La inspiración para formular la famosa teoría de la gravedad le llegó a Isaac Newton reflexionando sobre la caída de una manzana. Es una de las más famosas historias de la Ciencia. Y se contó por primera vez en una biografía sobre Newton escrita por William Stukeley en 1752. El manuscrito original de este texto, tras permanecer varios siglos oculto en los fondos de la Royal Society de Londres ha salido por fin a la luz y puede incluso ser consultado en Internet.

En 2010 la Royal Society celebra su 350 aniversario y para conmemorarlo está divulgando documentos históricos publicándolos en una página web. Esto permite consultar manuscritos, bocetos o diseños de personajes como Thomas Paine, Henry James o la Constitución de Carolina

La biografia de Newton a cargo de Stukeley es especialmente interesante para los historiadores de la ciencia porque ambos hombres eran amigos y al parecer compartieron reflexiones bajo los manzanos del jardín de Newton que le inspiraron.

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En un extracto de su libro ‘La vida de sir Isaac Newton’, Stukeley escribió: «me dijo que había estado en esta misma situación cuando la noción de la gravedad le asaltó la mente. Fue algo ocasionado por la caída de una manzana mientras estaba sentado en actitud contemplativa. ¿Por qué esa manzana siempre desciende perpendicularmente hasta el suelo?, se pregunto a si mismo».

Soledad Gallego-Díaz en el diario EL PAIS:

«La decisión que tome la Audiencia Provincial de Madrid sobre el recurso presentado por los periodistas de la Cadena SER Daniel Anido y Rodolfo Irago contra la sentencia que les condenó a 21 meses de cárcel e inhabilitación profesional por una información sobre afiliaciones irregulares en el PP es de enorme importancia porque no se trata de fijar qué tienen derecho a publicar o difundir los periodistas, sino de determinar qué tienen derecho a saber los ciudadanos. Lo que importa no es que la Audiencia rebaje las penas, como han sugerido algunos políticos, sino la absolución plena de los periodistas, porque lo que está en juego no es algo que se calcule en días de cárcel, sino en poder ejercer un derecho o no, algo que no admite medias tintas. […]

No es nuevo que se pretenda reducir el ámbito de trabajo de los periodistas. Lo que es nuevo es que esta ofensiva manifiesta contra el periodismo, al que se le niega la obligación de vigilar los abusos de los diferentes poderes, o se le exigen condiciones imposibles de cumplir, empieza a extenderse por todo el mundo, alentado por delincuentes multimillonarios, políticos corruptos y sinvergüenzas variados que utilizan los tribunales y la defensa de la intimidad como un escudo que esconda su realidad….»   [leela completa aquí]

 

E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson-Washington  «Unir los puntos» es una metáfora pésima que crea expectativas poco realistas. La frase sugiere que lo único que nuestros analistas de Inteligencia tienen que hacer es dibujar una línea desde el punto llamado «1» al punto marcado «2» y así sucesivamente, y enseguida tienen delante el inconfundible perfil de un complot terrorista.

En realidad, sin embargo, el folio tiene tantos puntos que casi se tocan. La mayoría son irrelevantes, y ni uno solo está numerado.Las pistas que habrían alertado a las autoridades del terrorista de la ropa interior el día de Navidad estaban sepultadas bajo montañas de datos de Inteligencia. La recopilación de información relevante es un reto, pero en este caso el desafío fue resuelto. Lo que el sistema no pudo hacer fue gestionar los datos lo suficientemente bien como para que las pistas y los indicios fueran seleccionados.

Me parece que, mientras el Presidente Obama trata de minimizar la posibilidad de que los próximos Omar Faruj Abdulmutalab tengan éxito a la hora de derribar un aparato comercial, no debería ponerse el acento en barajar los datos por un organigrama. Debería ponerse en encontrar la mejor manera de hacer inventario y cotejar lo que ya sabemos.

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El nombre de Abdulmutalab aparecía en una base de datos gestionada por el Centro Nacional Antiterrorista que contiene 550.000 «entidades» vinculadas al terrorismo. Esto es casi lo mismo que ser completamente anónimo, ya que una larga lista no es una herramienta práctica – y de hecho, su inclusión no impidió que Abdulmutalab embarcara en el vuelo con destino a Detroit o que al menos le seleccionara como candidato a un examen de seguridad integral. El hecho de aparecer en la lista no significa más que estar en la lista.

El nombre de la lista – Entorno de Administración de Bases de Identidades Terroristas, o TIDE – es tan cómicamente burocrático que no puedo dejar de pensar en el «Ministerio de las Piruetas» de los Monty Python. Pero estoy divagando.

Lo que metió a Abdulmutalab en la lista fue una visita en noviembre a la embajada estadounidense en Nigeria del padre de Abdulmutalab, Alhaji Umaru Mutalab. El respetado banquero estaba buscando ayuda para localizar a su hijo, de quien dijo se había radicalizado, se relacionaba con fundamentalistas en Yemen y podía ser peligroso.

El Departamento de Estado estaba al tanto, institucionalmente, de que Abdulmutalab tenía un visado de entrada múltiple para entrar en los Estados Unidos. Pero no parece haberse activado ningún protocolo que ordenara que la información proporcionada por el padre del joven condujera a un examen más detenido de un visado vigente, por no hablar de la suspensión o la revocación.

Y resulta que el verano pasado, la Agencia de Seguridad Nacional había interceptado comunicaciones indicando que la rama en Yemen de al-Qaeda estaba planeando algún tipo de ataque, y un nigeriano estaba siendo preparado para llevarlo a cabo. Informes posteriores indicaban que podría perpetrarse durante la temporada de vacaciones. Todo es bastante vago – hay un montón de nigerianos – pero saber esto en el contexto de la información proporcionada por el padre habría sido el sueño de cualquier analista.

Abdulmutalab pagó en efectivo su billete de avión, lo que se supone es otro indicio. ¿No es éste el tipo de cosas que los sistemas informáticos del transporte aéreo deben registrar, hasta en algunas partes del mundo en donde las transacciones en efectivo son más comunes? Y me pregunto cuántos ciudadanos de Nigeria salen de Lagos con destino a Detroit, vía Ámsterdam, sin llevar ni una maleta. Apuesto a que no muchos.

Si esta información se hubiera reunido en una única instancia, está claro que a Abdulmutalab nunca se le habría permitido embarcar en el vuelo 253 de Northwest. Pero creo que tenemos que ser realistas: las pistas que tenemos delante de las narices son siempre dolorosamente obvias en retrospectiva. Este fue el caso después de los ataques del 11 de septiembre de 2001. ¿Pilotos novatos que piden aprender a pilotar aparatos comerciales, pero no necesariamente a hacerlos aterrizar? ¿Un breve informe presidencial titulado «Bin Laden decidido a atacar en Estados Unidos»?

El Centro Nacional Contra el Terrorismo fue creado en 2004 con el propósito específico de unir los puntos – obligar a la CIA, la NSA, el FBI, el Departamento de Estado, la inteligencia militar y las demás agencias a compartir lo que saben. Pero a medida que las instancias recaban cada vez más información, procesarla se hace más difícil. El problema puede no ser que el sistema esté mal diseñado, sino simplemente que está extremadamente sobrecargado.

¿Necesitamos más analistas? ¿Ordenadores más rápidos? ¿Software mejor? Tal vez todo lo anterior. Pero dudo de que tengamos que reorganizar la burocracia una vez más – y no creo que necesitemos más información.

La primera tarea debe ser recortar la lista de 550.000 «entidades» hasta un tamaño manejable. El arquitecto Ludwig Mies van der Rohe tenía razón: A veces menos es más.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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Jose Luis Rodríguez Zapatero hoy en EL PAIS:

P. ¿Le parece razonable que una fiscal llegue a pedir tres años y seis meses de cárcel para dos periodistas de la cadena SER por publicar una información veraz de interés público?

R. Yo no juzgo nunca las actuaciones de los fiscales y menos de los jueces, pero si me pregunta la opinión por el proceso judicial en general y por esa sentencia, no me gusta nada, no la comparto en absoluto.

P. Le pregunto porque la fiscalía se rige por el principio de jerarquía y al frente de esa jerarquía está el fiscal general del Estado, nombrado por usted.

R. El fiscal general del Estado y la fiscalía con relación al Gobierno lo que hace es cumplir políticas, las políticas criminales, la orientación de las políticas criminales. Pero los fiscales actúan con su criterio y con su libertad y con su independencia. Esto es así. Nadie puede pensar que el Gobierno de España le dice al fiscal en uno u otro caso lo que tiene que hacer.

¿Perdón? ¿Son esto políticas criminales?

 

 

Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

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Richard Cohen – Washington. De la obligación de columnista de proporcionar una lista de las 10 mejores películas de 2009, me escaquearé ofreciendo sólo una. Se trata de «The Baader Meinhof Complex», que Anthony Lane, el crítico de cine del New Yorker, dice haber visto «tres o cuatro veces». En el momento que la vi, pensé que una vez bastaba. Sin embargo la película atrae de forma morbosa porque, para mí, trata sólo de refilón del radicalismo estilo década de los 70 de Andreas Baader y Ulrike Meinhof, y más de lo equivocado que estaba cuando era joven.

La película retrata el sangriento ascenso repentino y caída súbita igualmente sangrienta de la Facción del Ejército Rojo, o la llamada Banda Baader-Meinhof, en lo que por entonces era Alemania Occidental. Ni Baader ni Meinhof pensaban estar liderando una banda, aunque sí robaban bancos y secuestraban a ricos e incendiaban edificios con soltura pasmosa. Por el contrario, creían que estaban liderando una revolución, que se iniciaría en su propio país y se propagaría por doquier. Combatiría el fascismo, el imperialismo, el sionismo, los valores burgueses de todo tipo – el sexo liberal era una especie de acto revolucionario – y a Estados Unidos en todas sus malévolas manifestaciones, su vil guerra de Vietnam en particular.

Meinhof era la más interesante de los dos. Era esposa, madre y periodista. Su radicalización se produjo en junio de 1967, cuando el sha de Irán, Mohammed Reza Pahlavi, visitó Berlín Oeste. El shah era visto a la vez como tirano y títere de los americanos, y así fue recibido por los manifestantes de extrema izquierda. Se produjo una pelea a puñetazos, con matones pro-shah armados con palos incitando a los manifestantes pacíficos. La policía no hizo nada. Al día siguiente, durante otra manifestación, un policía abatió a tiros a un manifestante. Ese acto parecía reivindicar el argumento de los radicales: Alemania era un brutal estado fascista.

En la práctica, los radicales se habían topado con algo. Antiguos nazis estaban instalados en el gobierno y el comercio. La nueva generación estaba expresando su repulsa hacia la generación anterior. El sha era un objetivo apropiado. El Savak, su policía secreta, era conocido por torturar. El régimen iraní era el producto de la política exterior estadounidense. «Shah asesino», gritaban los manifestantes. Tenían parte de razón.

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Ahora bien, han pasado muchos años y el Shah ha sido reemplazado por los ayatolás. Los hijos de aquellos manifestantes tendrían derecho a gritar ahora «ayatolás asesinos», pero el Líder Supremo Alí Jamenei no viene a Berlín. Es difícil decir cuál de los regímenes ha matado a más gente, pero por lo menos el sha no amenazaba con borrar a Israel ni sufría estallidos emotivos contra Estados Unidos. Menos da una piedra.

En cuanto al policía que disparó contra el manifestante, llegó a personificar al gobierno de Alemania Occidental, supuestamente fascista. Se llamaba Karl-Heinz Kurras. Fue absuelto del homicidio – un accidente, según él – y finalmente se reincorporó a las fuerzas del orden de Berlín Occidental. Años más tarde, se supo que era comunista y agente secreto del régimen de Alemania Oriental. No era en absoluto el cerdo fascista del imaginario radical.

En la película, como en la vida real, la Facción del Ejército Rojo vomitaba sandeces revolucionarias sin sentido. También fue responsable de alrededor de 30 muertes. Sin embargo, durante un tiempo, contaron con el apoyo de algunos intelectuales destacados y de alrededor del 25 por ciento de los alemanes menores de 40 años. Se alinearon con la Organización para la Liberación de Palestina, se entrenaron para sembrar el caos en Oriente Medio y nunca se detuvieron a considerar que la causa palestina era en sí misma el producto de lo que sus padres habían hecho a los judíos de Europa. Tenían una extraña manera de expiar eso.

El entusiasmo de la juventud – la impaciencia con las explicaciones complejas, la energía desbordante que borra la historia y se burla del pasado – es uno de los clichés longevos de la vida. También lo es el conservadurismo y la cautela de la vejez, (mal) caracterizada muchas veces como enfermedad gerontológica, una consecuencia de la arteriosclerosis o algo parecido. Ambos clichés, como suele ser el caso, contienen una parte de verdad.

Como fue el caso, yo había respaldado a la izquierda alemana (aunque no a los locos) y también había animado a los revolucionarios de Irán – y todo lo que salió de ello fue el asesinato de alemanes inocentes y un Irán que dejó la sartén para caer en el fuego — o en algo peor. Puede usted pensar que la lección es que contra más cambian las cosas, más se quedan igual — pero no es esa. Parafraseando a Louis XIV – « l’Etat c’est moi » – el cliché soy yo. He cambiado.

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Iñaki Gabilondo en Noticias Cuatro: «No nos acusen a nosotros. Es la actualidad la que se ha puesto demagógica. Cuando todo el mundo se vuelca con Haití, cuando millones de personas de economía modesta se rascan los bolsillos para poder ayudar a ese país desventurado, los presidentes de los bancos más importantes de los Estados Unidos comparecían ante la comisión de investigación de la crisis, en el Congreso.

Una ceremonia catártica, dice hoy el «New York Times». Porque, ante los diez hombres sin piedad de ese comité, los grandes bancos están siendo tratados como sospechosos sociales, como sospechosos de haber provocado la debacle financiera.

La dureza de las preguntas lo atestigua. Asimismo, el impuesto que hoy ha anunciado Obama se anda con pocos eufemismos. La tasa que se piensa aplicar a los cincuenta principales bancos del país, para recuperar fondos públicos gastados en la estabilización del sistema, se llama «impuesto sobre la responsabilidad de la crisis».

Haiti-Wall Street, las dos caras de la realidad, aparecen hoy juntas, componiendo un binomio insoportable. Si fuera por la emoción de hoy, si fuera por lo que hoy siente el mundo, diríamos que algo trascendente está a punto de cambiar. !Qué lastima que no vaya a ser así!.

La comisión de investigación de los bancos presentará su informe dentro de once meses. El 15 de diciembre de dos mil diez. Para entonces, Haití habrá tenido tiempo de ser devorada otra vez por la miseria y el olvido.

Del actual movimiento solidario solo quedará una sombra, la admirable sombra de los que actúan siempre, con noticia o sin ella. ONGs y organizaciones de este tipo. Los buenos propósitos habrán quedado en la décima parte de la mitad. Los grandes bancos, por su parte, habrán transformado todo lo que tengan que transformar para que nada cambie.

Y no es fatalismo. No es pronóstico negro de pájaro de mal agüero. Es que Haití y Wall Street no son dos casualidades. Son dos consecuencias, ejemplos paradigmáticos extremos de un modelo que necesita carroña para que puedan volar los buitres.»

Las aperturas del informativo de Iñaki Gabilondo, cada día

Portadas históricas, cámaras de fotos con las que se tomaron algunas de las imágenes más reconocidas de la historia, un helicóptero de la NBC, una de las antenas de las torres gemelas… Son algunos de los objetos que se exponen en el Newseum de la ciudad de Washington. El blog de Público «la mesa de Luz» ha recogido fotos de las salas de este impactante museo. Ver aquí

La Leica M2 con la que se realizó
una de las fotos más reconocidas de la historia. 

 

E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington . El color de la piel entre los afroamericanos no se debe discutir en un ambiente formal, por lo que los comentarios del secretario de la mayoría en el Senado Harry Reid sobre el Presidente Obama recién difundidos – que los votantes se sienten más cómodos con él porque es de piel clara – ofenden el decoro. Pero sin duda son ciertos.Los prejuicios por el color de la piel siempre han existido en este país. No hablamos de ello porque nos parece que el color es el subordinado de la identificación racial. Hay afroamericanos con la piel tan clara que solo las pistas contextuales apuntan la cuestión de la raza. Recuerdo en una ocasión buscar a unos primos lejanos por parte de padre. Eran tan rubios y de mejillas tan rosadas que pensé que me había equivocado de domicilio, hasta que uno de ellos me saludó en lo que creo Reid llamaría «dialecto negro».

Perdóneme si no estoy ni sorprendido ni indignado. Hace unos años escribí un libro sobre el color y la raza llamado «Carbón de quemar», y la cuestión ya no tiene misterio para mí. Lo que encuentro sorprendente es que la prueba de la evaluación de Reid – planteada en la campaña de 2008 y trasladada en un nuevo libro por los periodistas John Heilemann y Mark Halperin – es cualquier cosa menos precisa.

La publicidad es una ventana fiable a la psique de América, así que me fijo en las imágenes que nos presentan la televisión y las revistas. Los modelos negros tienden a ser caramelo o café con leche, con un pelo que realmente no es rizado – que es como describiría el mío – sino ondulado, incluso liso. Algunos modelos cuya piel es chocolate o de tono oscuro han alcanzado el estatus de superestrella, como Alek Wek o Tyson Beckford, pero son raras excepciones.

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El color de la piel no podría ser un atributo más visible, pero no se habla de ello en este país. Esa ha sido bueno.

Me interesé por la percepción del color y la raza siendo corresponsal del Washington Post en América del Sur. En los viajes a Brasil, un país con un historial de esclavitud parecido al nuestro, seguí cruzándome con personas con piel oscura como la mía, o un poco más oscura, que no se consideraban «negros». Me enteré en aquella época – hace casi 20 años – de que menos del 10 por ciento de los brasileños se identifica como negro. Sin embargo, al menos la mitad de la población, se estima, habría sido considerada negra en Estados Unidos.

Esto se debe a que la sociedad norteamericana aplicó la norma «de la gota»: si tienes una sola gota de sangre africana, eres negro. En Brasil, por el contrario, se puede ser mulato, se puede tener la piel clara, se puede ser marrón «moro», toda la gama cromática hasta «café solo» – más de una docena de clasificaciones informales nada menos. El color sustituye a la identificación racial. En Salvador da Bahía, conocí a una pareja que se consideraba negra, pero cuyos hijos eran de piel más clara. La partida de nacimiento de los niños los clasificaba como branco , o blanco.

El sistema brasileño minimiza la fricción racial a nivel interpersonal. El sistema estadounidense fomenta la fricción, a través de códigos formales e informales que implantan la segregación racial. Pero nuestro paradigma «de la gota» también generó una gran solidaridad racial entre los afroamericanos, al tiempo que maximizaba nuestras filas. Luchamos, nos manifestamos, hicimos sentadas, combatimos, y con el tiempo hicimos enormes avances hacia la igualdad. El más reciente, por supuesto, fue la elección de Obama, que es difícil de imaginar en Brasil – o, a esos efectos, en cualquier país donde haya una minoría importante históricamente oprimida.

Brasil ha comenzado a abordar las disparidades raciales asentadas, a través de iniciativas de discriminación positiva. Pero los escalafones superiores de la sociedad – el distrito financiero de Sao Paulo, por ejemplo, o los ministerios en Brasilia – siguen siendo tan exclusivamente blancos que parecen trozos de Portugal que de algún modo terminaron en la orilla equivocada del océano.

El énfasis de la sociedad norteamericana en la raza en lugar del color explica que Harry Reid resultara tan grosero. Pero no creo que pueda considerarse coincidencia que tantos pioneros – Edward Brooke, el primer senador negro desde la Reconstrucción; Thurgood Marshall, el primer magistrado negro del Supremo; Colin Powell, el primer secretario negro de estado – hayan sido negros de piel clara. El análisis de Reid fue probablemente un ejemplo de buena sociología, incluso si constituye una mala política.

Mucho peor, en lo que a mí respecta, fue la cita que el nuevo libro, «Cambio de Tercio», atribuye a Bill Clinton. En un intento por convencer a Ted Kennedy de apoyar a Obama, se rumorea que Clinton dijo que «hace unos años, este tipo nos traería el café».

Supongo que la ley de la gota sigue teniendo preferencia sobre un título de leyes por Harvard.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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