Eugene Robinson – Washington. El Almirante Thad Allen es experto en puestos desagradecidos. Después de que la respuesta inicial al huracán Katrina se hubiera visto frustrada, el Presidente Bush le encargó limpiar el desastre. Ahora el Presidente Obama le ha puesto a cargo de la gestión del peor vertido petrolero de la historia de la nación.
Oh, y el encargo se producía unas semanas antes de que Allen tuviera previsto jubilarse. El 25 de mayo terminaba su periplo como comandante de los guardacostas, pero sigue en activo y seguirá en el puesto mientras el presidente le necesite
El desastre de la Deepwater Horizon, decía Allen a un grupo de periodistas la pasada semana, no tiene precedentes. «Esto está más cerca del Apollo 13 que del Exxon Valdés», decía.
La boca del yacimiento, a 5.000 pies bajo la superficie del Golfo de México, sólo es accesible por medio de autómatas. Y el fallo catastrófico se registró en el dispositivo de seguridad contra fugas de la instalación, que en general, según Allen, «se consideraba un dispositivo a prueba de fallos». No existía ningún método de eficacia demostrada para cerrar una fuga a una profundidad tan grande, lo cual es el motivo de que haya tanta perplejidad, de que las soluciones intentadas hayan manifestado un rasgo tan improvisado, y de que la respuesta a las preguntas más básicas haya sido «no lo sabemos».
En calidad de encargado de incidentes a nivel nacional a cargo de la respuesta del gobierno federal al vertido, Allen tiene la última palabra en lo que sucede en cada uno de los tres escenarios de este conflicto: en el suelo marino, en alta mar y a lo largo de la costa. Durante una rueda de prensa de una hora de duración celebrada en la Casa Blanca, Allen tuvo que abandonar la estancia para hablar telefónicamente con la Contralmirante Mary Landry, su representante en funciones sobre el terreno, y con Tony Hayward, consejero delegado de BP, a medida que tomaban colectivamente la decisión de seguir adelante con la tentativa del método «top kill» para detener la fuga.
Después de que Allen volviera, dos de sus ayudantes tecleaban como locos en sus BlackBerry y le daban actualizaciones periódicas: 10 minutos para iniciar el top kill. Faltan cinco minutos.
Allen decía que «puede ser o no una buena idea» que esencialmente todos los conocimientos y el equipo necesario para abordar un vertido petrolero en aguas profundas se encuentre en manos del sector privado, en este caso BP. Dentro del gobierno, decía, es posible establecer una «cadena de mando». Dentro de la actual estructura, en la que BP y otros contratistas privados juegan papeles tan cruciales, «la unidad de esfuerzos es lo mejor que podemos lograr».
El almirante reconocía que ha habido momentos de importante tensión. Describía una conferencia convocada días antes – entre funcionarios de BP, el Secretario de Interior Ken Salazar, el Secretario de Energías Steven Chu, Allen y otros – en torno a la idea del top kill. El riesgo claro del procedimiento residía en que inyectar el barro y los escombros en el yacimiento podría crear nuevas grietas que permitirían la fuga de una cantidad mucho mayor de petróleo. En un momento dado, alguien de BP mencionaba algunos datos que la compañía había obtenido relativos a la presión dentro del yacimiento. Allen afirmaba que Salazar detuvo indignado el debate y exigió que BP aportara cualquier información que se hubiera guardado. Resultó, según Allen, que BP ya había informado de los datos. Pero la tensión, y los nervios a flor de piel, eran evidentes.
«La tecnología de prospección en alta mar nos acaba de superar», decía Allen. La Deepwater Horizon ha sido un ejercicio desesperado de intentar ponernos al día.
Tratar de proteger las costas del Golfo, decía Allen, ha sido «una especie de línea Union en Gettysburg», esperando el momento, y la dirección, por la que llega el enemigo. Allen decía verse obligado a fijar prioridades. Por ejemplo, si dispone de las suficientes redes de contención para proteger una playa concreta o un pantano concreto, protegerá el pantano. Limpiar una playa que ha sido cubierta de crudo es difícil pero directo, decía. Limpiar un humedal, sin embargo, es casi imposible.
Allen no se mostraba nada convencido con la idea del Gobernador de Luisiana Bobby Jindal de crear una barrera de islas artificiales que pudiera proteger el litoral. El proyecto llevaría «de seis a nueve meses» decía, y podría no ser el mejor uso de los recursos disponibles. En los días posteriores a la rueda de prensa, sin embargo, la idea improvisada de Jindal ganó cierta fuerza con el jefe máximo — el Presidente Obama — y alguna construcción de islotes parece probable.
A pesar de todo, Allen se las arregla para parecer ajeno a las tensiones. Sabe, sin embargo, que trabaja dentro de un plazo rígido. El veterano de las tormentas Katrina y Rita sabe que la temporada de huracanes empieza esta semana — y con ella, la amenaza de nuevos horrores medioambientales.
Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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