelga general: «Con cada propuesta nueva, la popularidad del gobierno socialista se ha desplomado. Una encuesta reciente aseguraba que más del 50% de la población quería que Zapatero convocara elecciones anticipadas, que perdería por más de 10 puntos».

¡Que sorpresa! Esta mañana me he levantado con una gran alegría al descubrir la difusión que está teniendo el post titulado «La isla se quedó sin flores«, de este blog.

El texto contaba nuestra experiencia en Lisboa, en el funeral de Saramago, y recogía la idea que nos contó María del Río de homenajear al escritor todos los días 18, durante los próximos nueve meses. Efe lo ha señalado y de pronto un montón de medios han difundido la iniciativa:

Teletipo de EFE

Telecinco.es

lainformacion.com

que.es

adn.es

rpp.com.pe

noticias yahoo

eldia.es

canarias7.es

vancuardia.com.mx

ecodiario

generacion.com

elperiodicoextremadura

Recuerda: El ser humano tarda nueve meses en nacer. En una invertida cuenta atrás, como en El año de la muerte de Ricardo Reis, deben, por tanto, ser nueve los meses en los que se despida a alguien.

Nos lo explicó ya en el avión, María del Río, la hermana de Pilar. A partir del día 18 de junio los próximos días 18 de cada mes, servirán para recordar.

Cualquier comida con familiares ese día, una copa de vino, una reunión con amigos, o una celebración íntima, servirá de pequeño homenaje al escritor.

Si quieres participar retrátala de alguna manera: con una foto, con un dibujo, o con unas líneas. Quizá algún día esas conversaciones puedan editarse y formen parte de este adiós.

La despedida será larga, de nueve meses, pero es que aquel día la isla se quedó sin flores.

UNETE AL GRUPO DE FACEBOOK: «HOMENAJE A JOS? SARAMAGO, EL ESCRITOR,  EL HOMBRE, TODOS LOS 18 DE MES» Y PARTICIPA

 

Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

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Richard Cohen – Washington. Hay razones para pensar que el núcleo de la política exterior de Barack Obama no lo ocupa ninguna inquietud en absoluto. Consiste en su lugar de una serie de desafíos — de problemas que hay que resolver, no de errores que es necesario corregir. Como Winston Churchill dijo en una ocasión de cierto plato, el enfoque de Obama en asuntos exteriores carece de cuerpo. También parece que carece de él el caballero en persona.

Por ejemplo, no está claro que Obama esté consternado por los pasmosos antecedentes de China en materia de derechos humanos. Tan apenas parece conmovido por la constante represión en Rusia. Trata a los israelíes y a sus diversos enemigos igual que plagas de idéntica integridad moral. El presidente no parece respaldar sinceramente gran cosa.

Este, por supuesto, es el enigma Obama: ¿quién es este tipo? ¿Cuáles son sus convicciones irrenunciables? El presidente en persona no es de gran ayuda en esta cuestión. Cuando se trata de su propia imagen, se hace el sueco. Malinterpretó considerablemente lo que decían algunas personas cuando exigían que se enfadara por la catástrofe petrolera del Golfo y las declaraciones del director ejecutivo de BP Tony Howard que añadieron más leña al fuego. (Caprichoso Hayward, habría que llamarle).

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Lo que buscaban en realidad estas personas no era una muestra de indignación, ni un berrinche, ni una denuncia a gran escala de una petrolera. Lo que querían en su lugar era una señal de que esta catástrofe significaba algo para Obama, que no era simplemente otro problema que se había abierto paso hasta su escritorio — y que esta vez no iba a delegar simplemente. No mostró el menor signo en el idioma que cuenta realmente en una era de medios de comunicación — el lenguaje corporal – de que le importara un comino. ?l podía ver su dolor, podía hablar de su dolor, pero no dio ninguna indicación de que lo sintiera.

Es comprensible. El padre de Obama abandonó a la familia y más tarde visitó a su hijo sólo en una ocasión. Fue separado en dos ocasiones de su madre, que vivía en Indonesia sin él. Fue criado en parte por sus abuelos – una pareja blanca de edad avanzada. Si el presidente es lo que los psiquiatras llaman «un adulto antes de hora», ¿quién puede culparle? Es irónico que Oprah Winfrey fuera tal vez la partidaria más relevante de los primeros cuando el propio caballero es tan anti-Oprah. No sabe mostrar emociones.

Las consecuencias son desafortunadas. La opacidad de Obama ha permitido a sus enemigos — que no son simples críticos — definirle a voluntad. Se convierte en socialista, cosa que no es, o en un musulmán, cosa que tampoco es. Hasta sus aliados están confundidos. La izquierda pensaba que él era uno de izquierdas. No lo es. La derecha también pensaba que era uno de izquierdas. ?l es, por encima de todo, un pragmático. Esto hace mucho más fácil decir lo que no es que lo que sí es.

La suerte no ha sonreído a la presidencia de Obama. Su único atributo indiscutible – un intelecto brillante – ha pasado a ser motivo de sospecha. Un mundo de tipos inteligentes se ha vuelto en su contra. Todo el mundo en Goldman Sachs es inteligente, pero parece que tienen la amoralidad de la que hizo mofa el compositor Tom Lehrer en su parodia del célebre científico estadounidense Wernher von Braun, un ex Nazi («‘Una vez que los cohetes se lanzan, ¿a quién le importa dónde caen? No es de mi competencia’, dice Wernher von Braun»).

La industria petrolera está llena de listos y también la industria hipotecaria. Los listos no parecen habernos traído sino problemas. La inteligencia sin valores es peligrosa — amenazadora, siniestra, virtualmente antiamericana. Este es el motivo de que una retahíla de excéntricos archiconservadores hayan triunfado. Sus valores son evidentes, a menudo hasta extremos impactantes. Sabemos lo que quieren, lo único que no es la forma en que van a lograrlo. La experiencia se ha convertido en un estorbo y la inexperiencia en una virtud. La inteligencia ya no se lleva. La necedad está de moda.

La política exterior es el ámbito en el que el Presidente está más cerca de gobernar por imposición. Por decreto ejecutivo, la guerra en Afganistán ha sido escalada, pero parece carecer de algún componente moral de urgencia. Tiene una fecha de caducidad a la vista incluso si las chicas pueden no ser capaces de asistir a la escuela y los talibanes pueden volver a gobernar. En algunos aspectos, estoy de acuerdo — contra antes nos marchemos de Afganistán, mejor — pero si nos quedamos incluso un momento, tiene que ser por razones relacionadas con principios. Algo parecido se aplica a China. Es correcto tener relaciones comerciales con China. También es correcto condenarlo.

El pragmatismo está bien — mientras sea complicado por el arrepentimiento. Pero esa mueca de dolor indispensable es precisamente lo que Obama no manifiesta. No es esencial que se cabree o que llore. Este esencial, sin embargo, que nos muestre quién es. A fecha de hoy, no tenemos ni idea.

Richard Cohen
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E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. Cuando decretó su escalada de la guerra en Afganistán, el Presidente Obama prometió que las tropas estadounidenses «empezarán a volver» durante el verano de 2011. Las crónicas pesimistas que llegan de la zona de guerra deberían hacerle más decidido a cumplir su promesa — y a los estadounidenses más insistentes en que la cumpla.

Durante su testimonio ante el Congreso esta semana, el General David Petraeus – padrino del incremento de Obama de 30.000 efectivos destacados en Afganistán — trató de ganar cierto margen de maniobra con todas sus fuerzas. «Tenemos que ser muy respetuosos con los plazos», decía al Comité de las Fuerzas Armadas del Senado. El plazo para empezar a retirar los efectivos que se abre en julio de 2011 depende del supuesto de que «las condiciones» sean favorables, dice Petraeus.

Pero espera un momento. Otra forma de describir un plazo de retirada que se basa no solamente en fechas sino en un conjunto de «condiciones» amorfas y vagas sería llamarlo compromiso indefinido. Esto es precisamente lo que Obama dijo no estar dando a la administración corrupta, falta de escrúpulos y cada vez menos fiable de Afganistán.

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Básicamente había dos razones para fijar un plazo firme desde el principio. Una era tranquilizar a la escéptica opinión pública estadounidense, que había empezado a vincular la guerra de Afganistán con conceptos tales como «atolladero» o «Vietnam». La otra era aplicar la máxima presión sobre Hamid Karzai, el voluble presidente, para que despertara y se pusiera con el programa.

Cosa que no ha hecho. Karzai, que parece no haber recibido el memorando de cómo debe comportarse un régimen que depende de Estados Unidos, alterna entre la cooperación a regañadientes y el desafío petulante. Lo más alarmante es que Karzai en la práctica está saboteando la iniciativa encaminada a ganarse voluntades en Kandahar, el corazón de la insurgencia talibán, al dejar la estructura de poder local en manos de su corrupto y criminal hermanastro, Ahmed Wali Karzai.

En Washington, la interpretación militarista de los acontecimientos es que el propio plazo es ahora el problema — que, en palabras del Senador John McCain, dice «a los principales actores dentro y fuera de Afganistán que Estados Unidos está más interesado en marcharse de este conflicto que en salir victorioso».

Esto suena a argumento razonable hasta que se piensa detenidamente. Karzai, los talibanes, los señores de la guerra y la opinión pública afgana ya saben que las fuerzas estadounidenses y de la OTAN se van a marchar algún día. La única forma de convencerles de lo contrario sería anunciar que tenemos intención de quedarnos para siempre — y ese no es el caso claramente. Desde el punto de vista afgano, no supone gran diferencia que los intrusos se vayan dentro de un año o dentro de cinco.

Supondría una gran diferencia, por supuesto, que hubiera una administración afgana capaz y honesta que pudiera utilizar más tiempo para construir su capacidad y ganarse la confianza de la población. Todo el mundo sabe, sin embargo, que no existe una administración así.

McCain anuncia que todas las formaciones afganas enfrentadas están «haciendo los arreglos oportunos de cara a un Afganistán post-estadounidense». Pero este resultado no sólo es inevitable, es lo que decimos querer. Antes o después habrá un «Afganistán post-estadounidense», y alguna dosis de poder e influencia quedará en manos de los afganos que ahora se consideran leales a los talibanes. La corrupción no desaparecerá, ni los cultivos de dormidera y marihuana, ni el sistema de lealtades basado en los clanes que ha sobrevivido a un siglo de invasiones extranjeras.

No se trata de que Afganistán sea una especie de caso perdido. Se trata simplemente de que es pura fantasía creer que un experimento de creación de una identidad nacional encabezado por Estados Unidos — y eso es lo que intentamos, aunque lo llamemos contrainsurgencia — puede imponer una plantilla administrativa entera dentro de un año o dos, o incluso diez.

Que Obama respete o no su plazo anunciado no importa tanto a los afganos como lo que supone para nosotros. Las bajas estadounidenses se elevan, como se anticipaba; Obama ha triplicado los niveles de efectivos estadounidenses desde que fue investido, y la batalla de Kandahar va a ser sangrienta. Nuestros aliados europeos se muestran esquivos, ponen obstáculos, se quejan y buscan la salida. A medida que pase el tiempo, se convertirá paulatinamente en una guerra exclusivamente estadounidense.

La cuestión es cuánto más costará la guerra en términos de importantísimas vidas jóvenes y recursos escasos. Obama se ganó la indulgencia de la nación haciendo la promesa de que la inevitable retirada de las tropas estadounidenses empezaría el año que viene. Los estadounidenses deben esperar que cumpla su promesa — e insistir en que lo haga.

Eugene Robinson
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