Ellen Goodman – Boston. Han pasado 11 años desde que recorriera un álbum de fotos sacado de Afganistán de contrabando por una joven valiente. «Esta es médico,» decía señalando una foto. «Esta es profesora.» Era imposible distinguir a unas de otras bajo los burkas impuestos por los dictadores talibanes. Allá por entonces, el mundo había apartado la mirada de las mujeres afganas. Bajo virtual arresto domiciliario, tenían prohibido trabajar, estudiar, caminar solas y hasta reírse en voz alta. Era probablemente el peor desastre de los derechos humanos en la historia de la mujer.
Tras el 11 de Septiembre, cuando fuimos a por al-Qaeda y los talibanes que habían protegido a estos terroristas, muchos vieron ventajas colaterales en la liberación de las mujeres afganas. En la práctica, el Presidente Bush jugó esta baza moral en su discurso del Estado de la Nación en el año 2002 cuando afirmó para atronador aplauso: «Hoy las mujeres son libres, y son parte del nuevo gobierno de Afganistán.» Misión cumplida.
Muchas mujeres se quitaron el burka, abrieron escuelas, entraron en el parlamento. La igualdad de derechos fue introducida en la constitución. Pero lentamente, a medida que América se dedicaba a la desastrosa empresa de Irak, las libertades de las mujeres afganas fueron canjeadas con naturalidad por el poder como si fueran baratijas.
Una vez más nos centramos en este difícil país y su fraudulento líder. El debate se expone en términos militares ?? más tropas, menos tropas. Aún así, yo sigo pensando en las mujeres que una vez fueron empujadas a los márgenes del debate como si fueran accesorios en lugar de un factor central.
¿Se acuerda del viejo proverbio? Tanto si la piedra golpea la mano como si la mano golpea la piedra, es la mano la que sale mal parada. La mujer en la mano en esta historia.
¿Si dejamos el país, y hasta el campo, no abandonamos a esas chicas que han ido a clase a pesar del riesgo de que se les arroje ácido? ¿Si apuntalamos al gobierno profundamente corrupto del Presidente Hamid Karzai, no estamos apoyando a los fundamentalistas señores de la Guerra en lugar de a los fundamentalistas talibanes?
Las opciones son tan delicadas que hasta los colectivos femeninos afganos están divididos. RAWA, la Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán, nos quiere fuera del país. WAW, Mujeres por la Mujer Afgana, «lamenta profundamente mantener una postura en favor de mantener y hasta elevar el número de efectivos » con tal de no «abandonar a 15 millones de mujeres y niñas afganas en manos de maniacos.»
Las mujeres estadounidenses pareen igualmente divididas ?? decir ambivalentes es ser demasiado diplomática. Mayoría Feminista, que defendía a las mujeres afganas muchos antes de que la causa fuera popular, se ha cansado de pedir más tropas. La rabia de Ellie Smeal por la financiación estadounidense de los señores de la guerra es equiparable a su miedo a que, si nos marchamos, se cree ??un sufrimiento humano terrible,? el retorno de la prisión estado. Ann Jones, autora de «Kabul en invierno,» se confiesa dolida por el abandono de las mujeres afganas al tiempo que se teme que los hombres de Karzai y los talibanes sean «el mismo perro con distinto collar.» Y Susannah Sirkin, de Médicos por los Derechos Humanos, dice con desprecio, «No creo que si preguntamos a las mujeres y niñas nos digan que sus vidas están mejor desde 2001. Lo mejor que se puede decir es que hay más motivos de esperanza.»
No debería sorprendernos llegar a esta situación. Sucedía delante de nosotros. Apenas lo destacamos cuando Karzai aprobó una ley que, entre otras cosas, habría tolerado que los varones chiítas quitasen la comida a sus mujeres si se negaban a mantener relaciones sexuales. No hicieron falta elecciones amañadas para perder el respeto a esa democracia. Es decir, si por democracia incluimos a la mitad de la población que resulta ser femenina.
Hoy, un tercio de los estudiantes son chicas. Las mujeres tienen el acceso a la sanidad que antes se les negaba. ¿Es suficiente? ¿Cuánto dinero y vidas estamos dispuestos a pagar a cambio de esperanza? ¿Cuánta honradez moral estamos dispuestos a perder, a nuestros ojos y los del mundo, si abandonamos a estas mujeres?
Encuentro éste un conjunto de elecciones desmoralizadoras. La menos mala puede ser proteger los centros de población mientras reconstruimos la sociedad civil afgana, una ciudad, una escuela, un centro médico tras otro. Pero esto solo funciona si incluimos a las mujeres en un debate tan militarizado como la propia guerra.
Las mujeres afganas no son el ??accesorio,? el añadido de este proceso. Las mujeres (BEG ITAL)son(END ITAL) la sociedad civil. Hemos aprendido en todo el mundo que la única forma de desarrollar una sociedad y una economía estables es a través de la educación y la inclusión de la mujer. No hay democracia sin mujeres.
Así que aquí estamos. Es nuestra última oportunidad. Y la suya.
Ellen Goodman
© 2009, Washington Post Writers Group
Derechos de Internet para España reservados por radiocable.com