Eugene Robinson – Washington. La Navidad llegó temprano para los periodistas este año. Gracias, Tareq y Michaele Salahi, por ser el regalo imprescindible.
Los intrusos que eclipsaron al Presidente Obama y la primera dama Michelle Obama en la primera cena de estado de la administración en la Casa Blanca resultaron no ser presumidos de andar por casa. Son al parecer presumidos de talla mundial — dedicados y enérgicos aspirantes al candelero que pasaron muchos de los últimos años describiendo un arco incandescente a través de la alta sociedad aristocrática del oeste de Washington, dejando a su paso un rastro de litigios muy claro.
Según el Washington Post, los Salahi han sido demandados por empresas de catering, chóferes, contratistas, una peluquería de clase alta y más de una docena de negocios más. La suya parece una historia Gatsbyesca de reinvención personal. Tareq se inventó que era un aristócrata aficionado al polo que salía de juerga con el Príncipe Carlos. Michaele asistió a una reunión de animadoras de los Washington Redskins a pesar de que no hay constancia de que sea miembro del colectivo. Y los dos, por supuesto, querían salir en televisión como estrellas de un reality.
No es sólo que sean perfectos, no obstante. El regalo de Navidad que tanto celebré es ser capaz de pensar en algo tan fundamentalmente frívolo como el morro que le echan los Salahi. La pasada Navidad no fue así.
Por entonces, nos asomábamos al abismo económico. El sistema financiero global había estado a un pelo del colapso, y por aquel final de año estaba lejos de estar claro que una serie de intervenciones desesperadas y sin precedentes por parte del gobierno federal fueran a lograr dar un vuelco a las cosas. Los precios de la vivienda parecían no tocar suelo. El crédito, un lubricante imprescindible de la economía, había dejado de fluir. Existía la posibilidad muy real de que lo que obviamente era una recesión acusada pudiera llegar a ser un desagradable punto de inflexión — que pudiera asentarse una segunda Gran Depresión.
Con el paro en el 10% hoy, casi nadie está encantado con la situación de la economía. Pero toda mención a la depresión ha desaparecido, y la economía vuelve a crecer — lentamente, sí, pero perceptiblemente. Existe un amplio consenso en que lo peor ha pasado.
Este cambio de tendencia se ha producido a un coste enorme. Al menos 7 millones de puestos de trabajo se han perdido, y el desempleo podría no haber tocado techo. Hay ciudades enteras, especialmente en el medio oeste, que han quedado totalmente desprotegidas a consecuencia de la quiebra y la reestructuración de General Motors, la otrora empresa fabricante de automóviles más poderosa del mundo. Un paquete de estímulo lleno de gasto político y bastante caótico ha ayudado a disparar de forma astronómica el déficit federal hasta niveles récord. El gobierno y la Reserva Federal han inyectado dinero a mansalva en el sistema financiero, recompensando en la práctica a los banqueros insensatos cuya avaricia y falta de escrúpulos provocó la crisis desde el principio. Pero ahora, por lo menos, somos capaces de pensar en cómo reparar los parches.
Desde las últimas Navidades, nuestro gobierno ha empezado a plantar cara a enormes problemas estructurales que durante mucho tiempo han pasado desapercibidos: la sanidad, el cambio climático y la educación. Por dejar claro lo evidente, no todo el mundo está de acuerdo con las soluciones propuestas por Obama. Pero resulta prometedor que la nación esté tan apasionadamente absorta en el debate de iniciativas políticas de empollón — la opción pública frente a Medicare, la legislación fiscal de emisiones contaminantes frente al sistema de intercambio de emisiones. Este país muestra lo mejor de sí mismo cuando va a alguna parte y hace algo — no cuando está en vilo.
El día de Navidad de 2008, la política exterior estadounidense era entendida como belicosa y peligrosa por gran parte del resto del mundo. Estados Unidos es celebrado hoy por haber vuelto a la comunidad de naciones rechazando la tortura, respetando la Convención de Ginebra y apoyando las instituciones internacionales. Cuando Obama actuó por cuenta propia en la cumbre de Copenhague y cerró un acuerdo, por lo menos trabajaba en concierto con las demás potencias — China, Brasil, Sudáfrica y la India. No se quedó de brazos cruzados y rechazó la idea de países que trabajan juntos como administradores del planeta.
La diferencia que supone este año no está totalmente relacionada con Obama, no obstante. Se ha puesto de moda decir que el Congreso es irremediablemente disfuncional, pero la Cámara y el Senado sí se pusieron de acuerdo para abordar estos grandes asuntos. Los líderes del Congreso vieron que el rumbo seguro — no hacer nada — no era una opción.
Las últimas Navidades nuestras tropas estaban sumidas en dos guerras distantes, y esto mismo puede decirse hoy. La retirada de las fuerzas de combate de Irak por parte de Obama debería ser un consuelo, en especial para las castigadas familias de militares. Su escalada de la guerra de Afganistán, me temo, tiene potencial para fastidiar las Navidades del 2010. Cuando una noticia como la de los Salahi se presente el año que viene, espero que seamos capaces de sonreír.
Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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